CIUDAD DE MÉXICO, 8 de junio.- A las protagonistas de los siguientes relatos se les preguntó si querían conservar el anonimato. Todas respondieron que no, que enamorarse de sacerdotes y formar una familia con ellos no es motivo de vergüenza ni un sacrilegio, aunque durante años lo pensaron así.
Tres mujeres mexicanas aceptaron no sólo dar su nombre, sino compartir con Excélsior su postura sobre las declaraciones del papa Francisco, quien recientemente aceptó que el celibato no es un dogma y que “está abierta la puerta” para que se debata la posibilidad de que sea una decisión optativa.
Ellas son Susana, Silvana y Judith, y al igual que lo hicieron las 26 italianas que escribieron al Papa para explicarle que los sacerdotes desempeñarían con “más pasión” su ministerio si fueran apoyados por una mujer que los ama, las tres cónyuges de curas mexicanos consideran que un ministro con esposa e hijos tiene más visión y sensibilidad para comprender los problemas de la comunidad, apoyar a jóvenes o auxiliar a matrimonios.
Sus propias familias las llamaron “demoniacas”. Los vecinos les retiraron el habla por considerarlas “impuras”. Les dijeron que sus hijos nacerían con síndrome de Down por ser producto de una relación sacrílega. Fueron marginadas y durante años vivieron su idilio en la clandestinidad, atormentadas por el dilema de permanecer en el silencio o proponer a sus parejas abandonar el sacerdocio.
Durante años tuve que agachar la cabeza ante la gente que me señalaba. Me decían ‘la amante’, ‘la pecadora’; decían que yo era la culpable de que mi marido dejara el ministerio”, relata Susana Magallanes, de Guadalajara.
“Las mujeres somos más repudiadas. Somos las que incitamos, piensan que premeditamos la conquista, pero no es así”, agrega la tapatía, quien considera que la sociedad pocas veces repara en el sufrimiento que implica enamorarse de una persona a quien el mundo considera intocable.
El pasado 19 de mayo, el diario italiano La Stampa publicó una carta en la que un grupo de 26 parejas sentimentales de sacerdotes católicos solicitaron al papa Francisco que ponga fin al celibato impuesto al clero, además de narrarle sus sentimientos y el sufrimiento que eso conlleva.
Queremos, con humildad, poner a sus pies nuestro sufrimiento para que algo pueda cambiar no sólo para nosotros, sino por el bien de toda la Iglesia”, dice la misiva.
Amamos a estos hombres, ellos nos aman, y en la mayoría de los casos, con toda la voluntad posible, no se logra romper un vínculo tan sólido y fuerte... las opciones son el abandono del sacerdocio o la resignación a seguir viviendo una relación secreta”, añade el texto.
Seguir siendo célibes, pese a que se tiene a una mujer al lado en el silencio, puede parecer una situación hipócrita, pero lamentablemente se está obligado a esta dolorosa elección”, rematan.
Por primera vez en México, las esposas de sacerdotes católicos alzan la voz sobre el celibato y se solidarizan con la petición de las italianas.
Ser célibes no vuelve diferentes a los hombres. Todo hombre nace completo, con sexualidad y con sentimientos. La decisión de tener o no mujer debe ser opcional”, señala Silvana Tamayo, de León Guanajuato.
México es muy tradicionalista, nos educan bajo el principio de premio y castigo; ven a Dios como un loco que en todo momento te mira para ver cuándo te equivocas. Yo prefiero ver a un Dios de amor y perdón.”
Por su parte, Judith Bojórquez, admite que, al principio, cuesta mucho trabajo superar el sentimiento de culpa y enfrentar a las familias y a la gente que les rodea. “Las familias te rechazan y los vecinos te dan la vuelta, piensan que tú te le metiste al sacerdote”.
Al principio, sus relaciones fueron llevadas en la clandestinidad. Hasta que los sacerdotes decidieron terminar con su doble vida y pidieron la dispensa de los votos. Pero ahí empezó otro problema, pues las autoridades eclesiásticas en lugar de aceptar los argumentos de los ministros, los conminaban a dejar a sus mujeres, olvidarse de los hijos y cambiar de parroquia, con tal de que no abandonaran los hábitos.
Iglesia ofrece cambiarlos de parroquia
En Sobre el cielo y la Tierra, libro que en 2012 publicó el entonces cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, en coautoría con el rabino Abraham Skorka, el hoy papa Francisco refiere que “si un sacerdote viene a verme y me dice que ha dejado embarazada a una mujer, yo le escucho, intento tranquilizarlo y poco a poco le hago entender que el derecho natural está antes que su derecho como sacerdote. Y, como consecuencia, debe dejar el ministerio y hacerse cargo del hijo”.
Pero en el caso del sacerdote José González Torres, hoy esposo de Susana Magallanes, no ocurrió así, pues las autoridades eclesiales, al enterarse de que éste iba a tener una hija, le ofrecieron trasladarlo de parroquia a cambio de olvidarse de la mujer y de la niña que venía en camino.
La solicitud de dispensa de votos —trámite que realizan las diócesis católicas ante el Vaticano cuando un sacerdote decide dejar el ministerio— le fue negada desde el primer instante, pues los obispos preferían tolerar que el cura tuviera una doble vida antes que perder a un buen elemento.
José ya tenía dos hijos y seguía ejerciendo el ministerio, cuando se le presenta un viaje a Perú para realizar una misión a la que no podía rehuir. El viaje duró dos años, y al regresar a México vuelve a solicitar la dispensa, pero sus superiores de nuevo le ofrecen un cambio de diócesis.
No fue sino hasta 2007, diez años después de que inició la relación con su actual esposa, que José decide casarse por el civil, con lo cual sus superiores ya no tendrían argumento para retenerlo. La carta de aceptación llegó en 2012 y al año siguiente se celebró la boda religiosa. Actualmente, José y Susana tienen cuatro hijos de 14, 13, 10 y cincoaños.
“Mi papá hace todo eso, mi papá es sacerdote”
Cierta mañana, un grupo de seminaristas católicos de Guadalajara llegó a una primaria para platicar con alumnos e informarles sobre lo que hace un cura. El objetivo era promover las vocaciones sacerdotales y, para tal fin, habían seleccionado a estudiantes de primero.
Los misioneros estaban explicando las artes de oficiar misa, dar la comunión a los feligreses, confesar a los pecadores y ayudar a las comunidades necesitadas, cuando uno de los chiquillos brincó de su pupitre para exclamar: “¡Mi papá hace todo eso, mi papá es sacerdote!”.
En un principio, los seminaristas y las maestras creyeron que el niño era un ideático, y mandaron llamar a la mamá para aclarar la situación, pero el menor no mentía. Su madre es Susana Magallanes y en mayo pasado cumplió un año de casada con José González Torres, sacerdote que durante más de diez años pugnó porque le dieran su dispensa de votos para unirse en matrimonio y atender a los cuatro hijos que procrearon.
“Es muy triste, pero en México hay muchas mujeres enamoradas de sacerdotes que viven con remordimientos y que son satanizadas por la sociedad”, afirma Susana. “Mi marido y yo conocemos a muchos ministros que añoran tener esposa e hijos, y juran que harían mejor su trabajo si tuvieran la motivación que da una familia”, agrega.
Por ello asegura que el celibato sacerdotal debe ser opcional. “No niego que haya personas santas con la vocación de ser célibes, pero hay muchos otros que podrían ejercer su ministerio con todo el amor que se necesita si se les permitiera tener una pareja”.
La historia de Susana y José comenzó en 1997, cuando ella era catequista y él llegó a para suplir al sacerdote de la parroquia en la que Susana trabajaba, en la capital de Jalisco. La relación de trabajo en jornadas juveniles y labor comunitaria se transformó en amistad y pronto comenzaron las salidas al cine y a tomar café.
Durante seis meses fueron novios a escondidas, hasta que Susana quedó embarazada. A diferencia de la familia de él, que aprobó la relación en virtud del vínculo amoroso, la madre de ella reprobó los hechos, al grado que la muchacha debió salir de su casa. “Eso es cosa del demonio y ese bebé es hijo del pecado”, le reprochaba.
Incluso, con el afán de evitar el concubinato de su hija, la mujer presentó una demanda por secuestro contra el presbítero. Sin embargo, Susana decidió enfrentar el rechazo de su familia y las condenas de los vecinos con tal de tener al bebé y hacer familia con el cura que le había prometido dejar los hábitos y ser su esposo.
“La vida es un don de Dios, no del demonio”, reflexiona Susana a 14 años de distancia de aquellos episodios. Aunque admite que le costó trabajo encontrar la paz y convencerse de que no le robó un sacerdote a la Iglesia, sino que la sociedad ganó un padre de familia amoroso, honesto y solidario.
Susana cuenta que en cierta ocasión, un amigo le habló a José en la medianoche para decirle que un familiar estaba muy enfermo y que le urgía la presencia de un sacerdote para brindarle la unción. José le ofreció varios teléfonos, pero ninguno estaba disponible. Ante la emergencia, José le propuso ser él mismo quien fuera a atender a la persona que agonizaba.
“Se fueron a la una de la mañana y regresaron a las 4 y media. José tenía que levantarse a las 5 para irse a trabajar, así que ya no durmió, pero estaba feliz. Él me dijo ese día que con gusto volvería a ser sacerdote, que no le importaría que no le pagaran, que él podría mantenerse con su trabajo, pero que de mil amores volvería a ser cura”.
“Todo se acabó cuando mi marido decidió ser honesto”
Silvana Tamayo cree que una vida familiar ayudaría a reducir el abuso sexual
“Nosotros amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. Es muy difícil cortar un vínculo tan sólido y bello que lleva en sí el dolor de lo no plenamente vivido. Un estira y afloja que lacera el alma: si se decide por un alejamiento definitivo las consecuencias no son menos devastadoras a la alternativa del abandono del sacerdocio o la persistencia para siempre de una relación secreta.”
Al leerle el fragmento de la carta que las mujeres italianas le enviaron al papa Francisco el pasado 19 de mayo, Silvana Tamayo no duda en suscribirla. Ella también lo vivió y piensa que el celibato es una medida que no sólo orilla a miles de mujeres y hombres a vivir en la clandestinidad, sino que priva a los sacerdotes de conocimientos, sensaciones y vivencias que los acercarían más a la comunidad cristiana.
Originaria de León, Guanajuato, Silvana cuenta que, mientras ejerció el ministerio, su esposo fue un sacerdote excepcional, pues en varias ciudades del país formó grupos de jóvenes para alejarlos de las drogas y realizó una intensa actividad para rescatar a niños en situación de calle. “Sin embargo, todo eso se acabó cuando decidió ser honesto y decirle a sus superiores que estaba enamorado y que tenía una hija. Estos hombres pueden hacer mucho bien, pero la Iglesia prefiere hacerlos a un lado”.
Silvana y su esposo formaron en León un grupo de ayuda, al que asisten parejas en la misma situación que ellos, donde hay mujeres enamoradas de sacerdotes o presbíteros en activo que mantienen una relación sentimental. Ella asegura que sólo una de cada cinco personas no tiene miedo, el resto vive con remordimientos, mantiene su relación en secreto o prefiere no decir que ya se casaron.
Madre de una adolescente, Silvana cree firmemente en el celibato opcional. Asegura que la medida ayudaría a reducir el abuso sexual por parte de sacerdotes, aumentaría las vocaciones y daría a la sociedad sacerdotes más humanos. “Cómo puede un cura dar un consejo si no sabe la angustia por un hijo que no llega a la casa, si no sabe que si no trabajas no comes”.
Silvana y Roberto se conocieron en 1996. Ella apoyaba a su parroquia en las pastorales juveniles y él era un sacerdote 15 años mayor. El trabajo cotidiano con los jóvenes, la empatía de ideas, charlas constantes y la admiración hacia el trabajo del presbítero hicieron que un día Silvana se diera cuenta que no quería dejar de ver a Roberto.
Fueron novios durante tres años y ella quedó embarazada en junio de 1999. Cuando Roberto cuenta todo a sus superiores, éstos deciden enviarlo a Hidalgo, a un centro de retiro donde canalizan a los sacerdotes alcohólicos, homosexuales o que están enamorados. Silvana pide ir con él, pero no se lo permiten, por lo que debe vivir sola su embarazo.
Silvana cuenta que durante ese tiempo, los superiores de Roberto la mandaron vigilar para que no contara su historia al obispo de la diócesis. Un auto estaba apostado afuera de su casa. Es más, a varios de sus amigos de la universidad les prohibieron acercarse. Cuando la bebé nació, los padres de Roberto fueron al hospital a maldecirla y culparla porque su hijo había extraviado su vocación.
Para la primavera de 2000, la niña tenía ocho meses de edad cuando el padre salió del centro de retiro y volvió con su familia. Roberto pidió su dispensa de votos, pero las autoridades de la Iglesia le dijeron que esa licencia sólo se expide por faltas de “mayor gravedad”, de modo que, ocho meses después, sin esperar dicho trámite, se casaron por el civil.
Un día antes de la boda, los suegros fueron a ver una vez más a Silvana para decirle que era la personificación del “demonio” y que sus hijos nacerían con síndrome de Down. El escándalo se extendió y hasta en las tiendas de abarrotes le negaban la mercancía.
Abandonar el ministerio sacerdotal es algo más que dejar la sotana, pues los “desertores” de la Iglesia salen a la calle sin ninguna indemnización y con habilidades que son poco requeridas en el mercado laboral.
En el caso de Roberto, su formación como teólogo, filósofo y guía espiritual le complicó encontrar trabajo una vez que decidió dejar el sacerdocio para unirse en pareja con Silvana.
El dueño de una línea de autobuses de León que lo conoció cuando vestía los hábitos lo empleó como capellán. “No importa que te hayan sacado de la Iglesia, para mí siempre serás sacerdote”, le dijo. Y Roberto se convirtió en consejero de los operadores.
Entre los choferes de autobús existen muchos conflictos familiares. Dado que deben viajar mucho y por largas temporadas, es frecuente la desintegración familiar. Roberto, entonces, se encarga de darles auxilio espiritual.
Él ejerció durante 10 años el ministerio. Cuando decidió pedir la dispensa de sus votos sacerdotales, las autoridades de la diócesis hicieron una historia de vida para evaluar su trayectoria, donde se constató su trabajo con jóvenes y niños de la calle.
Hasta la fecha, la dispensa no ha llegado, pues se requieren “situaciones de mayor gravedad” al hecho de tener mujer e hijos para que el trámite fluya más rápido.
La noche del 15 de junio de 2003, Judith Bojórquez recibió la llamada telefónica que más la ha estremecido en su vida.
—Bueno…
—Mi amor, ¿cómo estás?
—Bien, Beto… ¿Qué pasó?
—Acabo de oficiar mi última misa… mañana voy por ti.
—¿En serio?
—Quiero estar contigo el resto de mi vida. Te amo, eres todo para mí…
La llamada era del padre Alberto de León, quien ese día decidió dejar los hábitos. Ya llevaba tres años de novio con Judith, a quien conoció en Los Mochis, Sinaloa, y no veía la hora de proponerle matrimonio. Hacía tres meses que se había ido a Irapuato por órdenes de su obispo. Dos días después, el 17 de junio de ese año, ambos estaban viviendo juntos en Guanajuato.
Once años han pasado desde aquel acontecimiento y Judith está convencida de que la Iglesia está perdiendo buenos sacerdotes debido al celibato. “En nuestro círculo de amigos hay muchos sacerdotes, y todos coincidimos en que un ministro sería mejor si tuviera a lado a una mujer que lo ame. Eso les daría más experiencia para tratar con los feligreses”, afirma.
“Cómo vas a dar un consejo si nunca has sido papá, cómo vas a hablar ante los matrimonios de convivencia y comprensión si no conoces el amor de pareja.”
Judith coincide con los que afirman que detrás de la imposición del celibato hay razones económicas, pues un sacerdote solo requiere menos sustento que uno con familia. “Desde luego que, en caso de que el celibato fuera opcional, debería haber reglas bien claras sobre economía y administración, porque es evidente que la esposa y los hijos de un sacerdote implican gastos, y tampoco se trata de que le quiten el dinero a las iglesias”.
La sinaloense cuenta que uno de los motivos que impulsó a su marido a dejar el ministerio fue ver que muchos sacerdotes mueren solos, sin familia que los asista cuando están enfermos. “Me gusta lo que hago, amo a Dios, pero no quiero morir en esas condiciones”, le dijo Beto a Judith.
Judith tenía 19 años cuando decidió dejar familia y amigos para seguir al sacerdote que conoció dos años antes. Ambos trabajaban organizando actividades para grupos de jóvenes católicos. Confiesa que después de las jornadas parroquiales se veía a escondidas con el hombre que entonces tenía 34 años.
Después de tres años de servicio en Los Mochis, el padre Beto recibe la noticia de que debe volver a Irapuato. Judith entra en shock. Él le promete que dejará el ministerio y volverá para llevársela al Bajío. La pareja se despide. Ella piensa que será para siempre. Tres meses después entró la llamada que le devolvió la alegría a Judith.
“No sabes, fue todo un show”, recuerda Judith. “La mamá de él dijo: ‘No puede ser. ¡Cómo mi hijo, el que entregué a Dios, me viene a decir que ya tiene mujer!’ Él les dijo: ‘¡Estoy enamorado, quiero que me entiendan!’, pero poco a poco me la fui ganando.
“Con quien sí fue difícil reconciliarme fue con mi mamá. Ella quería que me quedara en Los Mochis para terminar la universidad, pero Beto no estaba dispuesto a dejarme sola.”
Actualmente, Judith y Alberto tienen tres hijos, de 10, ocho y cuatro años. Ella es jefa de un grupo deboy scouts en una congregación salesiana. Él es director de una escuela de la Universidad La Salle, en Salamanca, y por las tardes da clases de sicología en una preparatoria.
“Dios no nos ha puesto barreras, sólo bendiciones”
“Tú sólo dime que no te quieres ir y nosotros nos encargamos de todo”. Esas fueron las palabras que le dijeron al padre Alberto de León, cuando informó a sus superiores que estaba enamorado, que su mujer estaba embarazada y que deseaba renunciar al ministerio para formar una familia.
—Pero es que quiero estar con mi mujer— insistió Alberto.
—Ése no es motivo para que nos dejes— le respondió su inspector.
—Ella va a tener un hijo mío…
—No te preocupes por ella. Ella va a tener a su hijo. A ti te podemos mandar a retiros espirituales.
Hasta la fecha, Alberto recibía su dispensa de votos sacerdotales, a pesar de estar casado por el civil con Judith.
El papa Francisco, quien se pronunció en favor de debatir la viabilidad del celibato opcional, escribió en 2012 el libro Sobre el cielo y la Tierra, en el que reflexiona sobre sacerdotes que han preñado a una mujer. “Deben dejar el ministerio y hacerse cargo del hijo, incluso en el caso de que decidan no casarse con la mujer, porque de la misma forma que aquel niño tiene derecho a tener una madre, también tiene derecho a tener un padre con una cara.
“Ahora, si un cura me dice que se ha dejado llevar por la pasión, que ha cometido un error, lo ayudo a corregirse… La doble vida no nos hace bien, no me gusta, significa dar sustancia a la falsedad”, refiere el texto.
Judith piensa que su esposo ha hecho las cosas bien. “Yo le digo que él siempre debe ir con la frente en alto, pues está viviendo el amor. Si Dios no hubiera querido que estuviéramos juntos, nos habría puesto barreras, y, al contrario, sólo nos ha dado bendiciones”.
http://www.excelsior.com.mx/nacional/2014/06/08/963942
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