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artes 10 de diciembre de 2013: 93 senadores sembraron en el futuro de los mexicanos la maldición de una guerra. Al abrir de par en par las puertas legales para que las corporaciones trasnacionales se apoderen de los hidrocarburos, la electricidad y los yacimientos mineros del país, los legisladores sentaron las bases para un completo dominio extranjero sobre el territorio nacional que hará inevitable un nuevo proceso de independencia. Es cierto que falta aún que la Cámara de Diputados y los congresos locales aprueben esta claudicación constitucional. Si lo hacen, México tendrá que librar una guerra para sacudirse el yugo que puede prefigurarse desde ahora.
Los capitales invertidos en la industria energética internacional son insaciables y bestiales. En los países en los que operan no dudan, cuando sus intereses se ven amenazados, en recurrir al soborno, a la intromisión política, al asesinato, a la desestabilización y a la invasión militar. Para eso controlan los gobiernos de potencias militares mundiales como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Esta vocación de violencia, así como el principio general de que la guerra es la continuación de la política y de la economía, no son entelequias de principios del siglo pasado: hace apenas una década Irak fue arrasado para secuestrar su producción de crudo y unos años antes fue invadido Afganistán para controlar los oleoductos que lo atraviesan.
Si se consuma la entrega en curso no va a pasar mucho tiempo antes de que los buitres de los hidrocarburos estén extrayendo y comercializando el petróleo mexicano y dejando en el país, a cambio, desigualdad, miseria, sobrexplotación, descomposición institucional, contaminación y mierda. Incluso para una población tan paciente como la que somos, el expolio estructural y legalizado se volverá tan transparente e intolerable que la llevará a una protesta generalizada sin vías de solución: para entonces, el gobierno nacional será tan débil y dependiente que, así tuviera voluntad para representar y encauzar el descontento, no tendrá posibilidades legales ni políticas para ello; con o sin él, se volverán inevitables la revuelta y la resistencia armada contra los ocupantes.
En 1938 el Estado mexicano no sólo tuvo la fortuna de estar encabezado por un ciudadano honesto, inteligente y patriota: contó también con una circunstancia internacional excepcional y casi irrepetible que dio el margen necesario para que pudiera realizarse una expropiación legal y pacífica que tuvo, pese a todo, una culminación feliz: para evitar males mayores, el país se avino a pagar, con la cooperación solidaria del pueblo pobre, la extorsión que las empresas petroleras expropiadas cobraron para no desatar una guerra contra México. Pero ya no habrá una próxima oportunidad para que ese pueblo vuelva a pagar por recuperar lo que es suyo. Si las corporaciones energéticas internacionales, insaciables y bestiales, regresan a sentar sus reales en nuestro territorio, no habrá vía legal y pacífica para sacarlas, porque para entonces su dominio de la vida política y jurídica será total, y seguirán teniendo de su lado a los páneles internacionales de resolución de diferendos. Para evitar cualquier afectación de sus intereses intentarán hundir a los mexicanos de entonces en una guerra civil y, si no lo consiguen, llamarán a sus brazos armados –los ejércitos de las potencias militares occidentales– a ocupar el país.
Es imposible saber cuándo tendrá lugar esa segunda independencia. Puede ocurrir en unos pocos años o en décadas. Quién sabe si sigan vivos para entonces los senadores que votaron por la entrega de los recursos naturales al extranjero, si algunos de ellos llegarán a ver las consecuencias atroces y sangrientas de lo que hicieron el martes pasado. En caso afirmativo, es posible incluso que uno o dos de ellos recapaciten, pidan perdón y se sumen a la causa de la recuperación del sector energético nacional, de la soberanía y de la libertad nacional. Hoy por hoy son personas que piensan en la consumación de sus próximos negocios; o en una senda de jaloneos y transacciones para llegar más lejos en sus respectivas carreras políticas; o en recibir un jugoso reconocimiento de manos del ensoberbecido patán que despacha en Los Pinos; o en festejar la consumación de la utopía horrenda con la que han soñado, acaso por convicción, desde siempre: instaurar la ley de la jungla del mercado libérrimo como modelo de civilización. No creo, en todo caso, que haya entre ellos alguno tan perverso como para estar plenamente consciente de la tragedia por la que han encaminado a México.
Mucha sangre se invirtió ya en el pasado para hacer de éste un país soberano e independiente y, de pronto, llega un centenar de señoritos a levantar el dedo por consigna –o por convicción equivocada– y en unas horas echan por tierra lo que se había conseguido en siglos. Si llegas a toparte con uno de ellos, tómate la molestia de explicarle las consecuencias y las implicaciones de su acción del martes. No es tan difícil ni improbable: son casi un centenar, sus caras están en la página web del Senado de la República y sus nombres son los siguientes:
José Rosas Aispuro Torres, Roberto Armando Albores Gleason, Blanca María del Socorro Alcalá Ruiz, Ivonne Liliana Álvarez García, Daniel Amador Gaxiola, Angélica del Rosario Araujo Lara, Daniel Gabriel Ávila Ruiz, María Elena Barrera Tapia, Ricardo Barroso Agramont, Enrique Burgos García, Francisco de Paula Búrquez Valenzuela, Luisa María Calderón Hinojosa, Jesús Casillas Romero, Manuel Cavazos Lerma, Raúl Cervantes Andrade, Miguel Ángel Chico Herrera, Ernesto Javier Cordero Arroyo, Manuel Humberto Cota Jiménez, Gabriela Cuevas Barron, Adriana Dávila Fernández, María Cristina Díaz Salazar, Francisco Domínguez Servién, Pablo Escudero Morales, Omar Fayad Meneses, Braulio Manuel Fernández Aguirre, Hilda Esthela Flores Escalera, Juan Gerardo Flores Ramírez, Margarita Flores Sánchez, Norma Alicia Galindo Matías, Emilio Gamboa Patrón, Ernesto Gándara Camou, Francisco García Cabeza de Vaca, Silvia Guadalupe Garza Galván, Diva Hadamira Gástelum Bajo, Roberto Gil Zuart, Mariana Gómez del Campo Gurza, Arely Gómez González, Félix Arturo González Canto, Isaías González Cuevas, Jorge Emilio González Martínez, Raúl Gracia Guzmán, Marcela Guerra Castillo, Víctor Hermosillo Celada, Ismael Hernández Deras, Lizbeth Hernández Lecona, Juana Leticia Herrera Ale, Ana Lilia Herrera Anzaldo, Fernando Herrera Ávila, Aarón Irízar López, René Juárez Cisneros, Héctor Larios Córdova, Jorge Luis Lavalle Maury, Francisco Salvador López Brito, Adán Augusto López Hernández, Javier Lozano Alarcón, María Verónica Martínez Espinoza, Patricio Martínez García, José María Martínez Martínez, Humberto Domingo Mayans Canabal, Luis Armando Melgar Bravo, Carlos Mendoza Davis, Sonia Mendoza Díaz, Lilia Guadalupe Merodio Reza, Armando Neyra Chávez, José Ascención Orihuela Bárcenas, Martín Orozco Sandoval, María del Pilar Ortega Martínez, Maki Esther Ortiz Domínguez, Graciela Ortiz González, Claudia Artemiza Pavlovich Arellano, César Octavio Pedroza Gaitán, David Penchyna Grub, Eviel Pérez Magaña, María el Rocío Pineda Gochi, Jorge Luis Preciado Rodríguez, Carlos Alberto Puente Salas, Laura Angélica Rojas Hernández, Mely Romero Celis, Carlos Romero Deschamps, Juan Carlos Romero Hicks, Miguel Romo Medina, Óscar Román Rosas González, Luis Fernando Salazar Fernández, María Lucero Saldaña Pérez, Ninfa Salinas Sada, Gerardo Sánchez García, Alejandro Tello Cristerna, Teófilo Torres Corzo, Fernando Torres Graciano, María Marcela Torres Peimbert, Salvador Vega Casillas, Héctor Yunes Landa, Fernando Yunes Márquez y José Francisco Yunes Zorrilla.
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