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urante meses, años, décadas, el curso que tomaba el país generaba mayor preo-cupación y más fuertes críticas. Hoy, una matanza tan atroz como centenares o miles perpetradas en los últimos tiempos, pero esta vez inocultable, nos obliga a enfrentar la verdad: nuestro país, uno de los más grandes y poblados del mundo, dotado de enormes riquezas y de una población ingeniosa y trabajadora parece precipitarse en la descomposición. Por supuesto que el catalizador es la revelación de los crímenes de Estado recientes, pero en realidad todo parece desarticularse. La inseguridad, la violencia, los secuestros, las extorsiones se extienden sin control. Todos los cálculos de crecimiento económico se reducen, las inversiones se contraen, se fugan capitales y todos sabemos que las empresas medianas y pequeñas tienen crisis de flujo de recursos y que miles están a punto de cerrar. La miseria y el desempleo se extienden no sólo a las masas indígenas o mestizas en las zonas marginales, sino que aparece en las ciudades. La desigualdad es cada vez más monstruosa y la rabia y la exasperación aumentan.
La última oportunidad de rectificar se perdió cuando Peña Nieto, en lugar de aprovechar la ilusión que provocó la inauguración de su gobierno, intentó restaurar al viejo sistema y garantizar la impunidad. Zedillo, 20 años antes, ante una crisis económica, le dio su oportunidad a la política y abrió las puertas para una modernización. Fox cerró esa vía. Las escasas oportunidades que tuvo Peña pronto se extinguieron. Las
reformas estructuralesy el Pacto por México no fueron suficientes para permitir su consolidación.
Las expectativas se han tornado siniestras. Después de la caída, forzada, del gobernador de Guerrero, el presidente y su equipo, que desde el primer momento eran responsables jurídica y políticamente, tendrán que afrontar la crisis. Es muy difícil vaticinar cuál será el escenario de salida de ellos. ¿Pero cómo responderá el pueblo al enfrentar el doloroso y múltiple fracaso colectivo?
La mayoría parece inerte, pero todo tiene sus límites. Podría haber un estallido social. Nada peor porque la violencia la pagarían los más humildes. Las manifestaciones y paros tendrán su efecto, pero las grandes movilizaciones no cambian por sí mismas las cosas. Recuerden las rebeliones civiles en el norte de África que terminaron sustituyendo unos oligarcas por otros. La única esperanza está en la organización política. Recuerdo lo que el general Cárdenas les contestó a unos jóvenes progresistas que le preguntaban qué hacer para rectificar el rumbo de México, allá en los lejanísimos 60, “son tres cosas –les dijo– organizarse, organizarse y organizarse”.
Twitter: @ortizpinchetti
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