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e insistido en muchas de mis colaboraciones, de los indicios de descomposición de nuestra vida pública. Lo más grave no es sólo que estemos mal, sino que vamos empeorando. Lejos de lograr rectificaciones, nos hundimos cada vez más. Parece que nuestro Estado padece el síndrome maligno de la decadencia que abarca no sólo la vida política, sino el interior de las personas, la forma como la gente ve su país y sus posibilidades de progreso: una fuerte depresión que nos paraliza se extiende a un sector muy grande, quizá la mayoría de la población.
Podemos revisar cualquier índice; por ejemplo, el de capacidad competitiva. México ha perdido terreno en la solidez de la vida institucional. El respeto por los políticos y las instituciones ha descendido al punto que hoy estamos en el lugar 105 entre 148 naciones (World Economic Forum, 2013). La presencia del crimen y la debilidad de los servicios policiacos se han hundido más. No ha habido crecimiento efectivo. La educación está en decadencia. La efectividad de las políticas antimonopólicas es prácticamente nula y tiende a agravarse. El mercado ha tendido a comprimirse y las diferencias sociales y en el salario aumentan. En política también encontramos signos de empeoramiento. Como lo señala Lorenzo Meyer ( Reforma 18/09/14), los déficit en materia de legalidad y justicia y en la credibilidad de las instituciones y elecciones han sacado a México de la lista de las democracias inobjetables para meterlo en la penumbrosa relación de las naciones
parcialmente libres.
Nuestra situación recuerda inevitablemente lo que escribió José María Luis Mora en 1837:
¿Por qué México no progresa y se va continuamente sumiendo en el abismo al que cada día lo van aproximando sus directores oficiosos? Porque los que se han apoderado de la dirección de los negocios se han empeñado en obrar contra la naturaleza de las cosas.
Sin duda requerimos una regeneración, es decir, un proceso en que se restablezcan y mejoren las condiciones de vida. Sería necesario un impulso espiritual forjado desde nuestras energías latentes. Necesitaríamos una restauración de nuestra dignidad, del respeto que debemos sentir por nosotros mismos.
Debemos aceptar que los recursos y potencialidades que servirían como motor para iniciar nuestra regeneración no parecen claramente ante nosotros. Como me decía un abogado conservador: se requiere un movimiento general de la sociedad que recupere la alerta e impulse el cambio. Pero según mi criterio, no bastaría mayor conciencia, sino un movimiento político, una forma de organización colectiva: esa es, a mi modo de ver, nuestra esperanza.
Twitter: @ortizpinchetti