Jun 09, 2014Escrito por Revista Hashtag/ @RHashtag
Uno de los argumentos más utilizados para legitimar la Reforma energética afirmaba que la aparición de nuevos competidores en el mercado bajaría los precios de la luz, el gas y la gasolina. La propaganda oficial explotó hasta el cansancio esta idea por medio de una lluvia de spots que, a fuerza de repetición, pretendieron convencernos de las bondades que reportaría para nuestros bolsillos la “modernización” de la industria petrolera.
Ya aprobada la reforma el propio Secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, aseguró que en el tema de la gasolina nunca estuvo “contemplada la reducción de precios”, pues ésta ya se encuentra subsidiada por el gobierno. Es más, según sus propias palabras, de 2014 a 2019 “habrá gasolinazos mensuales, hasta que en 2020 se liberen los precios al libre mercado”.
Con este frente perdido, los defensores de la reforma han mantenido el tema del gas y la luz como sus principales trincheras en la batalla argumental, al tiempo que continúan denostando el discurso nacionalista e ideológico de quienes se oponen a la “modernización” de PEMEX.
Los intelectuales afectos a la reforma se han valido de una idea bastante atractiva, aunque no del todo verdadera, para seguir sosteniendo aquellas trincheras. Según su argumentación el excesivo precio que pagamos por los energéticos es producto de la usencia de un mercado libre y competitivo, de ahí que resulte necesario crear las condiciones para su aparición.
En un mercado libre, ausente de la perniciosa irrupción de “monopolios estatales”, los agentes capaces de llevar al mercado productos energéticos aumentarían provocando un crecimiento de la oferta y, con él, una disminución en los precios. Así, la ley de la oferta y la demanda y los efectos de la competencia fungirían como mecanismos anónimos en la disminución de los precios.
Como se puede observar claramente, lo que subyace a este argumento es una comprensión del mercado como entidad capaz de organizar la economía eficazmente más allá de cualquier intervención gubernamental, este enfoque es sumamente popular entre la ortodoxia económica que hoy coloniza las facultades de esa disciplina y se encuentra supuestamente basado en la famosa metáfora smituiana de la “mano invisible”.
En un texto titulado Más allá de la mano invisible. Fundamentos para una nueva economía Kaushik Basu, primer vicepresidente del Banco Mundial, muestra las inconsistencias de la teoría del equilibrio general, piedra de toque de los economistas neoclásicos para defender el libre mercado, así como sus déficits teóricos y empíricos a través del análisis concreto de los lamentables resultados que la aplicación de políticas fundadas en estas ideas han generado en los países subdesarrollados.
Por su parte, el premio nobel de economía Joseph Stiglitz ha señalado en más de una ocasión que las virtudes del libre mercado tienden a trastocarse cuando se les concibe dogmáticamente como una solución automática e indiferenciada a los complejos problemas socioeconómicos que aquejan de forma diversa a cada sociedad. En El malestar en la globalización utiliza como ejemplo lo sucedido en México durante el periodo salinista para mostrar cómo las privatizaciones y la liberalización del mercad no siempre generan competencia y disminución de los precios.
Además de las objeciones de estos economistas que, de ningún modo puede considerarse radicales, debe señalarse que la propia idea de libremercado carece de fundamento teórico y empírico. Todo mercado, por más que la ortodoxia neolibral tienda a negarlo, es una construcción político-jurídica. De tal forma que, tanto las reglas de operación como los límites entre lo permitido y no permitido en el mercado, responden, en última instancia, a decisiones de índole político.
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