Foto: EFE
Millones gastados en templetes, vallas y luces de colores; todo un operativo de seguridad para evitar la introducción de objetos peligrosos a la plancha del Zócalo escondidos en pañales; coehetes, sonido, cantantes y un vestido para la Primera Dama que antes de portarlo y de ser conocido ya tenía una serie de críticas guardadas; todo listo para brillar con bombo y platillo en la noche en que celebramos a los héroes que nos dieron puente… y alguien tenía que regarla.
Y no, no fue Enrique Peña Nieto quien traía acordeón para ser preciso en sus vivas y no caer en el exceso del gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, que de Hidalgo se pasó a Zapata y Fray Bartolomé de las Casas de tal forma que llegó el momento en que no sabíamos si lo que recitaba era una lista de estaciones del metro. Nomás porque no tuvo tiempo, sino hasta a Anahí le tocan sus porras.
Lo que se vio la noche del 15 de septiembre fue una serie de hechos desafortunados que van desde lo desangelado del festejo hasta una falta de tacto hacía lo que se mostraba a través de la televisión.
Primero está el momento justo de El Grito, cuando el Presidente sale al balcón en espera de que todo mundo entre en histeria al ver en sus manos la bandera. O por lo menos eso es lo que debió creer el encargado de la logística de llenado de plazas (no creerá usted el tipo de puestos que pueden surgir dentro de la burocracia) que no solo reservó la primera fila para una serie de huestes afines al mandatario, sino que les dio 15 minutos de fama al mandarlos al infinito y más allá con la transmisión oficial de televisión.
Compruébelo usted mismo
No es que uno no sepa que cada año sucede lo mismo en materia de acarreos y por supuesto no es exclusivo de los gobiernos priistas, pero en esta ocasión alguien quiso quedar bien y resultó todo lo contrario.
Si bien el acarreo busca primordialmente el efecto de relleno de huecos (aunque no sea del todo necesario debido a nuestra característica mexicana de huele moles que se pone de manifiesto con solo ver una larga fila en espera, aunque después nos percatemos que era para pagar impuestos), en eventos como éste su función es contrarrestar cualquier incidente o voz que surja en detrimento del personaje principal, es decir, se trata de gritar más fuerte que aquellos que anuncian hules o se brincan hasta el 10 de mayo.
Sin embargo, el arte del ‘barberismo espontáneo’ implica que se vea y oiga que todo mundo está contento, más no que adoran al tlatoani, menos si éste se encuentra en el balcón presidencial. Y aquí es donde alguien regó el tepache, porque olvidó que Peña Nieto ya no se encuentra en campaña y que la noche del 15 de septiembre no es para rendirle pleitesía al Presidente (para eso tiene el Informe), sino a toda la serie de personajes que adornan los billetes.
Si usted siguió la transmisión por televisión pudo percatarse que las tomas, además de cerradas (quien diría que solo caben en el Zócalo 5 personas con pelucas de colores) solo se enfocaban en un grupo que se desgañitaban no por celebrar la Independencia del país, sino la presencia del presidente a la voz de ¡Peña, Peña!, lo cual nos hace preguntarnos si no hubiera sido más sencillo (y barato) una bonita producción con imágenes de un mitin del 2012 si al final de cuentas era lo que se iba a mostrar. Tanta inversión en tecnología para que el manejo de cámaras se haga a ras del suelo. El hecho no solo resulta molesto sino vergonzoso para efectos de imagen, pues logra todo menos simpatía.
Ahora bien, hubo otro hecho que no solo es criticable sino preocupante . Ese se vio en el balcón presidencial a la hora llenarse con toda la familia del Primer Mandatario. Si bien sabemos que con su elección ya venía con un paquete de una prole numerosa que al igual que sus antecesores posaría para la foto cada 15 de septiembre, en esta ocasión hubo un elemento extra que da visos de la construcción de una imagen imperial.
Ahí para el archivo quedó plasmada la presencia de la novia del hijo del Presidente, lo que llama la atención no solo porque la estructura del balcón puede peligrar conforme se vayan agregando romances con el resto de las hijas, sino porque al parecer se está formando una idea al interior de la Presidencia de una ‘familia real’ a la usanza de las monarquías europeas donde es importante saber con quien se emparentan los primogénitos para dar cuenta de la sucesión.
Ese no es el caso de México. Si no les gusta el bajo perfil es muy su gusto (ya vendrán las quejas porque los medios se meten en sus momentos íntimos cuando la iniciativa vino de ellos mismos), pero es más acorde para todos esos eventos sociales donde lo que se mide es el tiempo en que uno tarda en recitar un apellido y el nombre del diseñador que elaboró la prenda en turno, no para un evento oficial que tiene todo un protocolo institucional. Ese es un error del que tendrán que darse cuenta a tiempo antes de que se les vaya de las manos. Porque no se les olvide, en política (y esto lo es) no solo hay que ser, sino parecer. Y esto cada vez más se parece a otra cosa. Y no es lo que se supone íbamos todos a festejar.
Si bien el acarreo busca primordialmente el efecto de relleno de huecos (aunque no sea del todo necesario debido a nuestra característica mexicana de huele moles que se pone de manifiesto con solo ver una larga fila en espera, aunque después nos percatemos que era para pagar impuestos), en eventos como éste su función es contrarrestar cualquier incidente o voz que surja en detrimento del personaje principal, es decir, se trata de gritar más fuerte que aquellos que anuncian hules o se brincan hasta el 10 de mayo.
Sin embargo, el arte del ‘barberismo espontáneo’ implica que se vea y oiga que todo mundo está contento, más no que adoran al tlatoani, menos si éste se encuentra en el balcón presidencial. Y aquí es donde alguien regó el tepache, porque olvidó que Peña Nieto ya no se encuentra en campaña y que la noche del 15 de septiembre no es para rendirle pleitesía al Presidente (para eso tiene el Informe), sino a toda la serie de personajes que adornan los billetes.
Si usted siguió la transmisión por televisión pudo percatarse que las tomas, además de cerradas (quien diría que solo caben en el Zócalo 5 personas con pelucas de colores) solo se enfocaban en un grupo que se desgañitaban no por celebrar la Independencia del país, sino la presencia del presidente a la voz de ¡Peña, Peña!, lo cual nos hace preguntarnos si no hubiera sido más sencillo (y barato) una bonita producción con imágenes de un mitin del 2012 si al final de cuentas era lo que se iba a mostrar. Tanta inversión en tecnología para que el manejo de cámaras se haga a ras del suelo. El hecho no solo resulta molesto sino vergonzoso para efectos de imagen, pues logra todo menos simpatía.
Ahora bien, hubo otro hecho que no solo es criticable sino preocupante . Ese se vio en el balcón presidencial a la hora llenarse con toda la familia del Primer Mandatario. Si bien sabemos que con su elección ya venía con un paquete de una prole numerosa que al igual que sus antecesores posaría para la foto cada 15 de septiembre, en esta ocasión hubo un elemento extra que da visos de la construcción de una imagen imperial.
Ahí para el archivo quedó plasmada la presencia de la novia del hijo del Presidente, lo que llama la atención no solo porque la estructura del balcón puede peligrar conforme se vayan agregando romances con el resto de las hijas, sino porque al parecer se está formando una idea al interior de la Presidencia de una ‘familia real’ a la usanza de las monarquías europeas donde es importante saber con quien se emparentan los primogénitos para dar cuenta de la sucesión.
Ese no es el caso de México. Si no les gusta el bajo perfil es muy su gusto (ya vendrán las quejas porque los medios se meten en sus momentos íntimos cuando la iniciativa vino de ellos mismos), pero es más acorde para todos esos eventos sociales donde lo que se mide es el tiempo en que uno tarda en recitar un apellido y el nombre del diseñador que elaboró la prenda en turno, no para un evento oficial que tiene todo un protocolo institucional. Ese es un error del que tendrán que darse cuenta a tiempo antes de que se les vaya de las manos. Porque no se les olvide, en política (y esto lo es) no solo hay que ser, sino parecer. Y esto cada vez más se parece a otra cosa. Y no es lo que se supone íbamos todos a festejar.
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