El periódico británico The Guardian la comparó con el subcomandante Marcos, el sitio Terra de Brasil la bautizó como la “Musa Chilena”, la derecha radical de su país, tan arraigada y misógina, la ha insultado (“muerta la perra, se acaba la leva”, twitteó una funcionaria del Ministerio de Cultura), pero más allá de su belleza, Camila Vallejo, representa un nuevo tipo de liderazgo que ha cimbrado a su país y ha llamado la atención internacional.
Su nombre completo es Camila Vallejo Dowling, militante e hija de dos integrantes del Partido Comunista de Chile, pasante de la licenciatura de Geografía. A los 23 años, en noviembre de 2010, alcanzó el liderazgo de la FECH, convirtiéndose en la segunda mujer en más de 100 años en encabezar esta poderosa agrupación. Desde entonces, encabezó un movimiento que logró el paro nacional los días 24 y 25 de agosto pasados, en alianza con la Central Unitaria de Trabajadores, y decenas de manifestaciones estudiantiles que han enfrentado a los policías y a la derecha empresarial.
Vallejo y la FECH demandan el fin de las onerosas deudas adquiridas para financiar la educación superior (una especie de Fobaproa o de corralito universitario chileno) y reclama el acceso público y gratuito a la enseñanza media y superior.
En Chile, el 85 por ciento del presupuesto universitario lo financian las familias y el Estado sólo aporta el 15 por ciento. El 70 por ciento de los estudiantes dependen de un crédito bancario que ha endeudado con intereses agiotistas a miles de familias. La clase media se ha endeudado de por vida para que los jóvenes alcancen alguna licenciatura. Los créditos son 19 veces más caros que el de las universidades de Francia.
Sus más de 150 mil seguidores en su cuenta de Twitter, sus compañeros estudiantes, están convencidos que Camila Vallejo ha logrado lo que desde la época de Salvador Allende no se veía en Chile: el interés de los jóvenes chilenos (nacidos la mayoría durante la etapa posterior a Pinochet) en las cuestiones sociales y políticas.
Más que un fenómeno mediático, constituye la demostración de nuevos liderazgos tras dos décadas de transición política en Chile, modelo “ideal” para los fondomonetaristas y ahora desafío para los neoliberales del gobierno de Sebastián Piñera.
En entrevista con la agencia mexicana Notimex, Vallejo explicó que desde la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) “el Estado trasladó al mercado la responsabilidad de educar” a los jóvenes. Por eso, afirmó a la agencia AP, “en Chile se instauró el modelo neoliberal en la educación y el Estado redujo sus aportes. Hoy el costo de la educación superior descansa en las familias, que tienen que endeudarse para educar a sus hijos. Lo que buscamos es recuperar la educación pública”.
No pide el fin de la burguesía, no reclama la instauración de un modelo socialista, mucho menos encabeza un discurso del odio. Vallejo representa a la nueva ola que abandonó el dogma para tomar la agenda de los derechos sociales como propios (y el centro aquí es la educación).
En tres meses de masivas movilizaciones, los estudiantes chilenos han logrado transitar de la demanda por una educación pública y gratuita a encabezar la propuesta de una nueva Constitución, un nuevo Código del Trabajo, mejor sistema de salud pública, reforma tributaria y la renacionalización del cobre, el recurso estratégico por excelencia de Chile.
El presidente del Colegio de Profesores, Jaime Guajardo, aliado de la FECH de Vallejo, lo sintetizó así en entrevista con Prensa Latina:”entraron los trabajadores al escenario y eso le da una cualidad muy distinta y más profunda a este movimiento que existe en el país”.
“En Chile se ha producido lo que hasta hace no mucho parecía imposible: que una clara mayoría comparta la idea de que el modelo heredado del pinochetismo debe ser cambiado de raíz por otro que abra paso a la justicia social”, sentenció la editorial de la revista chilena Punto Final, que considera lo sucedido en estos tres meses como una “auténtica revolución social”.
El optimismo desbordado no excluye el poder y la capacidad de la derecha chilena, tan arcaica como el pinochetismo, que tiene frente a sí no sólo a una lideresa joven y carismática, sino inteligente que ha rebasado las fronteras de la nación andina.
La camilización de los movimientos sociales y estudiantiles de América Latina puede ser el segundo “contagio” que las redes sociales protagonizarán en esta región tras las revueltas en el mundo árabe.
“Desde los días del zapatista subcomandante Marcos, Latinoamérica no se veía encantada por una líder rebelde”, sentenció The Guardian, en el estilo británico de encumbrar a las nuevas figuras del imaginario europeo.
Por lo pronto, Camila Vallejo, a sus 23 años, con su piercing en la nariz, su largo cabello castaño y sus ojos claros afirma: “siempre voy a estar metida en la política”.
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