Este es el último viernes que aquí nos encontramos. Esto no significa que cerraré la boca, que cruzaré los brazos. Tiempos aciagos vive el país. No es momento de callar, de rendirse.
Si abrí los ojos para ver el rostro puro y terrible de mi patria; si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra: Blas de Otero
No soy una víctima más de la represión. No soy una víctima punto. Otros hay que pagan con su vida o con su libertad el haberse atrevido a contar lo que en este país realmente sucede, el tener la osadía de desnudar, de enfrentar con su pluma o con su cámara este régimen corrupto y criminal que padecemos.
Hace mucho que no estoy en el terreno al lado de esos que se juegan el pellejo todos los días. Como no tengo el coraje para estar, hombro con hombro, con ellas y ellos, no reclamo para mí solidaridad alguna, aunque agradezco de todo corazón las muestras de respaldo que he recibido. Ofrezco, más bien, mi solidaridad a quienes, realmente, corren peligro. Lo he hecho desde este espacio y en las calles, mientras intentaba seguir sus pasos con la cámara al hombro; lo seguiré haciendo mientras viva.
Yo escribo, escribía más bien, para publicar todos los viernes en este espacio, y desde hace once años, lo que de mi patria herida me lastima; lo que de este régimen, que la ha masacrado, saqueado, traicionado me indigna, me encabrona. Yo escribo, escribía más bien en este espacio, de las mujeres y los hombres, de las causas y luchas que me han llenado de dolor y de rabia y también, es preciso decirlo con todas sus letras, de alegría, de vigor y de esperanza.
Yo escribo por las mismas razones por las que contamos historias en la pantalla de tv o del cine: para exorcizar esa violencia a la que he mirado de frente a los ojos. Escribo para combatir al odio y al miedo, las dos caras de la misma moneda, con la que el poder paga para seguir dividiéndonos y dominándonos. Escribo contra la intolerancia y contra la muerte. Contra la guerra y contra esos imbéciles que disfrazados de general mandan a los jóvenes a matar y morir.
Escribo por la vida y por la libertad. En homenaje a lo que nos hace dignos y plenos. En reconocimiento a las mujeres y a los hombres que no claudican, que como las madres y padres de guardería ABC, como Javier Sicilia, transforman su dolor en fuerza. Escribo para contar la hazaña, todavía inconclusa, de quienes luchan por la justicia y la democracia como los zapatistas, Andrés Manuel López Obrador o los jóvenes de #YoSoy132. A ellas y ellos agradezco el aliento vital que, emocionado, me hizo emborronar tantas cuartillas.
Soy terco. Mantengo y mantendré el dedo siempre puesto en el mismo reglón, hurgando la misma llaga. Aprendí a aprovechar hasta el más mínimo resquicio para decir lo que pienso, lo que creo, lo que siento. Nada me avergüenza de este intento. A nadie más que a usted que me lee debo agradecimiento. No puedo dar las gracias por una libertad para expresarme que jamás puse sobre la mesa de negociación para ganarme este espacio. Reconozco, eso sí, el que nunca se tocara ni una sola coma de cuanto aquí publiqué. Hasta ahí habríamos llegado.
Reconozco también que, por una relativa falta de asiduidad —muchas otras tareas me hicieron difícil escribir todos los viernes a últimas fechas— facilité mi despido; un despido anunciado, por otro lado, desde el primero de diciembre de 2012 cuando se consumó la imposición de Enrique Peña Nieto.
Es cierto, como dice Carlos Marín en la carta en la que me anuncia su decisión de ya no publicar mis artículos, que existe, de mi parte, “falta de compromiso con MILENIO” y es que, desde mi punto de vista, hace mucho que este diario tiene un compromiso con el régimen que no puedo ni debo compartir. Jamás, por otro lado, consideré condición previa y necesaria ese compromiso corporativo al que alude Marín y cuya falta hoy se me imputa. Jamás lo hubiera aceptado.
Ya con esta me despido; más bien me despiden. No volveré a escribir en este diario, es este el último viernes que aquí nos encontramos. Esto no significa que cerraré la boca, que cruzaré los brazos. Tiempos aciagos vive el país. No es momento de callar, de rendirse. Me queda, nos queda la palabra, para empeñarla, para empeñarnos a fondo en la búsqueda de la paz, la justicia, la democracia que por tanto tiempo nos han negado y con tanta urgencia necesitamos.
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