lunes, 12 de abril de 2010
Monterrey: La noche se queda sola
Arturo Rodríguez García
Hoy por hoy el orgullo regiomontano está reducido a una vida que no conocía, invadida por el miedo. La zona metropolitana de Monterrey acusa los efectos de la guerra contra el narcotráfico, y el desplome de las actividades económicas es reflejo de los cambios de rutina de la población, que trata de no quedar atrapada en el fuego cruzado entre sicarios y militares. Como resultado de las balaceras, las ejecuciones y los bloqueos de vialidades, las calles están vacías y el turismo agoniza.
MONTERREY, NL.- Orgullosa de su importancia industrial y financiera, escaparate de enormes monumentos corporativos, pródiga en símbolos desbordados que estimulan el chovinismo regional, esta zona metropolitana se halla hundida en una crisis igualmente descomunal.
Hasta hace poco, los políticos locales presumían los primeros lugares nacionales en calidad de vida y se vanagloriaban de la seguridad que prevalecía. Pero en los últimos meses, la vida aquí sucumbió a la violencia y a la guerra declarada por la administración de Felipe Calderón contra el narco.
Monterrey ya no es el lugar donde la gente abarrotaba los centros comerciales y llenaba bares y restaurantes. Se acabó la tranquilidad para la caminata nocturna. Y no había violencia, entre otras razones, porque era la residencia de grandes capos de la droga, como reconoció en su momento el gobernador Fernando Canales Clariond y lo recordó hace poco Mauricio Fernández Garza, el alcalde de San Pedro Garza García, el municipio más próspero del país. Pero ya ni eso es cierto.
Monterrey y sus municipios conurbados padecen delitos de alto impacto: secuestros y extorsiones que afectan lo mismo al tendero de barrio que al acaudalado constructor; al restaurantero o al taquero. Igual de expuestos están el industrial millonario y el investigador universitario.
Más allá de los problemas habituales de delincuencia común, Nuevo León era presentado como el más seguro de los estados fronterizos, según las mediciones de incidencia delictiva y de percepción de inseguridad, como la del Instituto Ciudadano de Estudios Sobre Inseguridad. Eso se acabó.
El aumento de la violencia en los meses recientes, que alcanzó su etapa más cruenta en marzo, alteró los hábitos de la población. Lo mismo en la universidad que en el antro, en la calle o en la casa, en el table dance o en la iglesia, en el trabajo o el asueto, el miedo mantiene postrada a una sociedad que ha debido modificar su cotidianidad.
En los nueve municipios de la zona metropolitana (más otros tres que la urbanización está alcanzando), un tiroteo entre el Ejército y sicarios en fuga, en hora pico, puede resultar en la muerte de una madre de familia que recoge a sus hijos en la escuela, como ocurrió el 4 de diciembre pasado en Villa Juárez.
Morir acribillado porque los militares lo confunden con un sicario no es extraordinario en barrios residenciales y exclusivos como Colinas de San Jerónimo, en Monterrey. Eso le pasó a Sandra de la Garza Morales el 19 de marzo, cuando fue baleada. Su marido, Julio César Peña, entró ensangrentado a una taquería a pedir auxilio, pero los comensales corrieron a esconderse en el baño. Ahora es viudo.
Esconderse es la opción de una sociedad que, entre el fuego narco y el de policías, soldados y marinos, cae en el fuego cruzado.
El miedo
Las calles y avenidas lucen desiertas a un lado y otro de la Loma Larga, frontera orográfica entre hacinamientos del “San Luisito” del corrido y el resto de la zona metropolitana con los suburbios de San Pedro Garza García.
Por el pasaje comercial Morelos, la avenida Juárez o la Colón, ya no se solazan las parejas de trabajadores del comercio, al concluir su jornada. Presurosos taconeos secretariales abordan rutas urbanas o el metro, dejando vacías las avenidas y los autobuses a las 8:00 de la noche.
En el llamado Barrio Antiguo, donde abundan los antros y cafetines de bohemia, hasta el franelero abandonó su otrora peleada acera, por la que ya no transitan los cientos de vehículos que cada fin de semana abarrotaban el empedreado.
“Aquí andamos, sobre la idea mi buen, pero nomás no cae nada”, dice El Negro, franelero aventurado de la avenida Doctor Coss.
En una antigua casona donde se presentaban grupos de blues, ya no quedó ni el letrero. En El Monasterio, donde hubo una ejecución en diciembre, ya no se encuentran los ruidosos contingentes de las convenciones de Mary Kay, que hacían tan atractivo el antro. Las vendedoras optan por una fiesta en un salón del hotel sede.
Por la calle Padre Mier, el popular Manaus ni siquiera mantiene la cadena que sólo se retiraba cuando aparecía un BMW, Mercedes Benz o Audi, ante la decepción de las decenas de muchachos que dejaron el Chevy en un estacionamiento lejano.
–¿Hay cover? –pregunta el reportero en La Tumba, el popular antro bohemio.
–No, primo. Si quieres deja una cooperación nada más para los ecologistas –dice una guapa rubia en sus veintipocos.
En los table dance de calzada Madero se anuncia el paso franco en letreros hechos a mano. Ni con la promoción de cerveza al dos por uno logran llenar ni tres mesas. Las bailarinas languidecen con sus expuestos encantos desparramados en sillones que antes se disputaba la numerosa clientela.
Dos jovencitas de acento veracruzano se acercan al reportero, dispuesto a pagar la compañía. Pero no hay oferta, la aproximación es inquisitiva, literalmente. Las bailarinas también reportean.
–¿No sabes si anda el operativo allá afuera? –pregunta la más regordeta, mientras al fondo observan sus amigas, expectantes.
En San Nicolás de los Garza el pánico se difunde el 19 de marzo a través del Twitter. Decenas de usuarios avisan que un comando tomó el antro Mescalina. Nadie confirma nada, pero en la madrugada del 20, las redes sociales y el microbloging narran en tiempo real el tiroteo en el Tec de Monterrey.
Hasta el gobernador Rodrigo Medina llega a alarmarse cuando Twitter disemina el rumor de que hubo un atentado en su contra el 9 de marzo. Su coordinador de Comunicación Social y tuitero, Francisco Cien Fuegos, hace malabares para desmentir.
Para el presidente de la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y Alimentos Condimentados de Nuevo León (Canirac), Jorge Noé Guerrero, la situación es, por lo menos, atípica: las ventas cayeron 20%; sin comensales que atender, las jornadas nocturnas se redujeron. Todos los ramos del sector padecen la misma crisis.
Lo peor no es la merma de ingresos, sino el miedo, al que nadie escapa: restaurantes, giros negros, comercios, agencias de viaje… todos inventan medidas de seguridad y capacitan personal para saber qué hacer ante un hecho violento.
La noche se queda sola en su paranoia. Pero no es infundada. El 27 de febrero se reenvió un correo electrónico que ha circulado al menos en tres ocasiones desde 2008, donde se anuncia la Gran Fiesta. Dice que Los Zorros no entendieron que “debían acomodarse”.
El buen entendedor no necesita traducción: “Ya está la familia con 350 primos, se les unieron 450 chaparrines. Fiesta grande este fin de semana. Nadie está invitado, puros alumnos. El secretario de educación, el sindicato de profes y la zona escolar ya saben de la fiesta y tienen permiso. Traen espantasuegras, bolos, gorritos, bastante bebida y hasta payaso, será memorable, como cuando Villa tomó Torreón en 1914”.
A continuación recomienda que la gente no salga de su casa, porque “la limpia es nacional”.
El líder de la Canirac lamenta la violencia, pero más la psicosis. “Todo lo que se genera a raiz de correos electrónicos es lo que nos afecta”.
Como sea, esta noche se puede visitar sin reservación La Nacional, la sofisticada cantina de San Jerónimo, apenas a medio llenar. Claro que no están los industriales, altos ejecutivos, políticos de postín. Tampoco pasean por las mesas las hermosas edecanes y hostess de acento argentino.
Terror en el campus
Con casi 70 muertos en enfrentamientos y ejecuciones en marzo, los habitantes de la zona metropolitana parecen realizar sólo sus actividades indispensables.
El tiroteo en que murieron los estudiantes del Tec de Monterrey Jorge Antonio Mercado Alonso y Francisco Javier Arredondo Verdugo, en las inmediaciones del campus, el 20 de marzo, cambió la vida universitaria. Ingresar ahora es una odisea: hay que presentar identificación oficial y responder las preguntas del guardia. El acceso se impide a las personas ajenas al centro de educación superior si no se confirma que tienen una cita.
En la calle Luis Elizondo –precisamente una de las que fueron escenario del tiroteo– varias camionetas blindadas con hombres armados esperan la salida de los vástagos de los clanes empresariales.
Aunque el rector Rafael Rangel Sostmann ordenó la renovación de protocolos de seguridad en el campus, admite que de poco sirven ante el ataque de un comando armado.
“Podríamos poner bardas, pero nos las tumban con una granada. Los criminales tienen armas enormes, mientras nosotros nos queremos proteger con veladores y barditas”, admite.
En la también privada Universidad de Monterrey (UdeM), en San Pedro Garza García, se presentó un Plan Estratégico de Seguridad que incluye la modificación de horarios y el monitoreo de actividades en el exterior del campus.
En el acceso de la avenida intermunicipal Ignacio Morones Prieto hay una reja de tres metros de altura que impide ver al interior. Un nutrido grupo de guardias privados lo resguarda y otros recorren las instalaciones a bordo de vehículos compactos y cuatrimotos.
La UdeM admite que “los hechos registrados en los últimos días evidencian que no hay blindaje perfecto en ninguna parte de la entidad”. Para reducir los riesgos, de plano recomienda a la población universitaria “evitar salir de noche”, contestar llamadas “sólo de números conocidos” y escuchar la radio para saber cuándo hay bloqueos.
Y es que los bloqueos del narco, que a veces derivan en tiroteo, han llegado a registrarse en un mismo día hasta en 31 puntos distintos de la zona metropolitana, como ocurrió precisamente el 19 de marzo.
Deporte extremo
En la taquilla del estadio de Sultanes, Gonzalo Márquez, un fanático del besibol, se dice molesto por la alteración de horarios. Para la serie contra Tecolotes de Nuevo Laredo, el club Sultanes anunció que adelantaría los horarios de Semana Santa.
En la Tercera División Profesional de futbol, el club Alianza, de San Pedro Garza García, optó por suspender partidos contra dos equipos de Tamaulipas, debido a la inseguridad. “Esperamos que el clima de violencia generado en la zona norte del país disminuya lo antes posible y que las actividades futboleras puedan reanudarse rápidamente”, explicó la directiva en un comunicado.
Toda violencia hoy parece endilgarse al narco. Luego del zafarrancho registrado el sábado 27 de marzo en el estadio Universitario, sede del club Tigres de Primera División, que costó el veto por un juego en ese estadio, los blogs y comentarios deportivos pedían que se investigara a la porra Libres y Lokos, que inició la trifulca, porque entre sus integrantes podría haber gente de “Los Tapados”, aquellos jóvenes de barrio que desquiciaron el tráfico regiomontano en febrero de 2009, auspiciados por el narco, para protestar contra los operativos militares.
Los miedos de marzo
Varías instituciones educativas, incluyendo la UdeM, suspendieron todas sus misiones y proyectos sociales de Semana Santa en comunidades y barrios marginados, debido a la inquietud de los padres de familia por “la innegable y creciente ola de violencia que, desafortunadamente, está afectando a la población civil”. Parroquias y agrupaciones católicas cancelaron actividades.
La sicosis es aun peor en la zona rural, donde el turismo de fin de semana está muerto: las fincas campestres están cerradas, y ni rastro de motociclistas y corredores off road. Ni siquiera en el puente del día 15 ni en Semana Santa trajo de vuelta a los visitantes habituales.
No es para menos: en meses recientes se encontraron tres “cocinas del narco”, con huesos humanos desechos en ácido, en los bosques del sur de Nuevo León. Los tiroteos abundan, y los rondines del Ejército y la Marina, con sus Barret .50 apuntando a diestra y siniestra, imponen.
El pasado 30 de marzo, el gobernador Rodrigo Medina de la Cruz visitó los puestos de vigilancia turística en la zona rural de Sabinas Hidalgo, Cadereyta, China… Y ahí paró el recorrido, pues un tiroteo en el retén militar de la autopista Monterrey-Reynosa obligó a evacuar al mandatario en helicóptero, mientras su equipo y los periodistas que cubrían la gira vivieron tres horas de terror, confinados en un paraje de la presa El Cuchillo, en China, sector concurrido por aficionados a la pesca y paseantes.
El 30 de marzo ocurrió el segundo tiroteo en las inmediaciones del parador Los Ahijados, un restaurante con casa de cambio y venta de seguro vehicular, donde los viajeros hacen alto en su trayecto al Río Grande Valley, tan común entre regios que hasta forma parte de las rutinas de comediantes locales.
No muy lejos de ahí, las visitadas grutas de Bustamante sirvieron de guarida a sicarios que escaparon del tiroteo del 14 de marzo, cuando la Marina reventó un campo de entrenamiento de Los Zetas.
En la presa de La Boca, en Santiago, ya no extrañan los hallazgos de decapitados; en Montemorelos, Allende y Linares, hay frecuentes tiroteos.
Es todavía peor hacia el norte, cerca de la frontera y en los municipios limítrofes con Tamaulipas. Esas comunidades, que reciben el mayor flujo de visitantes en Semana Santa, están desiertas.
El pasado 26 de marzo en Agualeguas, municipio cercano a la frontera, fue decapitado Heriberto Serna, el director de la Policía Municipal, junto con su hermano Jesús Eloy, el juez de campo. Ahora, ni quién se acuerde de la fiesta anual de los Salinas de Gortari. “La gente venía aquí de vacaciones, pero ahora no hay nadie, hasta la policía está cerrada”, dice José Guadalupe Rivera, un habitante del lugar.
A finales de febrero, la confrontación entre Los Zetas y el cártel del Golfo provocó hasta la suspensión de actividades laborales y escolares en los municipios próximos a Tamaulipas. Así está toda la zona rural.
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