lunes, 12 de abril de 2010
Militarismo católico: Los niños cristeros
A principios del siglo XX, los cristeros mexicanos inculcaban en los niños el odio y la violencia para luchar con las armas contra el progreso y el estado laico, indica el testimonio de un pariente del beato Anacleto González Flores.
Edgar González Ruíz
“Tuve muchos problemas de niño por ver tantos crímenes. Ya quería tener un cuchillo para matar a alguien. Los religiosos destruyeron mi infancia”, esto afirma a sus casi 80 años de edad, el señor Jesús Martin del Campo, oriundo de Tepatitlán, una de las principales zonas de influencia cristera, en los Altos de Jalisco y quien afirma ser nieto de Sóstenes Flores, parienta del hoy beato Anacleto González Flores.
Nacido en 1927, en plena guerra cristera, señala que sus recuerdos de la infancia estuvieron relacionados con la violencia y el odio religioso. Su abuela tenía fresca la memoria del día en que los cristeros conducían a 8 soldados prisioneros a quienes habían rebanado las plantas de los pies”.
“Los curas sabían esto y no hacían nada para evitarlo, porque estaban de acuerdo”, señala Martín del Campo, quien añade que se sabía también de curas sanguinarios que ejecutaban con cuchillos a los prisioneros luego de haberlos hecho confesar sus pecados, así como de otros que participaron en descarrilamientos de trenes y otras acciones bélicas, mientras que en las mismas filas curas disolutos, pederastas, alcohólicos y abusadores aprovechaban la credulidad del pueblo para alimentar sus propios vicios.
Ya en tiempos recientes, Tepatitlán fue escenario de los abusos sexuales del sacerdote estadounidense Charles Theodore Murr Letourneau, contra niños huérfanos en una Casa Hogar que fundó en 1987. Sobra decir que el pederasta fue protegido por sus superiores.
En la lucha cristera, el odio fanático hacia los supuestos enemigos de Dios, es decir, del clero, fue atizado por los propios religiosos, tanto en las misas como en las familias, en las parroquias y en las escuelas confesionales, donde a los niños “los fanatizaban tremendamente”.
“Tropas de Jesús,vamos a la guerra” proclamaban los niños en uno de los himnos cristeros que cantaban en los templos y en escuelas católicas que funcionaban clandestinamente difundiendo una ardiente propaganda contraria al progreso y a los ideales liberales.
Recuerda el pariente del beato Anacleto, quien fuera uno de los organizadores de la guerra y de las sociedades secretas derechistas, que se habían establecido en ese pueblo cristero un par de curas franceses que promovían entre los niños la agrupación de los “Tarsicios”, inculcándoles la supuesta obligación de morir en defensa de la fe, como los cristeros.
Derivada de la Adoración Nocturna, que fue creada en 1848, los Tarsicios se inspiraban en el Santo del mismo nombre, un niño mártir que en el siglo III en Roma, murió defendiendo la hostia.
Siguiendo ese tipo de ejemplos, niños y adolescentes participaron en la lucha cristera, e incluso uno de ellos, José Sánchez del Río, ha sido beatificado por haber tomado las armas contra el gobierno. En 1928, cuando tenía 14 años de edad fue capturado en combate y ejecutado. Se le atribuye la frase “Me han cogido porque se me acabó el parque, pero no me he rendido” (leemos en Joaquín Blanco Gil Clamor de la sangre, Jus, México, 1967).
Documentos elaborados por miembros del Pentatlón Deportivo Militar en Jalisco, donde esa organización fue auspiciada por los Tecos, listan a los “muchísimos niños cristeros”, al lado de los niños héroes de Chapultepec y del niño artillero “entre las bellas figuras arquetípicas de heroísmo y de verdadero sentido patriótico y espíritu militar registrado entre jóvenes y niños” (Arturo Ortega “Semillas de la Patria futura” en, www.geocities.com/aoep_insignia/nov_menor.html) Creado en 1938, es decir en vísperas de la II Guerra, el Pentatlón no reconoce en sus principios ninguna preferencia religiosa, pero hay zonas como Jalisco y Guanajuato, donde se le ha señalado como semillero de grupos ultraderechistas.
Para los cristeros, preparar a los niños para la guerra suponía enseñarles el manejo de las armas, de tal modo que había religiosos que los enseñaban a armar y desarmar un fusil, así como el odio hacia los liberales y la falta de escrúpulos para matarlos
Según Martín del Campo, “entre los cristeros había niños de 11 años que combatían porque ya podían cargar y disparar un arma. En Atotonilco, uno de ellos, de 15 años mató a su hermano, de 14, porque estaba contra la Iglesia”.
Prosigue: “Uno veía matar a la gente constantemente, en un ambiente donde a veces los asesinos eran bien vistos y se hacían famosos”. Ese clima de violencia y militarismo lo llevó a alistarse luego en el ejército federal, en la época de la guerra mundial.
El fanatismo católico se mantuvo luego de la guerra cristera, que formalmente terminó en 1929, pero el enfrentamiento prosiguió en realidad con menor intensidad hasta fines de la década siguiente, con casos como el del “padre Pérez, que fue mi padrino”, quien “daba pláticas para que se conservaran los grupos cristeros”.
En la época cristera, al lado de las “viejas mojigatas” que se pasaban la vida en los templos,y en rezos y ejercicios espirituales, que se mortificaban con cilicios a la vez que pregonaban la destrucción de los incrédulos, había también las Vírgenes de los Cristeros, jóvenes agraciadas que seducían a los militares para llevar a cabo sus labores de espionaje y terrorismo, y la prueba de la doble moral del fanatismo religioso, la tuvo el entrevistado en el hecho de que su iniciación sexual, a los doce años, fue nada menos que con la monja que daba clases de moral en la escuela donde estudiaba en Tepatitlán.
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