Es un hecho que el Papa Francisco ha levantado ámpula en amplios sectores de las élites que gobiernan al mundo, incluyendo las pertenecientes a su propia institución, la Iglesia Católica.
¡Y cómo no! si sus cuestionamientos en torno a la pobreza, la riqueza, la desigualdad, la migración forzada, el capitalismo voraz, entre otros muchos temas, atacan directamente un statu quo de privilegio gracias al cual el 1% de la población posee más riqueza que el 50% más pobre. Esto es, 62 personas tienen más dinero en efectivo que 7 mil millones de habitantes juntos. Sus fortunas oscilan entre 14 y 77 mil millones de dólares.
Pero el Papa no se ha concretado sólo a criticar un sistema económico altamente voraz, sino que ha entrado en temas considerados centrales por la Iglesia Católica como su relación con las personas gay y con las mujeres que han tenido abortos, entre otros, contraviniendo en cierta forma las posturas conservadoras y a veces recalcitrantes de la milenaria corporación a la que pertenece.
Ha tocado también el espinoso asunto de la pederastia clerical, se ha atrevido, incluso, a atacar los intereses económicos de su institución religiosa al declarar gratuito el trámite de nulidad del matrimonio, caso éste que podría parecer simple y poca cosa en comparación con todo el dinero que la Iglesia recibe por concepto de los sacramentos que administra. Sin embargo, éste parece ser un primer paso de una larga cadena de reformas con las que Francisco busca volver a la jerarquía católica al camino de una vida cristiana, austera y dedicada al servicio de los demás, y alejarla de los lujos y privilegios que por siglos la han caracterizado.
Claro, ante las críticas del pontífice todo el mundo hace como que “la Virgen le habla”. Corrupto, corruptor, pederasta, explotador, abusador, contaminador, especulador, violador, tratante de personas, ladrón, farsante, violentador de derechos humanos, depredador el otro, ¡a mí no me miren!
Y entonces resulta que, “en lo oscurito”, aquellas personas que de una manera u otra han contribuido o se benefician del caos social en que han sumido al mundo, creando océanos de pobreza, desigualdad y violencia, critican al Papa jesuita, que se ha atrevido a cuestionar la manera en que obtienen y acrecientan su riqueza y poder, personal y de grupo, pero a la vista de todos se complacen en recibirlo en sus países, palacios de gobierno, sedes parlamentarias, estadios y calles.
Buscan beneficiarse incluso de la popularidad y el carisma del jesuita rebelde aquellos gobiernos cuya aprobación va a la baja. Cabe aclarar que cualquier coincidencia con el caso mexicano es pura coincidencia, aunque la insistencia y gestiones para que el Papa Francisco visitara tierras mexicanas antes de concluir este sexenio no es casual, pues además de la caída en la popularidad presidencial, estamos en año de elecciones, lo cual no es novedad en México, y se espera que el PRI vuelva a las viejas prácticas del carro completo y la visita del Papa, de cierta manera, algo abonará a la imagen de este partido y sus candidatos.
Ciertamente, existe incertidumbre sobre aquello que Francisco se atreverá a decir en público. ¿Tocará o no temas como Ayotzinapa y los 43 jóvenes desaparecidos y la incansable lucha de sus padres y madres por encontrarlos; el trato a las personas migrantes incluido el que reciben por parte de las autoridades migratorias y sus constantes abusos; la corrupción de las y los políticos mexicanos; los miles de desaparecidos producto de la fallida guerra contra el narco y de los gobiernos de diversos niveles coludidos con la delincuencia organizada, como ocurrió en Iguala, en 2014, y en Veracruz apenas hace unas semanas; las fortunas mal habidas; una economía que no crece lo suficiente; un proyecto de gobierno, económico y político, que acaba beneficiando a unos cuantos?, etcétera.
¿Hará Francisco pronunciamientos que abiertamente aludan a la corrupción de la clase política mexicana?
¿Incomodará el Papa jesuita a las altas esferas mexicanas acostumbradas a beneficiarse al margen de la población y sus necesidades sin que nadie las moleste?
¿Criticará el pontífice los excesos de las élites económicas, políticas y eclesiales mexicanas?
¿Cuestionará abiertamente a ciertos obispos mexicanos acusados de proteger a curas pederastas?
¿Dará el Papa oído a los reclamos de las personas, ciertamente no invitadas, que de manera organizada buscan resolver problemas que parecen rebasar a gobiernos de todos los niveles?
¿Se convertirá el Papa en mediador entre estos grupos y el gobierno federal, pidiendo a éste último cumplir sus promesas y resolver las demandas de estos grupos?
¿Se reunirá el jerarca jesuita con las víctimas de la pederastia clerical, con las madres y padres de Ayotzinapa?
Finalmente, ¿qué tan incómoda será la visita del Papa Francisco a México? ¿Servirá a los intereses últimos del sumo pontífice más que a los intereses de una parte de la clase política mexicana o viceversa?
Pronto lo sabremos.
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