viernes, 13 de febrero de 2009

Modestísima contribución al catastrofismo

Humberto Musacchio

Andrés Manuel López Obrador lo ha venido diciendo, pero sus análisis y predicciones sobre la realidad económica —cuentan sus adversarios— están contaminados por el interés político y, si se quiere, por el deseo de que fracase la gestión calderonista. Pero que lo diga Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo, ya es otra cosa y por elemental prudencia la gente del gobierno debería medir cuidadosamente sus respuestas.En efecto. No es lo mismo que diga algo un declarado adversario del gobierno a que la visión pesimista la exponga el mayor y más exitoso empresario del país. Por supuesto, las declaraciones de Slim pueden ser interesadas, pues ha sido obvio el maltrato al que lo ha sometido este gobierno, pero, aun así, lo que debe discutirse no es el trasfondo de sus declaraciones, sino la consistencia de las mismas en relación con lo que ocurre en México y el resto del mundo.Es deber del gobierno, de todo gobierno, evitar a toda costa la alarma social y proyectar una real o fingida calma, pues mal harían los representantes del Estado en estimular el miedo o la desesperanza, porque en la naturaleza de su función está mantener la cohesión social, la estabilidad institucional y la certeza colectiva de que no hay problemas irresolubles.Pero la reacción del gabinete presidencial ha sido desmesurada, grosera y poco convincente. Muy a su pesar, en su pretensión de refutar a Slim han mostrado su ignorancia, su prepotencia y su miedo. Miedo a que la realidad siga desmintiendo los mensajes incongruentes, contradictorios o de plano falsos que envía el gobierno federal a la sociedad.
Desde hace varios meses Calderón viene anunciando planes para hacerle frente a la situación, pero los anuncios aislados, las medidas sin concretar y las contradicciones pesan más en el ánimo público que los hechos. O más bien son los hechos los que llevan a desconfiar del gobierno federal, pues lo cierto es que en unos cuantos meses se ha perdido más de medio millón de empleos formales, han cerrado miles de empresas y los especuladores se han llevado entre la cuarta y la quinta parte de las reservas de divisas sin que eso haya evitado una devaluación del peso cercana a 50 por ciento.Carlos Slim habló de una caída de las exportaciones, de quiebra de las empresas —“chicas, medianas y grandes”—, de inmuebles vacíos y de un desempleo “como no teníamos noticia en nuestra vida personal”. Para desgracia nuestra, nada de lo que dijo puede tildarse de profecía, pues se trata de procesos en curso que serán más trágicos en los próximos meses por efecto de una crisis que, a diferencia de la de 1981-82 o la de 1994, ya no es local ni resultado de la ineptitud de uno u otro presidente. Ahora se trata de una crisis mundial y todos los expertos están de acuerdo en que es la peor desde 1929-33.Como dicen los jilgueros panistas, el actual gobierno no es el culpable de esta crisis. Pero saberlo no será suficiente para justificar la inacción, el ruido sin nueces o el retraso para hacerle frente, en serio y en concreto, a una crisis que exige inteligencia, habilidad política y patriotismo; que obligará a adoptar medidas de emergencia que hasta hace unas semanas hubieran resultado impensables.Por ejemplo, parece que será necesario que los sueldos de los funcionarios del gobierno se reduzcan a la mitad, que se supriman los subsidios a los partidos, desaparezca por inútil, costoso y nocivo el Poder Judicial y se le sustituya por jurados populares; que se obligue a todos los causantes, ya sean empresas o personas, a pagar impuestos; se establezca el control de cambios e incluso que se renacionalice la banca, pues la actual, agiotista, depredatoria y extranjera en más de 85%, no sirve al desarrollo nacional ni a la sociedad mexicana.
El paquete de medidas de emergencia tendrá que incluir la despenalización de las drogas, al menos de algunas —¿alguien pudo imaginarse al limitado Ernesto Zedillo proponiendo legalizar la mariguana?— y un pacto con los capos del crimen organizado para detener la ola delictiva y canalizar los grandes capitales de las mafias a la inversión legal, productiva y creadora de empleos, lo que de paso permitiría suprimir algunos cuerpos policiacos.Por supuesto, quienes hoy tienen el control de las instituciones no modificarán sus posiciones mezquinas por voluntad propia. Será el deterioro de la situación económica el que causará desajustes sociales que obligarán a realizar cambios de todo orden, lo que podría empujar a la integración de un gobierno multipartidario, no del PAN con el Panal o del PRIAN, que eso de alguna manera ya está en juego con los resultados conocidos. Un verdadero gobierno de coalición debe incluir a todos los partidos, pero también a la gran empresa y a los sindicatos, a representantes de la inteligencia y a las instituciones educativas.Ante el avance y la profundización de la crisis, no hay que esperar a que estalle la violencia de los desempleados y los hambrientos. Alguien debe dar el primer paso. Nuestros políticos tienen la palabra.
hum_mus@hotmail.com

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