viernes, 25 de febrero de 2011

¿Y el árbitro? . Por: Francisco Rodríguez

25/02/2011 - 01:43


Carlos Slim Helú, a quien los medios especializados catalogan como “el hombre más rico del mundo”, blindó sus cuarteles y organizó la embestida en contra de las dos cadenas de televisión abierta que hay en nuestro país. En menos de una semana hizo pública su decisión de no anunciarse en lo que resta de 2011 a través de los canales de Televisa –el fin de semana anterior-- y de TV Azteca –hace un par de días.




Presenciamos los mexicanos otra “guerra”. Una más a la que no estamos acostumbrados. La que desde sus respectivas trincheras han entablado tres gigantes de las telecomunicaciones, sector que paulatina pero sostenidamente se ha convertido en la gallina de los huevos de oro de todas las economías.

Guerra de gigantes, pues, en la que no hay árbitro presente.

Y esto porque la fallida Administración, se ha escudado ante los misiles que Slim lanza a la sociedad que encabeza Emilio Azcárraga y, ahora también, al grupo que preside Ricardo Salinas.

Esa protección a la que se han acogido en el sector público no es otra que la consabida: “se trata de un problema entre particulares que deben resolver ellos mismos”.

Pero, atención, no se trata de “un problema” que afecte única y exclusivamente a estos capitanes de empresa. Afecta, para empezar, a los usuarios de los servicios de telefonía, tanto alámbrica como inalámbrica, debido a las altas tarifas de interconexión que la empresa quasi-monopólica de Slim cobra a las demás empresas de esa industria. Nextel, Iusacell, Axtel, Unefon, Telefónica… todas deben pagar a Teléfonos de México una cuota para poder completar la llamada que usted realiza o recibe.

Y eso es lo que encarece el servicio telefónico en nuestro país, a grado tal que, gracias a Slim, es el más caro del mundo.

No es de hoy, pues, que el árbitro está ausente.
Se ha mantenido así desde siempre.
Ha abandonado el papel arbitral que le corresponde.

Peor aún en esta fallida Administración que, por momentos, se muestra alineada a los intereses de alguno de estos tres gigantes e, inopinadamente, casi casi al paso de las horas, se inclina por otro de ellos.

Hoy por hoy, los funcionarios panistas en la Administración han rehuido establecer las reglas de juego y también los límites de los espacios dentro de los cuales deja actuar a los convertidores. Ni qué decir de que ha abandonado el poder de accionar sobre aquellos que transgreden esas reglas del juego, aún y no estén escritas.

Y tan afecta a todos “el problema” de Slim contra los señores Azcárraga Jean y Salinas Pliego que el dueño de prácticamente todo busca hoy que los usuarios de telefonía celular --¿para empezar?-- apoyen su causa de no anunciarse en la televisión abierta.

De acuerdo al colega Ramsés Ancira, observador agudo de los medios de comunicación, “…Carlos Slim decidió que el dinero que se ahorrará en anuncios se regalara en tiempo aire a los usuarios de sus marcas de telefonía celular. Luego de que hiciera un depósito generalizado de 40 pesos a todos los usuarios del sistema ‘Amigo’ por fallas en el sistema, la empresa Telcel decidió que en el Día de la Bandera duplicaría los minutos comprados por el sistema de pre pago.”

Unas moronitas para “los jodidos” –otro Azcárraga dixit-- ante prácticamente todo el pastel que Slim engulle a través de sus consorcios América Móvil y Teléfonos de México.

Tal no solucionará “el problema”. Tampoco le acarreará a Slim mayores simpatías, pues lo que se requiere son tarifas telefónicas justas, similares cuando menos a los de los demás países de la región –la que colinda con el norte, no con el sur--, pero para ello se requiere un árbitro.

Y este árbitro no está ahí. Se parapeta tras el clásico “y yo… ¿por qué?”.

Índice Flamígero: Duro y a la cabeza pegó ayer el líder senatorial Manlio Fabio Beltrones: “Necesitamos un espacio donde podamos dialogar, encontrarnos de frente y tomar las decisiones que México necesita, como es propio en las democracias. Desde luego, muy lejano de la revancha, el encono y el recurso fácil de la distribución de culpas”. Duro y a la cabeza, sí. Porque esa cabeza se justifica en la mediocridad de culpar a los demás y no aceptar que ha fallado en sus responsabilidades.

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