Astillero
Contrainsurgencia
Narcotráfico e insurrección
Ejércitos de resentimiento
Felipe sufre en Twitter
Julio Hernández López
No me defiendas, comadre. Que dice la siempre calculadora Hillary que en México y Centroamérica la amenaza de las redes del narcotráfico se transforma o hace causa común con lo que se podría considerar una insurgencia (in some cases, morphing into or making common cause with what we would consider an insurgency: parte casi final de Hillary Clinton en conversación en Washington, disponible en http://bit.ly/ao7jZq con miembros del Council of Foreign Relations, a pregunta de Carla Hills).
Notabilísimo grado superior: ya no delincuencia, sino insurrección que Estados Unidos se siente llamado a combatir, sobre todo teniendo como referente lo sucedido con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que al mismo tiempo o en distintos momentos llegaban a tener bajo su control hasta 40 por ciento del territorio de su país, según el preocupado diagnóstico de la jefa de la diplomacia mundial intrusiva. Espejo humeante de 20 años atrás utilizado por la secretaria gringa de Estado para advertir que el narco mexicano es un peligro para el continente, en particular Centroamérica, y sobre todo para los intereses estadunidenses, siempre listos a intervenir con sus iniciativas para que los incendios ajenos acaben asando sabrosamente sus bombones imperiales.
Obviamente, los representantes precolombianos pegaron el grito en la Siedo: nada de que México se parece cada vez más a la nación sudamericana emblemática, falso que la aparición de coches bomba tenga algo que ver con insurgencia o insurrección, mentira que deba pensarse en México en métodos parecidos a los usados en Colombia para enfrentar el problema que aquí sí se está combatiendo a tiempo. La canciller, Patricia Espinosa, y el vocero del gobierno federal para condolencias y partes informativos relacionados con el narcotráfico, Alejandro Poiré, pusieron todo de su parte para tratar de convencer con sus palabras optimistas al receloso público nacional e internacional. Pero la esposa de Bill ya había dejado encajada la daga de las similitudes del México de hoy con la Colombia de dos décadas atrás. E incluso habló de que es necesario encontrar equivalentes del Plan Colombia para aplicarlos en México, Centroamérica y el Caribe. En México, en realidad, no hay nada qué buscar: está en marcha el caballo de Troya denominado Iniciativa Mérida que es una variante, sin presencia armada explícita de gringos, del ahora tan invocado Plan Colombia.
Mala jugada declarativa de la mujer pegada a una sonrisa plástica, pues desnudó de golpe las sabidas, pero nunca antes confesas intenciones del belicismo calderónico, manejado desde el Pentágono, de usar la presunta guerra contra el narcotráfico como una operación apenas encubierta contra oposiciones e insurgencias. No es solamente la batalla armada contra un negocio de drogas, que muy bien podría seguir durmiendo el sueño de los injustos (pero bien apalabrados), como sucedió durante el jurásico priísta y podría seguir durante el kinderato panista, sino el emplazamiento de fuerzas represivas ante la inconformidad social acumulada, ante los anunciados brotes de violencia politizada a los que las efemérides de siglos convocarían, ante la oposición creciente que en el país se ha ido dando, y ni siquiera por estrictas razones electorales, partidistas o políticas, sino por la miseria extrema, por la desigualdad económica ofensiva, por la inviabilidad humana de decenas de millones de seres, por la condena en vida a una existencia sin esperanza, por la creación diaria de los ejércitos del resentimiento que hoy van explotando al amparo del nuevo poder que cree reivindicarse mediante la crueldad y la destrucción, en esta historia del abatimiento de la institucionalidad mexicana no por la vía de los caminos ortodoxos, en los que cabría incluso la guerrilla tradicional, sino por la irrupción salvaje de las hordas que mezclan el tráfico de drogas y otras formas delincuenciales con la revancha y el odio sociales.
Calderón, pues, ha seguido las instrucciones marciales de Washington desde los primeros días de su imposición en Los Pinos, creando las condiciones de extrema descomposición del de por sí raído y roído aparato institucional mediante su guerra sin sentido y sin victoria posible (¿contener a balazos la oferta mexicana de lo que plácidamente consumen los gringos?). Calderón buscó legitimidad entre el estruendo mortal, haciéndose cuando menos de alguna bandera aunque esta fuera fúnebre, pero además de esos motivos, relacionados con su pecado electoral de origen, emplazó sus fuerzas militares –su única base posible, su único sostén alcanzable– a lo largo del país por si es necesario dar continuidad obligada a los planes del neofranquismo pinolero, de la transexenalidad patriótica, del seguir en el poder haiga de ser como haiga de ser.
Astillas
Mientras el país se estremece, Felipe Calderón pierde el título de presidente ante Twitter porque esta firma no lo quiso legitimar. La increíble historia de pastelazos cibernéticos comenzó porque el ocupante de Los Pinos no pudo recordar la contraseña que había usado al abrir su cuenta @presidente_FCH y ante lo cual acudió a Twitter en busca de ayuda, como puede verse en http://bit.ly/bhxxh9 y a partir de lo cual no le quedó más que aceptar el dictamen adverso del TwIFE, perdón, del Twitter, y cambiar a @FelipeCalderon, ya sin el perdido carácter de presidente. En la comedia de enredos tecnológicos, la cuenta original, @presidente_FCH fue ocupada por un Juan Pérez que duró unas horas en posesión del título no reconocido, hasta que fue desalojado para dejar solamente el nombre de la discordia. En la madrugada, compareció ante el honorable Congreso del Tuiter la jefa de comunicación social de Los Pinos, @asota, para explicar que la cuenta válida, ya verificada, es @FelipeCalderon.
Y, mientras Quique y la Gaviota se casan a finales de año, según el contrayente, y César Nava y Patylú el próximo dos de octubre, ¡hasta mañana, con el platillo del día: Cordero económico a la San Lázaro!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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