CARLOS MONSIVáIS
Othón Salazar nace en Alcozauca, Guerrero, el 17 de mayo de 1924, en una familia de campesinos y panaderos. Como notifica Luis Hernández Navarro, desatiende la vocación sacerdotal, una de las escasas opciones de los jóvenes pobres, y estudia en las normales rurales de Oaxtepec y Ayotzinapa, para concluir sus estudios en la Escuela Nacional de Maestros. El normalismo, formación magisterial y compromiso político simultáneos, lo lleva a ingresar al Partido Comunista, donde es dirigente del Club Estudiantil Normalista de la Juventud Comunista (1952-1953). En 1954 es presidente del Comité de Huelga de la Escuela Normal Superior, y luego dirigente de la Sección IX del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), entonces ya controlado por la burocracia rapaz. En Othón influyen poderosamente las atmósferas radicales del período de Lázaro Cárdenas, que ve en el magisterio uno de los instrumentos de la construcción y la reconstrucción del país. Si José Vasconcelos en la Secretaría de Educación Pública llama a los maestros al apostolado, a considerarse "misioneros del alfabeto", Cárdenas, sin abandonar el aspecto misional, también reconoce y alienta su condición de promotores, activistas (el término aún no circula, las características están allí).
Los profesores en la era institucional
Manuel Ávila Camacho, presidente de la República, Jaime Torres Bodet, secretario de Educación. La campaña de alfabetización de 1942 a 1946 tal vez sea la más importante del México del siglo XX en cuanto a sus alcances (cerca de dos millones de alfabetizados). No cubre suficientemente el país, y es mínima su presencia en las zonas rurales y en las zonas indígenas, pero se aprovecha el impulso de la modernidad y la certidumbre sobre las limitaciones extremas del analfabetismo. La educación cívica aún tiene resonancias, y los profesores se empeñan en formar hombres útiles (mujeres no tanto) y ciudadanos. Viven bajo un régimen autoritario, pero actúan conforme a los ideales igualitarios. Sin embargo, el ataque al radicalismo es eficaz. Lo primero es detener la influencia del Partido Comunista, y asimilar o desplazar a sus elementos más conocidos. En unos cuantos años, los comunistas pierden sus posiciones de dirección, y si bien los maestros continúan siendo de izquierda, nacionalistas, anti-imperialistas, la burocracia y la lucha escalafonaria ganan terreno.
El Partido Comunista es el mayor espacio de militancia que se opone al sometimiento que impone el Partido de la Revolución Mexicana que será pronto el PRI. Othón es y seguirá siendo un militante, término que conviene definir en el momento en que la especie ha desaparecido de los partidos políticos, sustituida por los burócratas y los aspirantes a las variedades del poder, la primera de ellas la corrupción. Todavía en la década de 1950 un militante es alguien que identifica su actitud política con el sentido de su existencia, se es comunista o, en el lado opuesto, se es panista, al considerar a la ideología un método de vida. Por supuesto, esto desemboca casi inmediatamente en el sectarismo.
La Revolución, como Anteo, se recupera al tomar posesión de su nuevo cargo
A lo largo del siglo XIX los conservadores juzgan a los profesores inmodificables, dóciles, las correas transmisoras del conocimiento elemental (alguien tiene que hacerlo). Entre 1920 y 1940 la mística del magisterio, su sentido misionero, le sirven extraordinariamente a la integración de la nación y del Estado con un costo muy alto para los profesores. Pero en los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán, la mística educativa y sus practicantes ya estorban. La unificación sindical y la burocratización vuelven inútil el calificar a los maestros de nervio de la nación, de la Patria. Su única importancia "dicen las autoridades con otras palabras" se localiza en niveles discretos, como servidores al tanto de su humilde condición presupuestal y laboral. ¡Ah! y que se abstengan de prédicas. Desaparece el apóstol y aparece el burócrata de la Federación.
A los maestros, desde 1940, no suele demandárseles el sacrificio por la nación, porque según los gobiernos ya reciben lo justo. Esto exige un paso previo: "desacralizar" la enseñanza, tan asumida como apostolado por los liberales del siglo XIX, los jacobinos radicales en el Constituyente de 1917 y los comunistas en el período 1920-1940. Si aún se cree fervorosamente en la escolarización ("El título profesional es el seguro contra el desempleo"), se desvanece la confianza en los proveedores de esa magia, el conocimiento. Con rapidez se evapora el aura de los profesores, ya considerados instrumentos mecánicos de la enseñanza. ¿Cómo creerlos portadores del conocimiento si se atiende su aspecto, sus modos de vida, su aplastamiento administrativo?
A los profesores, y a la educación en general, la SEP los somete al "criterio-de-los-sexenios": la renovación en la inmovilidad. Este es el mensaje de cada sexenio: "Antes de ahora sólo desastres han ocurrido, acepten que empezamos desde cero". A juzgar por los hechos, la calidad de la enseñanza es para los gobernantes un asunto menor. Cada Secretario desconoce primero y critica con furia acto seguido, lo que le antecede. Se discurre: es poquísimo lo avanzado, el presupuesto es muy insuficiente, los planes de enseñanza son inútiles o probadamente insuficientes, hay inercia y descuido... ¡pero ya está aquí el proyecto infalible! En cascada se precipitan y se olvidan el Plan de Once años, la Revolución Educativa, la Reforma Educativa. Los maestros ganan cada vez menos, y la burocracia presiona y exige adhesión incondicional, servicio político (o incluso) acción de fuerzas de choque, eliminación de las pretensiones de poseer derechos. De golpe, nadie discute: la educación es "zona de desastre". Y cada vez más, sólo los que no pueden evitarlo (casi siempre por falta de oportunidades) hacen del magisterio su profesión permanente. De acuerdo con demasiados jóvenes, el magisterio es una estación de paso.
Othón Salazar y el MRM se oponen a la devaluación de la imagen magisterial. El empeño es un tanto inútil. A los maestros de las misiones rurales y a los militantes del cardenismo los sustituyen los que primero a la fuerza, y luego por inercia, se amoldan a las ordenanzas de la vida institucional. En la nueva imagen, los maestros son semiprofesionistas, sin derechos políticos ajenos al cumplimiento de las tareas electorales del PRI, sin opciones de transformación académica, sólo dueños de la información parcial que un comité seleccionó en su beneficio. Por eso, la lucha de la Sección IX de 1956-60 se libra contra la reducción del magisterio a un sector informe, que transmite con mnemotecnia vacilante lo indispensable, iza la bandera algunos días del año, asiste a festivales tristísimos y vota y promueve el voto por quienes le digan. Esto, en la capital; en el resto del país, la función de los maestros es distinta, y en los pueblos son, con frecuencia, líderes naturales. Por eso, el PRI se empeña en hacer de los profesores su base persuasiva.
El Movimiento Revolucionario del Magisterio
En 1956 se inicia el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), muy importante o factor de renovación en su demanda de independencia sindical. Su líder máximo, Othón Salazar, pertenece al Partido Comunista pero es un gran líder y su enfrentamiento con el gobierno se debe a la represión del SNTE y a la cerrazón de las autoridades.
En un manifiesto de 1958 los profesores argumentan: de acuerdo con las cifras oficiales, en julio de 1956 ganábamos el 14 por ciento menos que en 1939, en tanto que en marzo de 1958 la diferencia es más del 35 por ciento. (Concluyen):
Esta situación que señalamos sólo ha conducido a que los maestros resintamos los perjuicios consiguientes en nuestra salud y en la de nuestros familiares, carezcamos de la posibilidad de educar a los hijos, y a que desmerezca nuestra capacidad profesional. Tal estado de cosas exhibe que le pongamos punto final mediante nuestra lucha unida y combativa.
Proponemos a todos los maestros de primaria luchar por:
a) elevación del sueldo nominal a 1 200 pesos;
b) sueldo móvil al ritmo del alza de los precios.
c) jubilación a los 30 años de servicio sin límite de edad, con el último sueldo y extensión de los aumentos a los pensionados;
d) servicio médico extensivo a los familiares del maestro, con pago íntegro de medicinas;
e) escalafón que considere la antigüedad y méritos del maestro, elección democrática de las comisiones de escalafón;
f) pasajes de los maestros en general.
Estas demandas no informan de una lucha por modernizar, sino del paso previo; evitar que se profundice el anacronismo, devolverse siquiera al nivel de 1939. Othón tiene los rasgos del "líder natural", pero además se prepara para el liderazgo al disciplinar su entusiasmo, su cordialidad y sus obsesiones. Inmerso en las organizaciones de profesores, advierte a los marcados por el afán de incorporarse a otra clase social y de usar el lenguaje político ya sólo como vehículo del ascenso y la rapacidad. También Othón convive y anima a los que nunca serán oportunistas, los fieles al compromiso del cardenismo, los convencidos de su lugar (humilde, irrenunciable) en la lucha de clases.
El MRM convoca a las maestras, las relegadas por el machismo de los radicales y que son sin embargo las más entusiastas, las hacedoras de comida en los plantones, las que se enfrentan a policías, granaderos y agentes judiciales (valentía de género). Al fundarse en 1957 el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), son las maestras el contingente que, apenas representado en los puestos de dirección (relegamiento de género), aporta la militancia más constante. Las distingue la esperanza en la independencia sindical, la lucha por el aumento salarial como recuperación de la vida cotidiana, el hartazgo que se organiza ante las depredaciones sindicales.
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El MRM es notable por las lealtades que suscita y se mantiene. Hay entrega, confianza en que el adversario no reprima como ellos aseguran (es melancólico: los movimientos de oposición describen de modo preciso la represión y no creen en ella). Si en el MRM intervienen los comunistas, la suya no es sin embargo una movilización doctrinaria. ¿Para qué predicar la lucha de clases si se puede ejercerla? Están allí las discusiones sectarias y el balbuceo de las divulgaciones marxistas, pero lo primordial es el combate contra la desigualdad. Estos "los de los maestros, los ferrocarrileros, los petroleros, los electricistas" son los últimos movimientos regidos por el espíritu colectivo.
¿Con quién quieren dialogar los maestros? Con los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, con la Secretaría de Educación Pública, con la prensa (no con los medios electrónicos, que los ignoran). De inmediato descubren su sitio en la escala jerárquica: los reciben, y de muy mala gana, funcionarios menores, a lo largo del período de auge (1958-1960) apenas ven dos o tres veces al Secretario de Educación Pública, la prensa los trata como "subversivos y apátridas" y el SNTE quiere dividirlos, "alquilar conciencias", lo que llaman cooptar, incorporar a los disidentes a otra opción.
El gobierno responde con ferocidad, y las autoridades educativas con el desprecio evidente que verbaliza Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública del presidente Adolfo López Mateos. Se les acusa de ser "títeres de los soviéticos" o, ya desde 1959, de Fidel Castro. La Guerra Fría encuentra en ellos uno de los blancos predilectos, no sólo desde el linchamiento verbal. Así por ejemplo, narra Hernández Navarro, en septiembre de 1958 la Policía Federal de Seguridad secuestra y tortura a Othón en cárceles clandestinas. Su "desaparición" dura ochenta días.
En 1960 se produce la movilización por el reconocimiento de la autonomía de la Sección IX. Los "desharrapados" marchan de la Normal al Zócalo, se concentran en la Escuela Nacional de Maestros, hacen mítines en edificios de la SEP, se les reprime y calumnia. El 4 de agosto una marcha sale de la Normal en Ribera de San Cosme, y es agredida por la policía montada, la policía uniformada, los agentes judiciales, la Policía Secreta. A la golpiza bárbara, muy bien documentada por Enrique Bordes Mangel, la acompañan detenciones. El mensaje es nítido: los profesores de educación básica carecen de derechos. El afán por reconstruir la profesión se minimiza o se destruye.
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Un problema muy serio es el envío de los profesores al resto del país (de los profesores no favorecidos por el SNTE, muchos no quieren salir del DF). Y la furia gubernamental se deshilvana en campañas de insultos y calumnias, agresiones, cárcel a Othón Salazar, represiones laborales. En 1960 el secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, censura a los profesores rebeldes de la generación 1959 de la Escuela Normal de Maestros, rechaza sus peticiones e insiste: para la verdadera vocación, ningún lugar de la patria es ajeno. En febrero el secretario recibe una comisión de pasantes que por distintas razones no quieren salir de la Ciudad de México. Torres Bodet, el humanista comprensivo, los juzga mezquinos, como relata en sus memorias Años contra el tiempo. (Editorial Porrúa, 1965).
Nunca me habían rodeado tantas chamarras sucias, tantas camisas huérfanas de corbata, tantas uñas luctuosas y tantas melenas que parecían, por despeinadas, simbolizar las ideas de quienes las agitaban garbosamente. Y nunca escuché discursos más inconexos, afirmaciones menos veraces y más capciosas preguntas. No contentos con escribir sin ortografía, como lo comprobaron sus pliegos de peticiones, esos "futuros maestros" peroraban sin ilación, oían sin entender y repetían hasta el cansancio los argumentos substanciales con que trataban de justificar su capricho de no salir de la capital.
El juicio sumario ha concluido: los profesores son fracasados irremediables.
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En 1993 me toca entrevistar a Othón Salazar (Arturo Cano recupera el diálogo). Le pregunto por su síntesis de las luchas del MRM y, clásicamente, responde:
Quiero decirles a mis compañeros veteranos del Movimiento Revolucionario del Magisterio que no tengamos miedo a la muerte. Como decía uno de mis maestros: "Para qué tenerle miedo si cuando ella llega nosotros ya nos fuimos"... No tengamos miedo a la muerte... Que las nuevas generaciones de maestros nos recuerden con todos nuestros defectos, pero también recuerden que hicimos que nuestras vidas estuvieran inscritas en ideales nobles inspirados en el bien de nuestra comunidad.
De la perseverancia y la congruencia como bienes escasos pero indispensables
Luego de un período en prisión, de ver cancelados sus derechos laborales, de padecer la persecución burocrática, Othón Salazar cambia sus espacios militantes. Continúa en el Partido Comunista, en su Comité Central. Es candidato a gobernador por el PCM en 1980; es presidente municipal de Alcozauca postulado por el PSUM, es un crítico implacable del SNTE y de Elba Esther Gordillo: "Nunca, ni en los peores momentos, conocí a una dirigente magisterial sindical con un estado de conciencia tan vendido a los intereses económicos y del gobierno". Renuncia al PRD en 1998, con un texto de fidelidad a lo que ya no está o ya no existe: "Mi formación es marxista-leninista y ya no encajaba en el ámbito político del PRD. No conozco mayor crimen que el que uno le dé las espaldas a sus ideas; prefiero quedarme silbando en la loma a dejar de luchar por mis ideales". (En la nota de Luis Hernández Navarro). En sus últimos años viaja constantemente a La Montaña de Guerrero, participa en los asomos de otra organización comunista-bolchevique, insiste en su reinstalación, se anima y se desanima con el mismo tono entusiasta.
Si quieres ascender, acuérdate de nacer en la cumbre
En las décadas recientes, sin poder reaccionar, los profesores atestiguan el proceso de las degradaciones múltiples, aislados en el salario mínimo, sin estímulos, bajo la férula de caciques y caciquillos, carne del acarreo, obligados con frecuencia a la mínima corrupción que es la defensa contra la gran corrupción, y a la tarea priista de los fraudes y las compraventas electorales. También contemplan el ascenso implacable de los egresados de escuelas privadas (ascender es un decir, ya estaban arriba) y el destino de sus alumnos, obligados a la deserción, el exterminio de sus talentos previsibles, la calificación no tan ocasional de "mano de obra barata", el ahogo cultural que halla salidas en los cómics, periódicos deportivos, las publicaciones alarmistas, y la decepción ante los resultados de su paso por la escuela primaria o secundaria. Estos jóvenes se saben limitados "fatalmente" por lo que no se aprende en la escuela (los contactos, las ventajas del medio de origen), y se frustran por su declarada ineptitud ante las redes de la burocracia, los laberintos del trámite y los recursos legales y administrativos. Cada secretario de Educación Pública felicita a la Revolución (luego a la modernidad), pero los alfabetizados no disponen de apoyos para ejercerse como tales, no hay bibliotecas en el ejido, en el municipio, en el pueblo, en la ciudad cercana; no hay nada que, social o gubernamentalmente, anime a la lectura y a tomarse en serio como sujetos de aprendizaje.
Y el magisterio se vuelve, para muchísimos, la chamba que permite llegar algún día a la profesión, el complemento del trabajo de taxista o de las ilusiones migratorias, aquello que se tiene cuando no se tiene nada, el trámite burocrático rodeado de alumnos que, por lo común, también carecen de porvenir concebible.
"Que se alcen los pueblos con valor, con La Internacional"
Muy enfermo en un hospital de Chilpancingo, Othón Salazar decide morir en su casa en Tlapa, Guerrero. Hay una misa en la catedral de San Agustín de Tlapa, en abono de la salud en el Más Allá de un ateo convencido. En el entierro hay banderas rojas con la hoz y el martillo y la música de La Internacional, el himno que tanto significó y tanto dejó de significar. l
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