domingo, 23 de junio de 2013

Felicidad e indignación. José Agustín Ortiz Pinchetti

L
os mexicanos somos desconcertantes. Somos uno de los pueblos más originales de la Tierra, pero nos desesperamos por imitar lo extranjero. Entramos a la OCDE para que nos confundieran con un país desarrollado. Lo que refleja nuestro profundo sentimiento de inferioridad. Ahora resulta en sus encuestas que entre los miembros somos el país con más bajos niveles de seguridad, empleo, salud. Pero ¡estamos entre las 10 naciones más felices del mundo!
He leído comentarios y escuchado muchas opiniones de sobremesa en ese sentido: la única explicación es que somos básicamente ignorantes de nuestra situación y el atolondramiento, como se ha dicho muchas veces, es precondición para la felicidad. Tengo otra hipótesis, que se ha reforzado por el trabajo político de varios años en barrios y pueblos de Puebla. En México los estratos sociales son duros y no es fácil para los capitalinos que vivimos en el medio profesional fraternizar con la gente común. Tuve oportunidad de ser recibido en las casas, organizar y asistir a innumerables reuniones y comidas, conversar sobre política y asombrarme con la claridad con que se ven las cosas. Eso confirma mi opinión de que la satisfacción con la existencia de nuestro pueblo se deriva que nos orientamos hacia cosas que en países industrializados no son tan importantes: compadrazgo, mitotes bastante alcoholizados, fiestas, padres viejos, abuelos, cumplimiento de tradiciones, gusto por la tierra original, ceremonias religiosas, comidas y música.
Existe otro factor. La gente ha aprendido a resistir por siglos circunstancias difíciles, adaptarse plásticamente y sacar el mejor partido posible. Un líder mexicano estadunidense, que tuvo éxito en la política de EU, me explicó en Chicago:Mientras aquí sufrimos con este maldito clima y tenemos que renovar el coche, pagar la hipoteca y otras cosas, los mexicanos trabajan para disfrutar de inmediato, no en el futuro. Son muy trabajadores, pero se dan sus momentos para compartir con los cuates.
Sin embargo hay incógnitas: ¿Por qué no existe indignación ante el deterioro constante de la vida y de las oportunidades en las últimas tres décadas? La situación es tal que si hoy estallara en México una rebelión –lo que sería indeseable– dentro de 20 o 30 años los historiadores se preguntarían cómo era posible que no nos hubiéramos dado cuenta de lo que se venía encima. Pero la vida fluye. Nos impresiona lo que sucede en Brasil. Una impugnación generalizada, juvenil y multitudinaria contra un gobierno legítimo y exitoso. Se impugna la desigualdad y la corrupción. Hace poco nadie hubiera pensado en este brote. En México la incertidumbre es mayor. ¿Cómo saber lo que pasará cuando se diluya la frágil ilusión que despertó Peña? ¿Cómo reaccionarán los jóvenes que ya dieron muestras de poder organizarse para la inconformidad cuando volvamos a constatar que el camino que se le ha impuesto al país no lleva a ninguna parte?
Twitter: @ortizpinchetti

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