Granier después de visitar su despacho en la ciudad de México.
Foto: Miguel Dimayuga
Foto: Miguel Dimayuga
MÉXICO, D.F. (apro).- Desde la detención de Mario Villanueva, el hombre poderoso de Quintana Roo que tuvo a bien pelearse con la DEA y con Ernesto Zedillo en el momento equivocado, no habíamos visto a algún otro exgobernador del PRI como Andrés Granier que cayera en desgracia con la rapidez y el nivel de escándalo como el químico tabasqueño.
Perlas declarativas tan elocuentes como la de Roberto Madrazo han acompañado esta caída anunciada desde el audio escándalo del 14 de mayo. Madrazo, el hombre de las cajas de millones de dólares y de las trampas por doquier, pidió “la expulsión inmediata” de Granier del PRI. César Camacho, dirigente nacional del tricolor, le hizo segunda afirmando que el químico “tiene los días contados” en el “nuevo PRI”, mientras que el gobernador de Nayarit, Roberto Sandoval, le declaró a Brozo en Televisa el nuevo acto de fe de los mandatarios del Revolucionario Presidencial:
“No hemos sabido hacer una defensa ante los priistas, Granier es un ciudadano gobernador que llegó al PRI (quizá como extraterrestre o alienígena, diría la R. Monsiváis), pero no es del PRI, el PRI es Enrique Peña Nieto, el PRI es (sic) gobernadores responsables que han salido con todo el derecho como Miguel Osorio”.
Granier no es sólo un síntoma de la enfermedad que se llama corrupción y que ha invadido a todo el país, desde que los gobernadores se volvieron virreyes y están en vías de transformarse en opulentos Mirreyes (como Javier Duarte, en Veracruz, o Beto Borge, en Quintana Roo).
El caso Granier encarna las dos caras de una misma moneda: la simulación en la lucha contra la impunidad y la impudicia del entorno político para elegirlo a él como el tiranuelo a modo para mandarle un mensaje a todos los demás que, como el químico, también reparten sus cientos de ropitas en muchas casas de México y el extranjero.
Los expedientes de corrupción son múltiples. Pudo ser el tabasqueño Granier o el coahuilense Humberto Moreira, o el veracruzano Fidel Herrera, el oaxaqueño Ulises Ruiz, el poblano Mario Marín, los tamaulipecos Tomás Yarrington y Eugenio Hernández, el sonorense Eduardo Bours, el nayarita Ney González o el reforzado ex mandatario mexiquense y tío del primer mandatario, Arturo Montiel. Eso por sólo mencionar a los priistas.
Denuncias de desfalcos, sobreendeudamiento, lavado de dinero, vínculos con el crimen organizado, enjuagues millonarios con las televisoras y redes familiares de saqueo del erario público están presentes en los últimos 15 años en prácticamente todos los partidos.
Del lado del PAN ahí está el caso del exgobernador panista (priista) Luis Armando Reynoso Femat, de Aguascalientes, pero no se olvidan las denuncias contra Emilio González, en Jalisco, o las del ahora defenestrado gobernador de Morelos, Sergio Estrada Cajigal, el del “helicóptero del amor”. Y del lado perredista, el caso emblemático de Juan Sabines en Chiapas o la red de nepotismo de Amalia García en Zacatecas, o las sospechas de colusión contra Leonel Godoy en Michoacán, por mencionar sólo algunos casos. Sin entrar siquiera a los alcaldes.
La diferencia es que Granier no sólo robó a manos llenas (y ahí están los testimonios de los tabasqueños), e hizo del cargo público el último delirio de su grandeza tropical. La diferencia es que cayó de la gracia del equipo de Enrique Peña Nieto cuando impuso como candidato del PRI a la gubernatura a quien iba en contra de los intereses de la familia Neme Sastre, socios y aliados del aspirante presidencial.
Granier rompió el pacto de complicidad que les permitió a los otros robar, pero también obtener alianzas y “pactos de no agresión” con Peña Nieto. Tal parece que en la lucha contra la corrupción no se trata de limpiar la casa sino quitar los escombros incómodos de un edificio institucional que está absolutamente invadido por la humedad de la corrupción.
Así está el sistema político mexicano: un andamiaje caduco que se pudrió aún más con la docena trágica de los panistas. ¿Qué otra cosa sino indicios de una escandalosa corrupción en el manejo de los recursos del Senado está también detrás del pleito reciente entre corderistas y maderistas? Si por 206 millones de pesos dan este espectáculo público los del blanquiazul, imaginemos lo que no hicieron durante los seis años del calderonismo.
La corrupción es el sistema, dijeron algunos analistas sobre el régimen mexicano. Pero esta corrupción que se justificaba con frases como “donde hay obras, hay sobras”, “político pobre es un pobre político” o “robamos, pero repartimos” ya no aguanta mucho más.
Ahí está el caso sintomático de la irrupción social de los brasileños. Bastó un pretexto -el alza al transporte público en las ciudades más grandes- para que la pradera se incendiara. El “milagro” de la economía más grande de América Latina se deshace ahora en las calles, en las redes sociales, en las universidades públicas, en las favelas, en los medios críticos de Brasil.
Están sorprendidos los gobernantes de la izquierda brasileña y los alcaldes de Sao Paulo y Río de Janeiro porque pensaron que la alfombra del sistema era demasiado grande para que no se viera la corrupción ingente que acompañó al “milagro”.
Tal vez Granier es un caramelo para frenar el enorme descontento social que existe en México por la corrupción que como cabeza de hidra alcanza a toda la clase política.
Pero, también, el caso Granier puede ser el peligroso inicio de una oleada de indignación que no se quedará en los humedales de Tabasco. Son las horas de junio peligrosas si la justicia se convierte en mera simulación.
Twitter: @JenaroVillamil
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