Ricardo Rocha
02 de febrero de 2011
Le puedo asegurar que ni Camacho, ni Ortega, ni Anaya, ni Walton, vaya, ni el mismo Aguirre supusieron nunca una tranquiza tan contundente y a las primeras de cambio. Aun sus proyecciones más optimistas bordeaban los seis puntos de ventaja. Pero ni siquiera los más enfebrecidos izquierdosos imaginaron que serían 14 los puntos por los que se impondrían al señor Añorve.
Algo ocurrió que tampoco los encuestólogos anticiparon lo que iba a ocurrir. Lo único que me lo explica es que muchos guerrerenses tuvieron miedo de decir que no votarían por el PRI en un estado donde todavía atemorizan los viejos caciques al estilo de los Figueroa. El caso es que, aunque por supuesto que se trata de un resultado posible, la contundencia en esa proporción no lo era. Tampoco que todo transcurriría tan en paz que no hay lugar para pretextos de anulación de los derrotados.
Lo cierto es que Ángel Heladio Aguirre Rivero, candidato de la coalición Guerrero nos Une —conformada por PRD-PT-Convergencia— ha alcanzado una victoria inobjetable, ha ganado la elección del domingo y será el próximo gobernador de Guerrero. Ello a pesar de los gritos destemplados de quienes se desgarran las vestiduras alegando una contienda tramposa por incidentes como la mañosa divulgación de presuntos nexos de Añorve con el narcotráfico o la participación masiva de perredistas de todo el país —especialmente del Distrito Federal— para movilizar y cuidar el voto. Como si de su lado fueran puros monjes cartujos y hermanas de la caridad quienes le reventaron la cabeza a un adversario, repartieron despensas y sacaron ediciones apócrifas de diarios locales en su beneficio.
Por supuesto que fue un proceso marcado por la ambición política desatada, por la insensatez y la puesta de las formas en el bote de la basura. Ya decíamos que sería una pelea sin réferi. Una lucha libre con piquete de ojos y patadas poco elegantes. Parafraseando al gran Monsi, pocas escenas de pudor y muchas de liviandad. Sin embargo, qué nos asombra si llevamos un rato —desde el 2006 por lo menos— sin otras reglas del juego que no sean el pragmatismo y los resultados “haiga sido como haiga sido”. Pretender ahora bajar la falda al huesito suena, por lo menos, hipócrita.
Y en esos términos del todo por el todo, del poder a poder hay necesariamente ganadores y perdedores. Para empezar el propio Ángel Aguirre, quien fue menospreciado por su partido de toda la vida, el PRI, perdiendo el proceso de selección interna con quien había sido su subordinado, el señor Añorve; en esa orfandad fue rescatado por un PRD que necesitaba urgentemente un potencial ganador luego del sospechoso crimen del aspirante natural, Armando Chavarría. Así que pese a los señalamientos del perredismo duro, se convirtió en el candidato de esa causa desesperada. Aunque desde el principio supo que no sería suficiente, que no bastaba con el membrete de un partido desmembrado por las pugnas internas y en consecuencia desarticulado en sus capacidades operativas. Necesitaba de un peso completo.
Es así que aparece en el escenario no precisamente San Judas Tadeo pero sí San Marcelo que ahorita es casi igualmente poderoso… y milagroso. Quien además decidió correr el inmenso riesgo político que significaba apoyar a un cuestionado priísta, reconvertido por la izquierda, sobre el que no se tenía una certeza de triunfo en un estado gobernado por un perredista de opereta como Zeferino Torreblanca entregado durante todo su gobierno a los interesados brazos tricolores.
Pese a todo, Marcelo Ebrard supo estar ahí en los momentos clave del proceso; en la rayita de la legalidad de su presencia finsemanal y ahora exultante en el momento del triunfo. La foto del lunes de EL UNIVERSAL es por demás elocuente. Claro que triunfó Ángel Aguirre. Pero el gran ganador de este primer round rumbo al 2012 se llama Marcelo Ebrard.
Y si alguien gana, alguien pierde. Y el perdedor es el gobernador Enrique Peña Nieto quien —pese a que no era su gallo original— se montó a la campaña añorvista con miles de despensas y todo tipo de propaganda en lo que daba por un triunfo seguro. Ya este domingo se desapareció para esconder su paternidad en la derrota.o
Así que, aunque se trata apenas del primer round, las leccines de Guerrero ya son múltiples: lo de la marcha inexorable del PRI a la Presidencia es un mito genial; Enrique Peña Nieto no es invencible; la intermitencia de la coalición PRD-PAN, aunque éste ahora se subió tarde, sigue viva; y Marcelo Ebrard demostró que tiene tamaños para jugarse el pellejo.
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