jueves, 9 de septiembre de 2010

México, esa ficción Carlos Murillo Abogado

Pensar en el 15 de septiembre de 1910 nos obliga a imaginar las celebraciones del centenario con el general Porfirio Díaz, dictador y progresista, tirano y héroe. En esa dualidad que mantiene el personaje, lo recordamos vestido de luces, celebrando desde el balcón, al mismo tiempo que alzaba en los brazos al México moderno.

Díaz en aquel acto solemne, presidió desde palacio nacional el desfile para honrar la memoria de los héroes de independencia pero, ¿había algo qué celebrar en las postrimerías de su gobierno?

Esto nos obliga también a recordar, que por aquellos años, en la oficina del diario Regeneración de la calle República de Colombia, los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, arengaban al pueblo para detonar en las conciencias el movimiento revolucionario, lanzaban consignas contra el gobierno injusto, contra la corrupción, contra la miseria, contra la ignorancia y la explotación.

Flores Magón llamaba a una contra-marcha para recuperar la dignidad del pueblo mexicano, se atrevió a decir que la “Constitución había muerto” y decía que el ideario de Benito Juárez había sido desterrado.

Y nosotros, cien años después, otra vez inmersos en lo que llaman “México”. En la televisión nos dicen que ser mexicano nos da identidad ¡qué va Es tan complejo describir un concepto como el nacionalismo, que fácilmente puede ser confundido con el patrioterismo futbolero o con la frívola hazaña de ganar el concurso Miss Universo.

El ser mexicano es un espejismo. México es una ficción, es un anhelo y no una realidad. La nación es lo que nos dicen en los libros de la historia oficial y les creemos. También creemos lo que nos muestra Televisa en sus novelas-históricas o lo que el marketing nos vende en los comerciales de Maseca o Bimbo ¿cómo no van a querer a México las grandes empresas si aquí amasaron sus fortunas?

Otra vez la pregunta para Ciudad Juárez ¿qué podemos celebrar? Salir a desfilar sería algo así como brincar en un ataud, como cegarnos frente a las balas incrustadas en nuestras casas, como embriagarnos de un nacionalismo hueco, de un acto decadente para, entre risas y matracas, dejar de lado que estamos en una guerra fraticida.

Quieren que se nos olviden los miles de huérfanos de la violencia, los cientos de familias heridas por el desinterés de un gobierno empecinado en bañarse de pureza. Desean borrar de nuestra mente los desempleados, los secuestrados, los que quedaron vivos y a los familiares de los muertos, los que antes eran sin-voz y que ahora además son sin-esperanza.

Para nosotros el Bicentenario será el preludio de otra masacre como la de Tamaulipas, será echarnos en cara la descomposición social que ha inundado las calles, será llegar a la ría, a donde no hay camino que seguir, al exterminio de una gobierno que se aferra en seguir celebrando, mientras se hunde la sociedad en sus miserias.

México, si es que existe, ahora más que nunca agoniza, lo hace su tierra infértil, lo hace su sociedad amordazada, lo hace su Constitución en ciernes desde su nacimiento, boquea junto a su sistema político, frente a su educación y su economía siempre en emergencia y, encima de todos, el verdadero Estado: el crimen impune.

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