CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Sin multitudes de fieles, pero con extrema presencia de policías y Ejército, así recibieron los capitalinos al Papa Francisco I a lo largo de los 19 kilómetros que recorrió desde el Hangar Presidencial hasta la Nunciatura Apostólica en la primera visita que realiza a México.
Los movió la emoción de verlo a unos pasos y aunque fuera rapidito, pero también la esperanza de que ore por un México lleno de violencia e inseguridad.
Desde la una de la tarde, algunos devotos comenzaron a apartar su lugar detrás de las vallas metálicas que la policía capitalina colocó en las calles por donde pasaría el líder católico al terminar el acto protocolario de recepción en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Llevaban bancos, escaleras, cubetas, sillas y hasta cartones para sentarse en el suelo, eso sí, con chamarras, gorras, bufandas, guantes y más para aguantar el frío con que amenazaba la tarde.
Hasta ahí se coló Martín Macías Hernández, quien viajó desde Zacatecas a la capital mexicana para ver de cerca a Jorge Mario Bergoglio. Con su sombrero de palma y una bandera mexicana de capa, orgulloso mostró la manta en la que llevó su mensaje:
“Amigo Pancho: ¡Bienvenido! En tus oraciones no olvides a mi México lindo y ¡Qué-Herido! Ni a tu América Latina y a tu amada Argentina”.
Árbitro de futbol amateur, dijo estar ahí para pedirle al jerarca católico “que le dé un jalón de orejas a nuestros administradores porque ¡mire cómo tienen al país!” y que ore por nosotros porque tenemos un México lleno de carencias y muerte”.
En el Circuito Interior, a la altura de Ignacio Zaragoza, dos mujeres lamentaron que los policías no les permitieran acercarse a la vialidad y que no hayan podido ser parte de las vallas humanas que organizó la iglesia católica para recibir al papa argentino.
“Nos inscribimos como tres veces en la página de internet, pero nunca nos respondieron. De todos modos, venimos a darle la bienvenida al santo padre y a pedirle por nuestro México que está lleno de violencia”, dijo Guadalupe Ortega, quien con su hija adolescente llegó desde Los Reyes La Paz, Estado de México, para saludar al religioso.
En ese mismo lugar estaba la señora Zoila Hernández, quien fue hasta ahí para pedir por la salud de su hijo esquizofrénico, así como las Hermanas Misioneras de la Palabra, quienes pidieron por los niños y los enfermos.
El milagro en la ciudad
“Todavía no llega el papá y ya hizo el milagro de tener un policía en cada esquina”, decía un meme cientos de veces replicado en las redes sociales.
Y sí. A lo largo del recorrido que hizo el papamóvil se observó a centenas de policías de la Ciudad de México y federales, además de soldados y marinos uniformados y también de civil haciendo guardia y bloqueando los accesos a los puentes peatonales.
La Secretaría de Seguridad Pública anunció que serían 20 mil elementos enfocados a la vigilancia y vialidad en las calles.
“Son muchos policías, desde el martes están en la colonia, si así fueran para cuidarnos todos los días…”, dijo una mujer.
Pese a los anuncios del gobierno capitalino por los cierres a distintas vialidades, el caos vehicular obligó a que algunos peatones hicieran labores en medio de los autos para destrabar las calles.
La ausencia de miles de fieles obligó a los vendedores ambulantes –esos que nunca faltan en los grandes eventos–, a esforzarse por vender sus productos: banderitas, rosarios, collares, granos de la abundancia con las estampas del Papa y hasta calendarios con la foto de Francisco I y la Virgen de Guadalupe a 20 pesos en los camellones del Circuito Interior.
-¿Cómo a 20 la banderita? Déjamela a 10, el Papa te va a castigar por no bajarle ¡eh!
-No jefa, no puedo, apenas y le gano 5 varos a cada una… Bueno, si se lleva dos, se las dejo a 15.
A la altura de La Viga y Circuito Interior, algunas personas llevaron carteles, inflaron globos blancos y amarillos, y las menos apenas agitaron pañuelos porque el aire frío que ahí calaba hacia las 8:30 de la noche.
Para llamar la atención, en primera fila estaba Canek “el príncipe maya”, en la máscara que llevaba un joven que silencioso aguardaba el paso del Papa.
A su lado, un grupo de jóvenes improvisaba porras al pontífice: “¡Francisco, amigo, quédate conmigo!”, “Francisco primero, te quiere el mundo entero”… Y a lo lejos el coro de “Yo tengo un amigo que me ama… su nombre es Jesús”.
El tamaño de la fe
Todas esas porras competían con la música de banda que salía de un departamento donde había una fiesta, a cuyos invitados poco les importó que por ahí pasaría el “representante de Dios en la Tierra”.
-Mamá, ¿aquí se va a parar el Papa?, preguntó un niño.
-No hijo, ya quisiéramos, pero no, nomás va a pasar así de rapidito, le contestó su madre con el teléfono celular listo para captar los segundos en que el papamóvil pasaría frente a ellos.
Y la hora llegó. A los rumores siguieron los gritos. “Ahí viene, ahí viene”, decía la gente cuando las luces blancas, azules y rojas de las patrullas se acercaban.
Los teléfonos celulares flashearon el momento en que el Papa Francisco pasó enfrente de ellos.
“Bravo”, “bienvenido”, “te queremos”, le gritaban con la esperanza de que el de la sotana blanca los escuchara. Satisfechos se fueron con la sonrisa y el saludo que les regaló de pie, tras los cristales del papamóvil.
Y así, después de horas de espera y el paso fugaz del Papa, un niño dijo: “Mi abuelita se puso a chillar, ya hasta se quería aventar”.
Los fieles comenzaron a irse, pero algunos aprovecharon para tomarse una foto con una gran manta que lucía las imágenes del Papa y la Virgen de Guadalupe.
“El padre de la iglesia de San Juan Bautista me pidió que la trajera para que la viera el Papa, pero se ve que ninguna de estas personas va a misa porque nunca la habían visto. Así de ese tamaño es su fe”, sentenció.
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