Calderón puso en marcha un “régimen de terror” contra trabajadores: USW
Policías de los tres niveles de gobierno, con armas y apoyados por dos helicópteros, participaron en el operativo de desalojo del yacimientoFoto Ulises Gutiérrez y Reuters
Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Martes 8 de junio de 2010, p. 2
Cananea, Son., 7 de junio. Manny Armenta lo miró con sus propios ojos: el desalojo de la mina de Cananea no fue pacífico, como dice la Secretaría de Gobernación. “Yo fui de quienes propuso a la gente replegarse al edificio del sindicato; había mujeres, niños, muchos jóvenes. Hasta ahí fue la policía a echar gases lacrimógenos, y la gente se tuvo que salir por las ventanas.”
En la funeraria cercana se suman otros testimonios. El muerto se quedó solo porque los deudos salieron con los ojos llorosos por los gases de la Policía Federal (PF). Mineros, lugareños y periodistas atesoran cual souvenirs los restos de la desigual batalla: casquillos de bala de distintos calibres, cilindros de gas lacrimógeno, bolas de metal lanzadas con quién sabe qué. En la calle que conduce a la entrada principal de la mina de Cananea los rastros de la batalla son piedras sobre el pavimento y dos vidrios rotos en una mueblería abandonada, cuya propiedad se atribuye a familiares del gobernador panista Guillermo Padrés, oriundo de este lugar.
Los testimonios de trabajadores de la minera Cananea coinciden con el de Manny. La toma de la mina se hizo no por las puertas custodiadas por los mineros, sino por la parte trasera de los gigantescos cerros mochos llenos de cobre. Las fuerzas federales contaron con apoyo estatal y municipal; aquí nadie se quejó de falta de coordinación entre niveles de gobierno, como ocurre en la lucha contra la delincuencia. Las tres fuerzas, pues, entraron por la parte atrás, por un rancho y un basurero, para consumar el fin de una huelga –ya establecido en una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; ilegal, según el sindicato minero– que ha costado mil 500 millones de dólares o el doble a los dueños de la minera, dependiendo del informe que se dé por bueno de los emitidos por el consorcio de Germán Larrea, el Grupo México.
Las pérdidas del también dueño de Pasta de Conchos son significativas, pero poco le dicen a los miles de canaenenses, que dependen indirectamente de la mina y que han padecido el cierre. O sí, porque larga como es la huelga es la campaña negra contra la sección 65 del sindicato minero y contra su secretario general en el exilio (dorado, ciertamente, en Canadá). Largas son las dádivas para dividir a los mineros y a los lugareños, con el resultado de una ciudad partida que este día escucha en taquerías y cafés, en los autos y todas las casas, el luminoso futuro que prometen el gobernador, el secretario del Trabajo, Javier Lozano (mentadas en la asamblea minera), y el director ejecutivo de Grupo México.
Para no ir más lejos, la región le debe a la larga huelga que el gobierno federal prometa, desde Hermosillo, cumplir el viejo sueño de carreteras de cuatro carriles entre esta ciudad, Imuris y Agua Prieta. La enorme lista de promesas hace tocar el cielo a los canaenenses, incluyendo a los mineros, a quienes les ofrecen liquidación y recontratación, que inmediatamente es rechazada: “Queremos trabajar conforme al contrato colectivo”.
¿Ya ven? La clase obrera sí va al paraíso, siempre y cuando abandone la huelga.
La mentirilla de la toma “pacífica” es un pecado menor. Como lo es que las autoridades digan que los agentes no portaban armas de fuego, aunque hay fotografias que muestran lo contrario. Como lo es la detención de cinco mineros, entregados a la custodia de autoridades municipales hasta el mediodía, 16 horas después de ser aprehendidos, sin cargos, sólo “para investigación”, según le informan a René Saracco, visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos.
“Es grave que los hayan tenido incomunicados y que además nos hayan negado tenerlos detenidos”. Tanto la PF como la policía ministerial del estado negaron tener detenidos, hasta que una funcionaria municipal permitió localizar a Luis Alberto Torres, Rodolfo Valdez Serrano, Luis Borbón Pérez, Marcelo Lara y Everardo Ochoa.
Los cinco mineros detenidos refieren a los funcionarios de derechos humanos, además, que los tuvieron varias horas en el cerro, hincados y amarrados con lazos. Todo, durante la toma “pacífica y legal” del secretario Gómez Mont.
“El gobierno mexicano miente”, dice el ciudadano estadunidense Manny Armenta, quien tiene dos cosas en común con los echados de la mina: también es minero y trabaja para el mismo patrón, el mexicano Germán Larrea, dueño de Asarco, empresa con minas en Arizona.
La organización de Armenta (United Steel Workers, USW) ha tenido presencia permanente en Cananea y esta mañana, apenas se confirman los datos del desalojo, Leo W. Gerard, presidente de USW internacional, declara: “El presidente de México, Felipe Calderón, ha puesto en marcha un régimen de terror contra los trabajadores”.
La agrupación sindical hace un llamado al Congreso de Estados Unidos para detener la entrega de fondos a las fuerzas de seguridad mexicanas, puesto que pueden ser utilizados para “atacar a los trabajadores que ejercen su libertad de asociación”.
“Van a echar pedradas”
Dos helicópteros que vuelan bajito dan la bienvenida a Cananea. Los cerros enormes, barquillos invertidos rebanados por un cuchillo gigante, hacen que la ciudad parezca una maqueta brillante. Las calles lucen más solitarias en tanto los visitantes se acercan más a la mina. Al mediodía los comercios y escuelas más cercanos están cerrados. Pero conforme se acerca la tarde comienzan a abrir.
“Ámonos, porque van a empezar a echar pedradas”, grita un niño y echa a correr. Pero nada pasa. No a esta hora de la tarde. Los gases volaron de madrugada, los tiros tronaron a la misma hora (dos heridos leves, dicen las autoridades). Un incendio no esclarecido (es decir, no se sabe qué bando lo inició) acabó con unas oficinas antiguas de la minera.
Más tarde, las fuerzas federales –2 mil policías contra 900 mineros en lucha– la emprendieron contra el local de la sección 65 del sindicato minero, para desalentar, dicen los dirigentes, cualquier intento de reorganización o una aventura de retoma. Los policías lanzan gases contra la puerta donde cuelga una manta enviada por los padres de los niños muertos en el incendio de la guardería ABC, que dice: “Los agresores de los mineros son los asesinos de nuestros hijos”.
A eso de las 10 hay un agarrón de mineros contra policías. La presencia de los agentes federales en las calles de la ciudad es vista como una afrenta. Después de gases de un lado y pedradas del otro, los federales se replegaron a la mina. “Que se queden allá, al fin que ya la tienen”, dice un trabajador.
Ya la tienen, y con ella Grupo México se enfilará, con su filial Asarco en Estados Unidos, a volver a la competencia contra la principal productora de cobre del mundo, la chilena Codelco.
El sindicato minero lanza un comunicado mañanero en el que hace responsable al “gobierno de Felipe Calderón de los resultados de violencia y sangre que se puedan presentar en adelante”. También “exige de manera terminante que este gobierno dé marcha atrás en esta invasión militar e ilegal de la mina de Cananea, meta al orden a Grupo México y lo obligue a negociar una solución pacífica del conflicto”.
Pero más allá de esas fórmulas no se ve muy claro cómo responderán los mineros al descontón. A media tarde, el comité de huelga sostiene una videoconferencia con el comité nacional del gremio. Abundan los reproches y las denuncias no documentadas: “Uno de los detenidos informa que hay dos muertos adentro”. “¿Y para cuándo el paro nacional? ¡Desde que empezamos están con eso y nada!”, le llueve a Sergio Beltrán y otros dirigentes nacionales.
Jesús Verduzco, presidente del comité de huelga, nomás resopla con las informaciones de muertos, de ambulancias que salen con “algo” envuelto en sábana: “Son meras suposiciones”.
A falta de otra estrategia, ocultos los principales líderes (Sergio Tolano, secretario general, y Juan Gutiérrez, delegado del comité nacional) por los rumores de órdenes de aprehensión en su contra, unos centenares de trabajadores marchan al palacio municipal, en busca de sus detenidos.
A los pocos minutos llegan 100 elementos antimotines, estatales y municipales, que amagan con sus toletes. Hay insultos a granel y ratos tensos que se rompen cuando una aguerrida mujer descubre que un policía porta su escudo al revés: “¡Pendejo, ni sabes lo que haces, ni sabes leer!” A la risotada sigue la información del sitio donde tienen a los cinco detenidos.
Los trabajadores acuden a la oficina del Ministerio Público, donde torpemente las autoridades federales llevan a los detenidos, dado que es un punto muy cercano a la puerta principal de la minera.
Más tarde, en uno de los muchos mítines vespertinos, hablan de dos detenidos más: “Les dieron agua hasta que llegamos nosotros a verlos”.
Por ahí anda tambien el fotógrafo local Alfredo Zambrano, detenido y golpeado por policías federales porque, según su testimonio, les tomó fotografìas trepados en una cuatrimoto y una camioneta propiedad de los mineros.
En la espera se desgranan los testimonios de la participación de un grupo de porros en el desalojo, del pueblo dividido que es Cananea (para corroborarlo, un individuo que pasa en su auto grita: “¡Mitoteros!”).
El alcalde Reginaldo Moreno la hace de pitoniso a toro pasado: “El desalojo era algo que se veía venir”. Aunque añade que todo en el municipio funciona normalmente, declara la ley seca desde las 10 de la mañana. A los mineros, sin embargo, se les ven muchas ganas de mentar madres, pero no de tomarse unas cervezas.
Igual, hoy no les está permitido, porque las autoridades se cansaron al fin. El gobernador Padrés, natural de esta tierra, había prometido que no se emplearía la fuerza, pero hoy resume el ánimo de la autoridad: “Hemos sido muy prudentes y muy tolerantes”.
Sí, y además nadie les puede reprochar el tino histórico. Justo hace 104 años, el 6 de junio de 1906, las actividades de la minera de Cananea regresaron a la normalidad, tras la muerte de 23 mineros y la detención de los líderes de la huelga. El operativo federal de 2010 comenzó la noche del 6 de junio. ¿El homenajazo será parte de los festejos del centenario de la Revolución?
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