jueves, 22 de julio de 2010
Economía, a la buena de Dios
Carlos Acosta Córdova
Bruno Ferrari, flamante secretario de Economía, tiene una sólida preparación... para el púlpito. Quien deberá promover el empleo y la productividad, diseñar políticas industriales e impulsar el comercio internacional acumula en su currículum grados académicos otorgados por la Pontificia Universidad Lateranense y militancia no política, sino pararreligiosa, cercana a la congregación católica más desprestigiada de los últimos tiempos: la Legión de Cristo.
MÉXICO, D.F., 21 de julio (Proceso).- Anticomunista confeso, militante y fundador de organizaciones ultraconservadoras, defensor del “derecho a la vida desde la concepción” y ligado a la Legión de Cristo, el abogado Bruno Francisco Ferrari García de Alba –él prefiere sólo Bruno Ferrari–, especialista en derecho canónico, desde el miércoles 14 es secretario de Economía, tercero de la actual administración.
Parecería que al presidente Calderón no le interesa realmente la recuperación de la Economía. Al menos eso es lo que ha mostrado cuando designa al titular de la secretaría del ramo, la encargada de diseñar la política industrial del país, de impulsar a las empresas y promover el empleo, la productividad y la competitividad, así como fortalecer y diversificar las relaciones comerciales de México con el mundo.
Primero corrió a Eduardo Sojo Garza-Aldape, economista de amplia experiencia, a quien había invitado a formar parte de su gabinete original. Le dio las gracias el 6 de agosto de 2008 y lo mandó a dirigir el INEGI.
Ese mismo día designó titular de Economía al ingeniero industrial y de sistemas Gerardo Ruiz Mateos, quien le había servido como recaudador de fondos para su campaña presidencial desde el cargo de director de Administración y Finanzas. Electo Calderón, fue el coordinador técnico de la transición.
Y ya con el michoacano en Los Pinos, Ruiz Mateos fue coordinador de gabinetes y proyectos especiales de la Oficina de la Presidencia de la República y, después, jefe de ésta.
Y de ahí al mundo desconocido para él de la Secretaría de Economía, sin más experiencia que poco más de año y medio dirigiendo la empresa automotriz Linde Pullman de México y una frágil formación académica relacionada con el mundo empresarial.
Sin pena ni gloria
En efecto, en su currículum no hay más que un “diplomado en formación social” impartido por la Unión Social de Empresarios de México, organización de fuertes raíces religiosas fundada por Lorenzo Servitje y cuyo lema es “Por más empresas altamente productivas y plenamente humanas”. Y también un curso corto en alta dirección, en el IPADE, institución académica del Opus Dei.
A juicio de empresarios y legisladores, Ruiz Mateos pasó sin pena ni gloria por la secretaría, que tiene como encomienda legal y administrativa “promover la generación de empleos de calidad y el crecimiento económico del país, mediante el impulso e implementación de políticas públicas que detonen la competitividad y las inversiones productivas”, según dictan los valores de “visión” y “misión” de la dependencia.
Todo se fue abajo durante la gestión de Ruiz Mateos, en parte por los efectos en el país de la crisis económica internacional, en parte por la débil respuesta oficial a ésta.
El desempleo nunca había registrado tasas tan altas como en el tiempo en que él estuvo a cargo, la inversión extranjera cayó a la mitad, los apoyos a las empresas fueron magros, no logró diversificarse un ápice el comercio exterior del país (siempre dependiente en más de 80% de Estados Unidos) y nunca hubo una política industrial clara, dinamizadora de la economía.
En una entrevista con Proceso, en diciembre pasado, el empresario Miguel Alemán expresaba el sentir de sus pares respecto de Ruiz Mateos, uno de los miembros más cuestionados del gabinete de Calderón:
“La economía es la economía. Esta crisis dejó de ser financiera y ahora es social y económica. Es la economía de todos nosotros, el bolsillo de cada quien”. Y al secretario no se le ve, sugiere, pues no asoma ningún plan industrial, de empuje a las empresas.
De hecho, Ruiz Mateos no concitó simpatía alguna cuando llegó a Economía. Su único aval era la cercanía con Felipe Calderón. Empresarios y legisladores reclamaron siempre al presidente que quitara de la secretaría a Ruiz Mateos.
Una queja muy ventilada en columnas periodísticas era que el entonces secretario de Economía, en reuniones con empresarios que le exponían sus necesidades y demandas, estaba siempre distraído, se la pasaba “mensajeando” por su celular mientras los otros hablaban.
Felipe Calderón debió hacer caso. Aprovechó el relevo en la Secretaría de Gobernación para al mismo tiempo quitar de Economía a Ruiz Mateos y regresarlo al lugar donde mejor estaba: la Oficina de la Presidencia.
Pero lo hizo de forma sui generis, aprovechando la confianza con su amigo e incondicional Gerardo Ruiz Mateos quien, de hecho, fue el último en enterarse de que sería relevado.
Ruiz Mateos acababa de llegar a Munich, Alemania, la tarde del martes 13 –estaría ahí hasta el jueves– para celebrar encuentros con directivos de BMW y de la firma Webasto, fabricante de autopartes.
Se reuniría también con empresarios bávaros de nuevas tecnologías. El todavía secretario llegó a Munich después de estar, desde el domingo 11, en Tel Aviv, donde se reunió con su homólogo de Israel para revisar el Tratado de Libre Comercio entre ambos países y promover a México como “destino estratégico y seguro para invertir”, según el comunicado de prensa emitido el domingo 11.
Pero apenas pisaba suelo alemán, una llamada de Los Pinos hizo que regresara de inmediato al país.
Tenía que dejar, por decisión del presidente Calderón, la titularidad de la Secretaría de Economía –que asumió el 6 de agosto de 2008–, para regresar a laborar en la residencia oficial de Los Pinos, otra vez, como jefe de la Oficina de la Presidencia. Y él, feliz.
El relevo
Pero Calderón volvió a sorprender con el nombramiento del nuevo secretario de Economía. O Ruiz Mateos demostró no tener las suficientes prendas para el cargo o al presidente poco le importan la economía, su productividad y competitividad.
El caso es que eligió a alguien que se había formado académicamente para ser cura: compañero suyo de salón en la Escuela Libre de Derecho, abogado como él... y muy ligado a los legionarios de Cristo.
En efecto, Bruno Ferrari tiene un historial de vida que lo acerca más al Espíritu Santo que al mundanal ruido y ajetreo de la responsabilidad, grave, de levantar la economía nacional.
Ferrari, según los datos curriculares que él mismo envió a la Secretaría de la Función Pública para el Registro de Servidores Públicos, da cuenta de que es abogado por la Escuela Libre de Derecho y licenciado en derecho canónico por el Centro Académico Romano de la Santa Cruz, de Roma.
También tiene el grado de maestro en ciencias del matrimonio y la familia, que cursó en la Pontificia Universidad Lateranense, de Roma.
Y por si quedara duda de su vocación religiosa, también tomó un doctorado en derecho –del cual no obtuvo título, sino sólo constancia– en el centro romano donde cursó la licenciatura en derecho canónico.
Después de trabajar poco tiempo en Italia como abogado, Ferrari dejó el viejo continente y, al parecer, también su vocación sacerdotal, pero no su militancia pararreligiosa.
Se interesó por estudiar el mundo empresarial. Hizo cursos cortos –de semanas unos, de meses otros– en las escuelas de negocios de las universidades de Michigan, Kellog y Harvard. En la primera, uno de recursos humanos; en la segunda, desarrollo ejecutivo, y en la tercera, finanzas para ejecutivos senior.
En la Universidad de Stanford llevó un curso de dirección en mercadotecnia; en Fontainebleau, Francia, desarrollo de programas de alto rendimiento y, finalmente, en Filadelfia, en la emblemática Wharton School, un curso de finanzas y contabilidad para no financieros.
La religión y el interés por los negocios lo acercaron al magnate regiomontano Alfonso Romo –egresado de colegios jesuitas, legionario de Cristo y miembro del Opus Dei–, quien lo llevó en 1990 a su emporio Pulsar Internacional –tabaco, empaques, materiales de construcción, silvicultura, seguros, arrendamientos, textiles, entre otros–, donde durante 15 años ocupó varios cargos.
Fue director general de Proyectos Educativos, de Valores, Asignación de Donativos y Recursos Humanos. Con ese puesto fue el encargado de entregar recursos de Pulsar a Marcial Maciel, fundador de la hoy multiacusada organización de la Legión de Cristo, de quien Alfonso Romo ha sido unos de los más grandes benefactores.
Por ese trabajo Ferrari trabó una estrecha relación con Marcial Maciel, de quien fue uno de los múltiples operadores financieros y enlace con los grupos empresariales de Monterrey, a decir del regiomontano Federico Arreola, exvocero de la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador.
Tan cercano fue a Maciel que también se dio tiempo de ser profesor en el regiomontano Instituto Juan Pablo II, de los legionarios. Dicha institución tiene unas 10 sucursales en el país.
En esos 15 años de relación con Romo, el hoy secretario de Economía también ocupó diversos cargos, siempre en ascenso, en Seminis Vegetable Seeds, filial de Pulsar y la más grande productora de semillas del mundo, que en 2005 Romo vendería a la estadunidense Monsanto, la empresa más grande de productos transgénicos.
Bruno Ferrari empezó ahí como vicepresidente jurídico, en 1998, y llegó a ser presidente y director general ejecutivo, hasta diciembre de 2005.
Luego, ya independizado de Romo, puso su propio negocio, que sólo duró 2006 y al que bautizó con sus iniciales: BF Limited, que manejaba fondos de inversión y adquisiciones y fusiones de empresas.
Cercanía con el poder
De hecho, en varias de las modificaciones patrimoniales que Ferrari entregó a la Función Pública se describe –en el apartado de “logros laborales o académicos a destacar”– como “empresario con experiencia en negocios agroindustriales a nivel mundial”, “experto en asuntos financieros de las empresas, incluyendo fusiones”, y “miembro, fundador y director de asociaciones académicas”.
Y con ese currículum ampliado, sostenido académicamente en la religión, laboralmente en los negocios de Alfonso Romo y espiritualmente en la Legión de Cristo, Bruno Ferrari fue llamado por Felipe Calderón a formar parte de su equipo de campaña presidencial en 2006.
Su primer premio en el nuevo gobierno fue la jefatura de la Unidad de Relaciones Económicas y Cooperación Internacional de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de enero a agosto de 2007.
Ese mismo mes fue nombrado director general del recién creado fideicomiso Proméxico, organismo formado con parte de la estructura de Bancomext y encargado de promover las inversiones extranjeras en México. Gracias a ese puesto le ha dado varias vueltas al mundo, visitando más de 150 países.
Y de allí a la Secretaría de Economía. Su gestión en Proméxico no ha estado exenta de polémica pues ha sido acusado por organizaciones no gubernamentales de colocar a amistades suyas, gente sin experiencia, en las delegaciones de Proméxico en varias partes del mundo.
Si bien en su currículum oficial Bruno Ferrari señala que es “miembro, fundador y director de asociaciones académicas”, no hay constancia de ello, pero sí de que ha sido miembro, fundador y dirigente de organizaciones pararreligiosas.
Durante el tiempo que vivió en Monterrey –los años en que fue empleado de Alfonso Romo y cercano a Marcial Maciel–, Ferrari fue un conspicuo militante religioso. En 1990, a los 29 años –hoy tiene 49– fundó la asociación Fe y Patria, “creada para defender el catolicismo y oponerse al avance de las minorías religiosas”, “con el respaldo de funcionarios y legisladores del PAN estatal”, según cuenta Alfonso Yáñez Delgado en su libro De Ruffo a Fox. Acciones y contradicciones del panismo.
En marzo de 1991 Ferrari organizó en Monterrey el encuentro “México en su fe”, donde expertos nacionales y extranjeros analizaron la forma de combatir el avance vertiginoso de las “sectas” religiosas que debilitan el catolicismo.
En la inauguración, Ferrari dijo: “Basados en las palabras de Juan Pablo II, que hablan de la nueva evangelización, nos hemos reunido para prepararnos en nuestra fe”, según transcribió El Norte en su edición del 8 de marzo de 1991.
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