jueves, 13 de enero de 2011

Nosotros y los vientos del norte Lorenzo Meyer ANALISTA POLÍTICO


Distrito Federal– Reverberaciones. Con la elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos en 2008, pareció que ese país podía a entrar en una etapa más o menos progresista. Se pudo suponer entonces que la llamada “corriente liberal” –esa con preferencias de centro izquierda– podría dirigir por un tiempo la agenda nacional. Esa posibilidad se basaba no sólo en la ideología y origen del nuevo presidente sino también en que una mayoría de sus ciudadanos parecía haber tomado consciencia de la necesidad de remplazar el enfoque político dominante –el republicano conservador– por uno relativamente diferente: el demócrata liberal. Después de todo, las políticas republicanas sustentadas con argumentos débiles o falsos habían llevado a dos guerras sin solución clara en Afganistán e Irak y a una gran recesión económica. Los demócratas proponían, en cambio, recuperar el espíritu del Nuevo Trato de Franklin Roosevelt y encaminar al país hacia direcciones económicas y sociales más justas y políticas externas menos agresivas.

El apoyo norteamericano al cambio no maduró y en las elecciones intermedias de 2010 los conservadores se recuperaron espectacularmente empleando una plataforma que apeló más a las emociones y prejuicios que a los hechos. Hoy los vientos políticos dominantes en el país del norte han vuelto a ser de derecha. A los mexicanos ese proceso del vecino nos concierne porque pueden alcanzarnos sus reverberaciones, aunque dependerán de la correlación de fuerzas dentro de nuestro país.

Interacción y Asimetría. Una de las características de los intercambios entre naciones contiguas, es que éstos no se restringen sólo a las relaciones directas de poder sino también se dan como resultado indirecto de algunos procesos internos de importancia capaces de repercutir más allá de las fronteras. Si, además, esa relación tiene lugar en un contexto de asimetría aguda, como es de tiempo atrás el caso entre México y Estados Unidos, entonces lo que acontece en el país más poderoso puede influir en el débil por contagio, incluso si nadie se propone que sea así.

La existencia de una disparidad de poder pronunciada en la interacción compleja de países vecinos lleva a que las influencias indirectas sean más frecuentes y fuertes en el sentido que corre del fuerte al débil, pero eso no implica que influencias en sentido inverso no existan. El país débil, sin pretenderlo, también suele dejar huella en el fuerte, aunque no necesariamente en las misma áreas y, desde luego, no con la misma intensidad. El examen de la problemática y difícil convivencia entre México y su vecino del norte ofrece un ejemplo interesante de cómo fenómenos iniciados por motivos estrictamente locales de un lado de la frontera terminan por hacerse sentir en el otro y viceversa.

Desde finales del siglo XVIII, pero sobre todo a partir del contacto y choque directo entre México y Estados Unidos en el siglo XIX, muchos de los procesos políticos, económicos, sociales y culturales norteamericanos han influido en la vida de los mexicanos de todos los niveles y clases, desde la adopción del sistema presidencial como forma de gobierno al final del primer imperio hasta el cine de Hollywood como educación sentimental o el “Consenso de Washington” como forma de manejar la economía. La influencia mexicana en Estados Unidos tiene también numerosas manifestaciones, aunque de diferente naturaleza, y que van desde la comida hasta la migración. Hoy la población de origen mexicano al norte del Río Bravo ya ronda los 30 millones, y es vista por muchos allá como una amenaza a la identidad norteamericana.

Sin embargo, en materia estrictamente política, la unilateralidad ha sido la nota dominante. Los procesos políticos mexicanos simplemente no han dejado casi marca en la contraparte norteamericana pero al revés sí. Y las razones se encuentran en el éxito de la institucionalidad política del país del norte, que desde el inicio fue muy sólida y original. Desde hace varios siglos la política norteamericana –su sistema– se considera en otras partes del mundo como punto de referencia obligado para medir la realidad propia e incluso como ejemplo a seguir. La obra del francés Alexis de Tocqueville, De la democracia en América (1835-1840), consagró ese reconocimiento externo a la originalidad política norteamericana.

El Triunfo de las Derechas en Estados Unidos. Una vez en la Casa Blanca, Obama se propuso acercarse a una supuesta ala moderada de los republicanos para llevar a cabo unas reformas bipartidistas en varios aspectos capitales: en las reglas del sistema financiero a fin de evitar que los abusos de los bancos volvieran a llevar al país a la recesión, para cerrar de la manera más rápida los capítulos de las guerras en Irak y Afganistán y la prisión de Guantánamo, en reformar el sistema de salud, etcétera. Sin embargo, esa ala moderada conservadora resultó casi inexistente, la negociación casi no se dio y en cambio se acentuó la radicalización entre los conservadores –el llamado Tea Party, por ejemplo–, su rechazo casi total a las propuestas de Obama y un gran objetivo: impedir la reelección del demócrata, a quien se acusó de no ser norteamericano, de ser musulmán, despilfarrador, corrupto, comunista, fascista y, en síntesis, de ser un peligro para Estados Unidos. La exitosa política económica anticíclica de Obama fue caracterizada de dispendiosa y su reforma al sistema de salud -que cubrió a millones sin seguro médico-, calificada de ataque a la libre empresa y a los valores centrales norteamericanos.

El embate de la derecha contra el presidente norteamericano fue seguido por otro: el de la izquierda demócrata, uno de sus apoyos originales. Desilusionados, los progresistas acusaron a Obama de abandonar su programa inicial por buscar acuerdos con los republicanos. Obama salvó a los bancos y revirtió la depresión pero, como ha argumentado Paul Krugman, Premio Nobel de economía, no usó el gasto público a fondo para disminuir el número de desempleados y subempleados –alrededor del 17 por ciento de la fuerza laboral a fines del 2010– ni para ayudar a los que están ahogados por las hipotecas y, desde luego, no hizo nada por los trabajadores indocumentados. En política exterior, Obama no presionó lo suficiente a Israel para obligarle a avanzar en la solución del problema con los palestinos, no hizo desistir a Irán de su proyecto nuclear ni avanzó en reconciliar a su país con las masas del mundo islámico.

En fin, que los esfuerzos de Obama y de su disposición a un acercamiento con sus adversarios, concluyeron en el desastre electoral de noviembre del 2010: la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes se vino abajo al perder 65 distritos y la del senado –donde los demócratas perdieron seis escaños– se mantuvo gracias a que sólo se renovó un tercio de ese cuerpo. En 2008, los demócratas recibieron el apoyo de la mayoría de los votantes que se calificaban de independientes, pero en el 2010 apenas lograron captar el 38 por ciento de ellos y el 56 por ciento se fue con los republicanos. Como los demócratas también perdieron varios gobiernos estatales, existe la posibilidad de modificar las fronteras de los distritos electorales de esos estados a favor de los republicanos. En fin, que el proyecto político progresista norteamericanos si no está muerto está muy mal herido.

En Conclusión. La deriva hacia la derecha de Estados Unidos aún no es total y puede cambiar, pero por ahora la dirección del viento sopla, y fuerte, del lado conservador.

En términos generales, eso significa que la política redistributiva a favor de las clases medias y populares ya dejó de tener la base electoral necesaria para hacerse realidad –ni que decir que la reforma migratoria quedó archivada– y económicamente Washington tendrá que seguir una política que empata muy bien con la que de tiempo atrás se sigue en México: mucha estabilidad macroeconómica, un crecimiento bajo y poca redistribución.

Mientras en Estados Unidos la derecha triunfa y la intolerancia conservadora se acentúa, en Europa también la ola conservadora avanza y envuelve al continente. Hoy las victorias de partidos progresistas, como la que ocurrió en Brasil, son la excepción que confirma la tendencia. Y es en ese clima mundial de ascenso de la derecha –y de la injusticia social– que se van a desarrollar los procesos electorales del 2012 en México y Estados Unidos. Para avanzar pese a tener el viento en contra, Obama y los progresistas en México van a requerir tanto de inteligencia y voluntad como de la buena fortuna de la que habló Maquiavelo. Ahora bien, no hay peor lucha que la que no se hace.

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