Jacobo Zabludovsky
Bucareli
12 de abril de 2010
Si la divinidad dispusiera que esta noche terminara el narcotráfico en México, mañana estaríamos muriéndonos de hambre. O casi.
De acuerdo con un informe de Stratfor, consultoría líder en seguridad internacional, dado a conocer tras la reunión internacional México-Estados Unidos, cada año ingresan a la economía mexicana 40 mil millones de dólares del tráfico de drogas. De esa cantidad 80% representa ganancias directas y casi siempre seguras, porque es muy difícil rastrear el dinero desde la ilegalidad hasta su ocultación en el volumen monetario. “México es un tremendo beneficiario del tráfico de drogas. Aun cuando algunas de las ganancias sean invertidas en el exterior, la gran mayoría se mantiene en México creando una tremenda liquidez en la economía mexicana en un tiempo de recesión mundial”, afirma Stratfor.
Por eso tiene razón el presidente Felipe Calderón cuando asevera que México no es un Estado fallido, más bien “parece que se ha acomodado a la situación. En lugar de ser fallido ha desarrollado estrategias diseñadas para enfrentar la tormenta y maximizar los beneficios de esa tormenta. “No es un Estado fallido, agrega Stratfor, si se está siguiendo una estrategia razonable para convertir un problema nacional en un beneficio nacional”.
El informe parece, por su crudeza, una burla cínica de la realidad que vivimos porque Estados Unidos no ha probado tener una estrategia mejor para combatir al enemigo, además de que cualquier intervención de Estados Unidos “podría convertir a los narcotraficantes en patriotas al combatir otra invasión yanqui”.
El problema es kafkiano: no hay duda de que el narcotráfico debe ser atacado y derrotado. Y tampoco hay duda de que el triunfo policiaco-militar (si alguna vez se logra) será un golpe demoledor contra los ingresos de los mexicanos. Los miles de millones de dólares del negocio de las drogas van a los bolsillos de los magnates como a los de los parias. Es imposible saber cuántos fraccionamientos en playas y en ciudades, cuántos edificios se han construido con el dinero que el narconegocio inyecta a nuestra economía. Pero es obvio que crea riqueza lavada y empleos lícitos de muchos, desde arquitectos a albañiles. Y lo mismo que de algunos desarrollos inmobiliarios se puede sospechar de otras inversiones para producir utilidades, si producen, a muy largo plazo. No hay prisa. No se ve una solución práctica. Una manera de fiscalizar el dinero sucio sería legalizar las drogas. Antes de morir prefiero la muerte, decía el cómico argentino. Otra es la planteada en el informe de Stratfor, titulado Una revisión de México y el Estado fallido: aprender a vivir con la demanda, tráfico y consumo de drogas mientras surge una solución mágica.
No surgirá. Ni mágica ni fácil. Lo que definitivamente fracasó es la guerra declarada por don Felipe, cuyo balance es de más de 18 mil muertos en tres años y el crecimiento de la inseguridad en todo el país. El gobierno mexicano ha perdido el control del norte a manos de los cárteles que tienen un poder considerablemente mayor que las fuerzas gubernamentales, dice el mismo reporte. Si la tendencia ascendente se mantiene, el señor Calderón entregará a su sucesor unas 50 mil actas de defunción como parte de guerra.
Si el gobierno gobernara con una visión de futuro y no sólo con el propósito de mantener a su partido en Los Pinos, estaría formulando un programa de recuperación de México para que el día de la paz no llegue como un mal necesario, como una época de miseria sin guerra en la que la prosperidad generada y regida por delincuentes sea sustituida por una tranquilidad sin rumbo. Necesitamos pan en vez de balas. Más de 40% de los mexicanos no tienen acceso a hospitales ni medicinas, 10% son analfabetas, 75% no terminan la secundaria, uno de cada 10 aspirantes logra entrar a la UNAM, faltan empleos, seguridad en el futuro, agua potable, drenajes, caminos, medidas efectivas contra la concentración de capitales frente al empobrecimiento de más del 50% de la población. Ha fallado la lucha contra la corrupción y no se abren las puertas de los puestos de elección popular a ciudadanos que reaviven la esperanza en los políticos y la política.
Es en tiempos de crisis donde se acunan los grandes cambios. Son los obstáculos y las dificultades los factores que miden el tamaño de los estadistas. Este sería el momento de cambiar la estrategia de una guerra perdida y emplear los recursos para en un proyecto de nación estructurado a largo plazo, sobre la base de la satisfacción de necesidades que lejos de haber sido satisfechas han crecido en todos sentidos.
Si no, al llegar la paz no tendremos siquiera un enemigo a quien culpar.
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