miércoles, 2 de febrero de 2011

Guerrero: la derrota huérfana Miguel Ángel Granados Chapa Periodista

Distrito Federal– El adagio de que el triunfo tiene multitud de padres mientras que la derrota es huérfana refleja cabalmente lo que sucede en Guerrero. Nadie en el PRI quiere hacerse cargo de la pérdida de la elección. El candidato Manuel Añorve la atribuye a los abusos de su adversario y al apoyo ilegal que recibió del gobierno capitalino, y llama inequitativa a la elección sin admitir que en el terreno que él denuncia hubo equidad plena, pues excesos e injerencias semejantes a los que señala en el campo contrario le pueden ser achacados.

Además de Añorve mismo, son padres de su derrota Beatriz Paredes y Humberto Moreira, por un lado, y Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña Nieto, que con mayor inverecundia que el resto pretende fingir que el suceso del domingo carece de importancia. Por supuesto niega la posibilidad de que un fenómeno semejante al de Guerrero se reprodujera en su entidad.

El lance guerrerense pinta a Peña Nieto de cuerpo entero. Perdió dos veces y busca evitar que se pierda conciencia de esa doble afectación. Primero, en el proceso interno del PRI para designar candidato no resultó ganancioso.

Añorve no era su precandidato preferido, sino Ángel Aguirre. Peña admitió la decisión adversa, pero Aguirre no se mantuvo dentro de los límites de la disciplina partidaria y resolvió desacatar la resolución del grupo que ahora decide en el PRI, una vez abierta la puerta de la oposición.

Entonces Peña se apoderó de la candidatura de Añorve.

Estuvo presente en varios actos de campaña, y no escatimó recursos en apoyo al candidato al que quiso cobijar. Constó ese papel protagónico en los anuncios espectaculares con que Añorve, retratado junto a Peña Nieto parecía pedir el voto por ambos.

Despensas procedentes del estado de México fueron repartidas en abundancia, y algunas más no pudieron llegar a su destino porque fueron descubiertas y denunciadas

Probablemente informado de las tendencias que finalmente se expresaron el domingo, el gobernador mexiquense hizo mutis.

No acudió al mitin de cierre de campaña de Añorve, a diferencia de su conducta en otras elecciones el año pasado y con esa ausencia marcó distancia y se relevó a sí mismo del resultado adverso.

Qué esperanza que el domingo 30 llegara a acompañar al candidato perdedor.

Lo dejó solo y fue mucho más allá. En vez de sumarse a la argumentación de Añorve mismo y de Beatriz Paredes, que anunciaron la impugnación del proceso guerrerense, prefirió el lunes mismo dar por concluido el episodio y emitió una felicitación al ganador.

No llegó al extremo de llamarlo por su nombre, pero fue inequívoco su reconocimiento a la victoria ajena.

Puesto que no puede eludir su participación en el proceso guerrerense y su desenlace, se apresuró a negar que su partido sufra la misma suerte en julio próximo, cuando se elija a su sucesor. Tiene razón al afirmar que cada caso es diferente.

En el estado de México no se repetirá de modo mecánico la fórmula por la cual Aguirre será el próximo gobernador.

Los dirigentes mexiquenses del PAN y del PRD persisten en su propósito de integrar una coalición, figura que en Guerrero no fue aplicada. Sólo a última hora el candidato panista, conocida su penetración casi simbólica, testimonial, se retiró a favor de Aguirre.

Nadie puede afirmarlo con plena certidumbre pero la aportación panista a la victoria del ex priísta fue marginal y el triunfo se hubiera producido de todas maneras. Así lo indican las cifras calculadas antes del domingo y las conocidas entonces.

El margen con que ganó Aguirre se ensanchó, sin duda, pero la adhesión panista no fue determinante para el resultado.

Una coalición semejante a la que triunfó el domingo no es posible en este momento en territorio mexiquense.

La dirección perredista ensancha cada vez más la distancia que la separa del PT y Convergencia, y por lo mismo no puede satisfacerse el primer requisito que operó en Guerrero. Es, por otra parte, inimaginable que el candidato de Acción Nacional, fuera Luis Felipe Bravo Mena, José Luis Durán Reveles o Ulises Ramírez, estuviera de tan modo al margen de las corrientes principales que como Marcos Efrén Parra se apartara de la contienda en provecho del candidato opositor que fuera favorecido por las preferencias.

No hubo, pues, en sentido estricto, alianza en Guerrero, sino adhesión panista a última hora, por honestidad cívica o para aprovechar una victoria ajena.

Esa fórmula es irrepetible en el estado de México y en tal sentido Peña Nieto puede estar tranquilo.

No está excluida, sin embargo, una coalición que agrupe al PRD, al PT y a Convergencia, pese a los desaforados modos con que el comité local perredista se refiere a Andrés Manuel López Obrador.

Es posible que, consultados sobre la pertinencia de aliarse con el PAN, los perredistas respondan mayoritariamente a favor.

Pero de concretarse tal acuerdo, podría quebrarse tan pronto se pase a la designación de candidato.

Puestos a escoger entre un candidato panista o uno externo a ambos partidos, y Alejandro Encinas, esa mayoría se inclinará por éste.

La elección mexiquense tendrá tres protagonistas, en pugna por sendas porciones del electorado.

Dado el poderío económico de que hace ostentación, y la determinación de Peña Nieto de triunfar a toda costa, es seguro que el tercio priísta sea mayor que los restantes.

Ese resultado no dependerá del candidato priísta porque allí la eficacia corresponde al aparato. Pero puede tratarse de una victoria pírrica, tan onerosa que arruine a quien la obtenga.

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