Imagen de Imagen de Patrick Denker / Flickr
Por: Jaime Avilés (@Desfiladero132)
08 de julio de 2015. A principios de año, el economista Enrique Quintana, director de El Financiero, hizo el siguiente cálculo: si el barril de petróleo mexicano de exportación estaba (2 de enero de 2015) a 38.11 dólares, el litro, en consecuencia, valía 3 pesos con 51 centavos. ¿Cómo obtuvo este resultado?
Un barril de petróleo –de acuerdo con la tradición inglesa– consta de 42 galones o 159 litros. Hoy, el petróleo mexicano cerró su cotización a 50 dólares y, como el dólar quedó en 16.08, el precio alcanzado fue de 804 pesos por barril y de 5.05 pesos por litro.
Tal como Quintana lo observó en enero, un litro de petróleo es más barato que un litro de agua. Salta a la vista que, a precios de hoy, necesitamos vender dos litros de crudo para poder comprar un litro de agua embotellada, pero si la sed nos atacara en un complejo de Cinépolis o de Cinemex, tendríamos que pagar el equivalente a ocho litros de petróleo por uno de h2o.
Ante el desplome de los precios universales del aceite que mueve al mundo, el gobierno de Peña Nieto compró un seguro para que, al margen de la cotización internacional, Pemex percibiera 76 dólares por cada barril vendido a lo largo de todo el año de 2015. Sin embargo, este mecanismo de protección será válido hasta el 31 de diciembre.
Una estimación optimista dice que el precio promedio del barril de petróleo mexicano en 2016 será de 56 dólares. Una previsión pesimista supone que para entonces el dólar valdrá más de 17 pesos. En cualquiera de los casos, el panorama es aterrador, pero no deja de tener un lado bueno.
Mientras menos atractiva sea la industria petrolera, menos actividades realizarán en México las compañías multinacionales. Por lo tanto, nuestras mermadas reservas permanecerán bajo tierra en espera de tiempos mejores, no tanto en el contexto de la economía global, sino en lo tocante a la política interna.
El petróleo mexicano, nacionalizado en 1938, no fue el sostén principal de nuestra economía sino a partir del hallazgo de los gigantescos yacimientos de Campeche y Tabasco a mediados de los años 70. Entre 1976 y 2012, de cada peso que gastaba el gobierno, 40 centavos se los daba Pemex.
Como parte del plan de devastación del país, concebido en Washington y aceptado por Salinas de Gortari antes incluso de la firma del Tratado de Libre Comercio (1993), a lo largo del sexenio de Vicente Fox, los yacimientos de Campeche fueron superexplotados –a los pozos se les inyectaban sustancias químicas para que el crudo fluyera más rápido y en la mayor cantidad posible– hasta la última gota.
Fox regaló a sus amigos y socios más de 6 mil millones de dólares obtenidos mediante esta política de rapiña. Felipe Calderón la mantuvo y la empeoró: los yacimientos no sólo fueron exprimidos como jergas, sino que muchos pozos de la costa de Tabasco, rebosantes de aceite, pasaron a manos de empresas privadas y se suspendieron los trabajos estratégicos de exploración y perforación.
De allí que –a la vista de lo ocurrido en los últimos 30 años– la política petrolera propuesta por AMLO en la campaña electoral de 2012 se fijara la meta de acabar con las exportaciones de crudo, a fin de utilizar las reservas exclusivamente para satisfacer la demanda nacional. Los “analistas” a sueldo del régimen, desde luego, se burlaron de lo que para variar calificaron de locura.
Hoy por hoy –es decir, hoy al cuadrado– los bajos precios del petróleo en el mundo han caído, entre otras razones, porque la privatización de Pemex garantiza un superavit de aceite para los mercados a futuro. De manera que, a pesar de la imposición de Peña Nieto, México preservará sus recursos y la llegada de un nuevo gobierno de signo contrario al actual, puede revertir la privatización y detonar un aumento mundial de precios.
La batalla del sureste
Por lo pronto, el nuevo rostro del neoliberalismo —el humanoide con cara de cuija que vuela sobre un tucán corrupto y ecocida— avanza rumbo a la sucesión presidencial de 2018 (aunque habrá cambio de presidente antes del primero de diciembre de ese año).
Con todo el apoyo financiero de los empresarios y de Los Pinos, en junio, el Partido Verde arrasó en los estados de Chiapas y Quintana Roo y avanzó notoriamente en Tabasco. Pero ante las elecciones chiapanecas del próximo 19 de julio –se renovarán presidencias municipales y el Congreso local– el panorama es distinto.
Si en junio el Verde, el PRI y el Panal fueron juntos, ahora van separados e incluso peleados entre sí. Mientras el equipo de Polemón descubre qué hay detrás de esta nueva jugarreta, lo cierto es que 11 partidos están compitiendo en estilo todos contra todos, con graves desarreglos en cuanto a la distribución de candidaturas por cuota de género y con una comodín llamado Puch, que administra la señora madre del humanoide con cara de cuija, es decir, la señora Leticia Coello de Velasco.
Oculta detrás del tinglado que maneja los hilos del Puch (Partido Unidos por Chiapas), a doña Leticia Coello la prensa chiapaneca le atribuye una acción escalofriante. El 27 de agosto del año pasado, por órdenes del octavo juzgado de lo civil, citó en el DF, más de 200 granaderos, cinco agentes del Ministerio Público y 45 agentes de la Policía Judicial asaltaron violentamente el Instituto Mexicano de Oftalmología Tropical, que existía en San Cristóbal de Las Casas desde 1968.
Los pobres de Chiapas, catalogados como los más pobres entre los pobres del país, sufren una maldición a causa de las pésimas condiciones de vida que padecen: el tracoma. Esta enfermedad, provocada por la desnutrición y la insalubridad, estimula el desarrollo de pellejos dentro de los párpados, que terminan causando la ceguera.
Cuando en 1994 nos explicaron esto a los periodistas recién llegados para cubrir el alzamiento del EZLN, un médico me dijo que el aspecto más trágico de este mal era que se podía evitar con unas gotitas que en ese entonces costaban tres pesos en cualquier farmacia.
Fundado por Carmen Portillo, una científica ya anciana, el Instituto Mexicano de Oftalmología Tropical no sólo fue atacado por las hordas policiacas sino clausurado y desmantelado por completo. Los defensores de doña Carmen aseguran que esta monstruosidad se consumó por indicaciones de Leticia Coello, la mamá del gobernador con cara de cuija que operará la compra de votos para el Puch, organismo que seguramente regalará para el tracoma…
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