jueves, 2 de septiembre de 2010

Felipe no es Culpable…



“No son los gobernantes los culpables de nuestros males,
sino quienes los eligieron o permitieron su asunción”.
Camilo Torres

I
Serían no pocos los ciudadanos mexicanos (de hecho, pensaríase que
la gran mayoría de ellos) que parecen convencidos de que el obstáculo mayor para modificar el statu quo de opresión terrible que nos agravia es expulsar a Felipe Calderón de Los Pinos.

Y más: parecen también no ser pocos aquellos ciudadanos persuadidos de que removiendo perentoriamente al señor Calderón de su espuria investidura presidencial México accedería automáticamente y sin prolegómenos a un estadio de bienestar.

Añadiríase que no se antoja magro el número de mexicanos que
parecen ciertos de que el responsable de los espeluznantes males que
nos aquejan es el ya muticitado don Felipe y que, al defenestrársele,
saldremos del grave peligro en el que se halla México.

Por supuesto, echar al señor Calderón de su ínsula barataria en la
pineda emblemática nos causaría, la sensación de bienestar propia del
proceso psicológico que llamamos catarsis. Nos haría sentirnos bien,
cierto sería, pero sólo por unos días.

Pero luego de echar a don Felipe a los perros para que éstos lo
hagan trizas -literalmente incluso-, retornaríamos a la cruda, por
trágica, realidad que tiene en sus zarpas al país y a sus habitantes.
Vivimos engañándonos a nosotros, evadiéndonos.

II
Ese perverso truco mental -el de nuestra psique colectiva- nos
permite evadirnos de nuestra responsabilidad civil y nuestros deberes
cívicos y políticos y no asumirnos como responsables de nuestros
propios avatares. Le endilgamos la culpa a otros.

En el caso que nos ocupa, el culpable de nuestros espectacularmente
horrísonos males no es don Felipe, quien se nos confirma como un
pobre diablo -un “juanito” de la Mafia en el poder- que amén de
inepto, corto de miras y acomplejado, es fanático.

Precísese lo de fanático: no sólo piensa don Felipe que la
laicicidad del Estado mexicano es obsolescencia y, ergo, dispensable,
sino también acólito del dios que preconiza que el interés privado
debe prevalecer sobre el bien común o social.

Ese dios tiene muchos nombres: neoliberalismo, capital, mercado (y
consumo); ganancia (y dinero) atroz; sujeción del Estado mexicano a
dos Estados extranjeros, el estadunidense, y el de El Vaticano, cuyos
intereses prevalecen sobre los de México.

Esos dos Estados extranjeros que dominan la vida política,
económica, social y a no dudarlo también cultural de México se nutren,
mediante vías variopintas, hegemónicas e impías, de los tesauros
patrimoniales -materiales y espirituales- de los mexicanos.

III
Esas políticas hegemónicas son imperialistas. En el caso del
imperio de EU son sus consorcios trasnacionales los que realizan el
saqueo patrimonial -cultural incluido- de los mexicanos, con la
complicidad de individuos como don Felipe y su patrón, la Mafia.

En el caso de El Vaticano, sus agentes en México -distintos de su
representante diplomático, el nuncio apostólico-, el clero político
local, actúan para desmantelar el Estado laico, avanzando mucho en
ello con la complicidad de don Felipe y la Mafia.

Así, ambos imperios y sus agentes respectivos -en el EU, las
trasnacionales; en el del Vaticano, el clero político local- han
influido y, de hecho, impuesto por fiat formas de organización
económica, político-jurídica y social y mercantilizado el acervo
cultural.

La moraleja establece como silogismo vero que remover al señor
Calderón sería un logro pírrico, pues él es sólo un agente de la Mafia
cómplice de los imperios que expolian a México. A la Mafia habría que
neutralizarla; ello es un deber ciudadano.

Y más allá: también es deber ciudadano insoslayable que, a la vez
que se neutraliza a la Mafia, establecer una nueva forma de
organización económica, político-jurídica y social orientada al bien
común o social. ¿Y don Felipe? Su pena capital: el ostracismo.

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