Desfiladero
Jaime Avilés
¿Quién manda en México? El 31 de enero, en la colonia Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, 15 estudiantes de secundaria son ametrallados por sicarios en una fiesta. Tras tacharlos de pandilleros” y suscitar indignación nacional por la ligereza de sus palabras, Felipe Calderón viaja a esa población fronteriza, el 11 de febrero, para disculparse con los padres de las víctimas y “oír” sus reclamos. Recibe una petición unánime: que se vaya el Ejército. Su respuesta es no. Y no y no. Y la repite en todos los tonos.
El 13 de marzo, tres personas vinculadas con el consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez son eliminados por sicarios. El 16 de marzo, Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Hogareña (Homeland Security) de la Casa Blanca, afirma ante los medios que la presencia del Ejército en aquella frontera “no ha ayudado” a combatir el narcotráfico. Calderón se sulfura, Fernando Gómez Mont (“testigo de honor” para acuerdos secretos y vergonzantes) trata de contradecirla. ¿Y? El 31 de marzo, la Secretaría de la Defensa Nacional anuncia que el Ejército se retira en forma “paulatina” de Juárez.
Jueves 19 de abril de 2007: la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara de Diputados, en la que tienen mayoría los legisladores del PAN, aprueba un dictamen para someter al pleno del Congreso la derogación de la Ley Federal de Neutralidad, que el gobierno de Manuel Ávila Camacho promulgó en 1942, cuando México le declaró la guerra a Hitler. “Ya es obsoleta”, pretextan.
Esa ley prohíbe que tropas extranjeras se estacionen en tierras y mares mexicanos. Pero Calderón ordena a sus diputados intentar suprimirla, para que militares de Estados Unidos vengan a sumarse a su supuesta guerra “contra” el narcotráfico, que en realidad es contra el pueblo. PRI y PRD rechazan la maniobra, por burda. Sin embargo, el 24 de marzo de 2010, casi tres años más tarde, Janet Napolitano revela, en entrevista radiofónica, que Calderón pidió a Barack Obama la presencia del ejército estadunidense en nuestro país. Y la obtuvo.
En consecuencia, ahora lo sabemos todas y todos, el Comando Norte del Pentágono, bajo la dirección del general Victor Eugene Renuart, coordina ya las tareas que militares del vecino país desempeñan ilegalmente en el nuestro, capacitando a soldados, marinos y policías mexicanos para que realicen aquí “operaciones muy parecidas” a las que las tropas de Obama efectúan en Irak y Afganistán. Esa, aplaudirán algunos, es una buena noticia. La mala, opinarán otros, es que Estados Unidos perdió la guerra en Afganistán y ni se diga en Irak, de donde los marines no hallan por dónde salirse.
Pero si Miguel de la Madrid achicó el Estado mexicano (“es muy obeso”, decía) y sentó las bases para que floreciera la pujante industria del narcotráfico; si Salinas de Gortari vendió a sus amigos las principales empresas públicas y entregó a la mafia el control de las instituciones; si Zedillo remató lo que quedaba del Estado, excepto Pemex, y creó una nueva aristocracia a la que pagaremos tributo hasta el fin de los tiempos mediante el Fobaproa; si Fox destruyó deliberadamente los yacimientos petroleros, sobrexplotándolos para reventarlos, y obtuvo los mayores ingresos de la historia por este concepto, mismos que dividió entre él, Marta y la nobleza zedillista, reconvertida en oligarquía, ahora resulta que Calderón fue incrustado en Los Pinos por esa oligarquía, para desatar la guerra contra el pueblo (con el pretexto del narco), aumentar el precio de las drogas y el volumen de la economía informal, elevar exponencialmente los ingresos de los cárteles, sumergir al país en un baño de sangre y crear una violencia tan insoportable que justificara al fin lo que se propuso desde el inicio de su sexenio: la intervención militar de Estados Unidos y la entrega de Pemex a británicos, canadienses y estadunidenses.
Gracias a De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, México dejó de ser una aparente república (con una supuesta “división de poderes” que nunca funcionó en realidad), para convertirse en un protectorado, hoy por hoy bajo el mando provisional de Janet Napolitano, a quien no le ruboriza dar órdenes que Los Pinos, como acabamos de atestiguar, obedecen en seguida.
En Nuevo León, mientras tanto, un joven gobernador se tambalea. Tras el asesinato de dos estudiantes del Tec de Monterrey, a quienes el Ejército disfrazó de narcos para presentarlos como trofeos de guerra, y en el contexto del mayor despliegue de fuerza de los cárteles de aquellos rumbos, que han bloqueado un día sí y otro también las principales ciudades fronterizas y la capital industrial del noreste, el priísta Rodrigo Medina organizó una manifestación contra la inseguridad pública, es decir, contra su propia ineficacia, pero no logró convocar a más de 10 mil personas.
Su debilidad política es patente: en diciembre, cuando los rayados de Monterrey ganaron el campeonato de primera división del futbol mexicano, más de 400 mil personas festejaron esa victoria en las calles de la Sultana del Norte; a Medina, por lo tanto, no lo apoya nadie, tal vez ya ni siquiera Alberto Anaya, quien en las más recientes elecciones para la gubernatura de aquella entidad envió a las bases del Partido del Trabajo a votar por el priísta, para impedir que triunfara el abanderado del PAN.
Hundida en una de las peores crisis políticas, económicas y de seguridad pública de su historia, la oligarquía neoleonesa intentó desviar la atención de su auditorio calumniando a las comunidades zapatistas de Chiapas, a las que acusó de recibir financiamiento de ETA, mediante la falsa “delación” de un imaginario “desertor” del EZLN, que un medio de comunicación vinculado a Monterrey ilustró con fotos de indígenas y cooperantes europeos, tomadas, evidentemente, por cámaras del Ejército desde vehículos militares a su paso por la selva. Además, la publicación exhibió el retrato de un ciudadano italiano que responde al nombre de Leuccio Rizzo, a quien presentó como el subcomandante Marcos “sin capucha”. ¡Ajá! ¡Qué ridículo del neomacartismo!
Pero mientras las cuentas de ahorros de los mexicanos registraron una caída de 62 mil millones de pesos en el año reciente, y la recaudación fiscal mediante el impuesto a los depósitos en efectivo se redujo 58 por ciento con respecto a 2009, y 38 millones de usuarios se niegan con toda razón a registrar sus celulares, la gasolina Magna volvió a subir hoy otros ocho centavos y el porro mayor del gabinete, Javier Lozano, siguió ladrando en defensa de su reforma patronal en contra de sindicatos y trabajadores, que Jesús Ortega y los chuchos del PRD esperan aprobar en julio después de las elecciones en 12 entidades.
Y ya que de elecciones se habla, la próxima semana Manuel Camacho, el PRD y el PAN lanzarán como candidato a gobernador de Quintana Roo al fanático religioso Gregorio Sánchez, incluso después de que uno de sus más importantes aliados, el obispo de Cancún, Pedro Pablo Elizondo, miembro distinguido de los legionarios de Cristo, rogara a sus fieles que “perdonen a los curas pederastas porque no saben lo que hacen”. Se necesita cara dura para decir tal cosa, mientras en toda la cristiandad crece el clamor para que Benedicto XVI renuncie y sea juzgado por proteger a sacerdotes que abusaron sexualmente de los niños.
Pero, en fin, si México es ya un protectorado de Estados Unidos, quien debe sentirse feliz por ello es Enrique Peña Nieto, pues en caso de quedar como sustituto de Calderón sólo tendrá que sonreír debajo de su copete, ya que el verdadero gobierno de nuestro ex país despachará, como ya sucede actualmente, en Washington.
jamastu@gmail.com
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