Ami modo de ver, lo peor de un político pobre, sin ideas propias, que gobierna mal, pero que a pesar de ello tiene éxito gracias a la publicidad vilmente mercantil, es el mal ejemplo que da. El gobernador (todavía cuando escribo este artículo) del estado de México, que aspira a ser presidente de nuestro país, según las encuestas, de las que siempre hay que desconfiar, es ampliamente conocido, porque su carrera política ha sido planeada y ejecutada como un espectáculo de y para la televisión.
No sólo su matrimonio con una actriz, sino cada una de sus apariciones en público, incluido su informe, está previamente programada, atendida y producida como un espectáculo para el consumo de la gente. Así, no importa que por la imprevisión de él o de su equipo se le inunden amplias zonas del estado o que sus cárceles sean infiernos todavía más aterradores que los de otras entidades o que los feminicidios y demás crímenes proliferen a lo largo y ancho del estado que gobernó, para que disminuya su aceptación; lo que importa es que se le vea jovial, bien vestido, bien peinado y retratado con propiedad. Un producto, a fin de cuentas, independientemente de méritos o deméritos.
Y reitero, lo más lamentable es que cunde el ejemplo; nuestra sufrida ciudad capital, tan admirable en muchos aspectos, es una lamentable muestra de esta imitación extralógica, es decir, inconsciente o casi inconsciente, automática. Por ello, cada mañana que los capitalinos salimos a nuestros quehaceres y trabajos, nos encontramos con centenares de carteles de diversos tamaños, colores y alturas, con mensajes diferentes, con fotos feas o bonitas, con nombres largos o cortos, pero que en el fondo nos dicen todos, en un grito desesperado, nervioso, tenso, ¡aquí estoy!, véanme, existo.
Al final de la sexta década del siglo XX, principios de la séptima, empezó en México la publicidad planificada en política que es, a fin de cuentas, un principio de trampa y falsedad; se empezaron a usar los carteles de colores, los grandes espectaculares, las fotos de pose y con maquillaje, para sustituir a los volantes con párrafos que proponían ideas y convicciones políticas.
Uno de los resultados, a mediano plazo, fue que cuando se logró cambiar el largo y nefasto sistema de partido único, los votos llevaron a la presidencia a un ciudadano pintoresco, cuya imagen fue “promocionada” con frases huecas e imágenes publicitarias ampliamente presentadas en campañas artificiosas. La mayoría, harta del viejo sistema, ya muy corrompido e ineficaz, votó entonces esperanzada por el “producto Fox”, sin conocer realmente al vacío personaje que no solo no cambió sino que empeoró la situación. El PAN, ya en manos de los empresarios, dilapidó su primogenitura en la democracia y no quiso o no pudo hacer nada, se acopló al sistema en lugar de reformarlo y los neopanistas, huérfanos ya de la sustancia de la doctrina, se plegaron a la realidad que encontraron y medraron en ella.
No será fácil, pero sí es posible, sustituir esa forma bajuna de hacer política, de aspirar a cargos, de proponer candidatos, pero hay que intentarlo; no basta gritar “¡aquí estoy!, véanme, vean mi foto, lean mi nombre, existo y aspiro y lo hago, especialmente porque tengo dinero para pagar publicidad”.
La democracia es otra cosa. Y en la capital del país, con una población politizada y atenta, espero, no será ésa la forma que prevalezca. Busquemos que aquí, como lo ha hecho AMLO a nivel nacional, con propuestas de cambio de fondo y desde el contacto directo con la gente, el debate sea participativo y alrededor de temas y propuestas doctrinarias, de valores y no de colores, de soluciones a los problemas y no de imágenes y espectaculares.
jusbbv@hotmail.com
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