Indigna a estudiantes de Ayotzinapa la intención del gobierno de ligarlos con el narco
Quieren evitar un estallido social, pero esto sólo es el principio; no sólo Guerrero se va a levantar
Las madres de los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos ya no encuentran consuelo en nadaFoto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 26 de octubre de 2014, p. 11
Domingo 26 de octubre de 2014, p. 11
Ayotzinapa, Gro.
Uriel Alonso Solís no puede dormir, tiene pesadillas, está angustiado, deprimido. Desde aquella azarosa noche del 26 de septiembre su vida ha cambiado. Tiene una duda existencial que no le deja vivir en paz; los recuerdos le atormentan:
Me siento culpable. Ellos eran de primero, nosotros de segundo, se supone que debíamos cuidarlos.
Al cumplirse un mes, el síndrome del superviviente como consecuencia del estrés postraumático ha empezado a afectar a decenas de estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, que fueron testigos de la muerte y desaparición forzada de sus compañeros.
Quince estudiantes viajaban en otro autobús y vieron cómo la policía de Iguala secuestraba a los 43. Enfrentaron las balas con piedras. Fue una disputa desigual. La fuerza del estado contra los normalistas rurales. Algunos, como Uriel Alonso, de 19 años, lograron sobrevivir:
Me salvé de milagro. Me acordé que siempre que hay una balacera la gente se tira al piso, y yo me tiré debajo del autobús. Cuando se calmó tantito, me arrastré y mis compañeros me jalaron.
Luego subieron al autobús y se sentó al lado de su compañero Aldo Gutiérrez Solano. Ambos sintieron el alivio de haberse salvado de la primera balacera. Rieron juntos. Con la adrenalina aún en el cuerpo, Aldo confío en sus únicas armas para defenderse:
Si vienen, los apedreamos.
Fue su última frase. En ese momento una bala penetró por la ventana y le traspasó el cráneo:
Lo vi caer. No supe qué hacer, nomás me tiré al piso. ¿Cómo no me voy a sentir culpable? Él sigue en coma y yo estoy aquí; yo me salvé.
Los acribillaron en el autobús
La triste y larga noche del 26 de septiembre no había terminado. Frente a ellos, las balaceras se intensificaban.
Me tocó verlo. A los compañeros los acribillaron dentro del autobús. Ya no salieron. Y cuando nos estábamos yendo, vimos cómo los estaban subiendo a las patrullas con las manos en la cabeza. No se llevaron a más porque ya no cabían en las camionetas.
Fue la última vez que vio a sus compañeros. Hoy se cumple un mes. Y no hay día que no piense en ellos. La imagen de sus compañeros cautivos lo persigue:
Me siento culpable. Se supone que nosotros teníamos que cuidarlos. Yo me encargué de subir a todos cuando nos estaban baleando. Éramos cinco de segundo año y subimos como a 80 para salvarlos, pero ya nos habían quitado a 43.
Uriel está sentado al lado de Sergio Ochoa, de primer año. Las canchas en el interior de la normal están llenas de alumnos y familiares. Ambos tienen una cara de tristeza que parte el alma a cualquiera. Contienen el llanto. Aún no entienden las razones del estado para cometer semejantes crímenes. Van vestidos con camisetas raídas y pantalones viejos, pero impecablemente limpios y peinados.
A un mes de lo sucedido, el ambiente en la normal sigue siendo de duelo. El sentido de pérdida, de luto por los tres compañeros asesinados se une a la incertidumbre, a la espera interminable, a la exigencia al gobierno para conocer finalmente la verdad sobre los 43 desaparecidos.
Sergio habla con voz bajita:
A nosotros nos bajaron del autobús. Eramos 15 Los policías cortaban cartucho. Y agarramos las piedras más cercanas. En ese momento, uno de los policías les gritó:
Órale hijos de su pinche madre, no que muy chingones.
Los normalistas empezaron a correr por el Periférico Sur:
Ellos en las patrullas y nosotros corriendo, llegamos a un terreno baldío y allí fue donde nos escondimos, nos refugiamos. Casi todos los que nos salvamos estamos deprimidos.
Los ánimos están muy caldeados. Carlos, tío de uno de los desaparecidos, se muestra enfurecido:
El pinche gobierno es corrupto. Pedimos que haya justicia. ¿Por qué el gobierno no nos dice quienes son los que aparecieron en las fosas? Quieren evitar un estallido social. Pero esto es el principio. Enrique Peña Nieto está sintiendo los chingadazos. Y lo que falta, porque no sólo Guerrero se va a levantar, sino la nación.
Los jóvenes intentan calmarlo. La madre de su sobrino no soportó más tanto sufrimiento. La internaron en un hospital hace unos días. En esas condiciones están varios de los familiares de los desaparecidos. La rabia contenida se filtra en los discursos de los normalistas que justifican el fin del diálogo con el gobierno.
Tenemos el coraje, tenemos la rabia. No entendemos por qué las autoridades no han dado un informe real de lo que hicieron con nuestros 43 compañeros. La PGR (Procuraduría General de la República) no ha actuado como debería. Las autoridades no hacen nada porque somos de Ayotzinapa. Vemos la intención del olvido, el desprecio que se nos tiene. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Estamos decididos a no bajar la cara, estamos decididos a llegar hasta las últimas consecuencias, dice José Soriano Ramírez, de 22 años, portavoz de los normalistas.
La solemnidad de sus palabras es escuchada por un grupo de estudiantes, que lo rodean interesados por su arenga. Los murales de la normal lo dicen todo. En el principal, a la entrada, están sus referentes intelectuales: el Che Guevara, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez Rojas, Vladimir Lenin, Friedrich Engels, Carlos Marx...
En otro muro, un grafiti explícito sobre la represión: un policía apunta su arma contra un niño. La frase que da la bienvenida no deja nada a la imaginación sobre la pobreza extrema en que está sumido este plantel educativo. Desde hace años dejó de recibir el apoyo del estado, como una medida estratégica del gobierno que busca la desaparición de las normales rurales:
Podrán faltar los recursos, pero nunca nos faltará la razón.
La versión gubernamental que vincula a los normalistas con el narcotráfico parece insostenible a la hora de recorrer los pasillos, los humildes dormitorios y las modestas aulas de esta normal. Las penurias que sortean para alimentarse las contrarrestan con lecturas y aprendizajes. La conciencia social de estos estudiantes es sólida y está fomentada por la endémica pobreza en la que vive Guerrero.
Nosotros nos deslindamos de esas acusaciones. El gobierno trata de desprestigiarnos. No viene al caso. Nosotros somos normalistas, nos dedicamos a estudiar, a apoyar a los estudiantes que protestan y exigen sus derechos. Es lo único que hacemos, y quizá ese sea nuestro delito.
En otra pared están sus mártires, los estudiantes asesinados por las policías en distintos momentos. El portavoz hace uso de la palabra, en medio de la penumbra que cubre la normal apenas iluminada. La Policía Comunitaria los protege.
Son siete compañeros que nos han matado, que nos han quitado de nuestras filas: Alexis, Gabriel, Fredy, Julio César Mondragón, Julio César Ramírez, Daniel Solís Gallardo y Aldo Gutiérrez, el compañero que está en coma. A ellos los hemos convertido en banderas de lucha. Ellos viven. Están aquí en la escuela. Ellos nos han enseñado que no debemos dejarnos y que hay que luchar por la educación. Para nosotros, los 43 que desaparecieron siguen vivos, y los que asesinaron también siguen vivos, y están aquí en la escuela y están con nosotros ahorita dándonos la fuerza necesaria.
El martirologio de Ayotzinapa tiene un principal responsable identificado. José Soriano Ramírez lo dice claramente:
A partir de que Ángel Aguirre Rivero entró como gobernador, asesinó a nuestros dos compañeros José Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, en el bloqueo de la Autopista del Sol. Conocemos su historial: la masacre de El Charco, Aguas Blancas y otras represiones, y tenemos claro que lleva 13 luchadores sociales que ha asesinado. Lo conocemos. Tenemos su historia. Es un represor y un asesino.
Las madres de los desaparecidos ya no encuentran consuelo en nada. Su angustia crece cada día. Las informaciones contradictorias sobre fosas con cadáveres recientes y la negativa del gobierno a ofrecer información veraz, las atormenta. La duda las consume. La sospecha y el recelo a las versiones oficiales las indigna.
Manuel Olivares Hernández, secretario técnico de la Red Guerrerense de Organismos Civiles de Derechos Humanos, se confiesa horrorizado por lo que están viviendo:
Es la expresión más clara de lo que es el cogobierno entre la delincuencia organizada y las autoridades civiles. Es el resultado de la omisión que por años han practicado los gobiernos federal y estatal, los principales responsables.
Con 17 años de lucha en favor de los derechos humanos, dice que nunca imaginó tanta perversidad contra los jóvenes estudiantes:
Nunca me había tocado vivir una situación de este tipo; hemos sufrido la represión de la policía, detenciones arbitrarias y el asesinato de dos normalistas, que pensé sería lo peor, pero hoy nos damos cuenta que son capaces de hacer cosas mucho peores, más perversas.
Los normalistas coinciden en que la
próxima represión viene fuerte. Se preparan. Están conscientes de que la lista de estudiantes mártires puede aumentar en caso de confirmarse la identidad de los cadáveres de las fosas encontradas. No confían en el gobierno, sólo en los resultados que pronto dará a conocer el equipo argentino de antropología forense.
Nueve forenses de este equipo trabajan a marchas forzadas para obtener los resultados del cruce de las muestras de ADN de familiares y los cadáveres de las fosas. Luis Fondebrider, presidente del equipo argentino, dice a La Jornada que en este momento trabajan en silencio y en contacto con los familiares de los desaparecidos, pero advierte que es necesario esperar el resultado científico, el cual, dice, será absolutamente confiable.
La independencia será total. Tenemos 30 años de trabajo en 50 países del mundo. Siempre hemos sido imparciales en nuestra tarea. Lo saben los tribunales de todo el mundo, los familiares, siempre trabajamos igual. Es nuestro estilo de trabajo.
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