Los publicistas fueron contratados para hacer de él, al costo que sea, un maniquí de lujo: ostensible la carga de maquillaje que encubre las imperfecciones del rostro y abundante el gel para modelar el peinado que evoca a Fernando Gutiérrez Barrios, viste trajes y camisas de corte y color precisos.
Y es que Enrique Peña Nieto, gobernador priísta del Estado de México, es un acabado producto del dinero, que todo lo fabrica: su corta estatura se suple con tomas que lo hacen ver como un gigante y su juventud se capitaliza con un atuendo en oscuros combinados con blanco, que lo proyectan maduro y ejecutivo.
Pero detrás de la multimillonaria parafernalia --en radio, televisión, Internet e impresos-- que lo presenta como un gobernante escrupuloso y eficaz, con tamaños para ser presidente de México, habita un político tradicional: taimado y truculento, represor y gazmoño, capaz de todo para conquistar y retener el poder.
Lo conocí personalmente hace cuatro años: la tarde del 5 de agosto del 2004, en el restaurante Balmoral del hotel Presidente Chapultepec, lugar puesto de moda por Elba Esther Gordillo y Jorge Castañeda entre políticos de su misma talla, usuarios habituales del corredor Polanco-Condesa-Santa Fe.
Busqué a Peña Nieto para consultarle sobre la política en el Estado de México, en particular sobre las elecciones de 2005, ante las que el Partido Acción Nacional (PAN) llevaba la delantera, a pesar de las costosas campañas del gobernador Arturo Montiel, envuelto en escándalos de corrupción y de constantes ausencias de la entidad por su romance con Maude Versini.
Peña Nieto, quien era entonces coordinador de los diputados priistas locales --después de haber estado en el gobierno de Montiel como subsecretatrio de Gobierno y secretario de Administración--, prefirió ese restaurante a Toluca para la entrevista, en la que se escabullía, con los muy priístas formulismos, de una definición sobre su búsqueda de la candidatura a gobernador.
Por supuesto, una de sus expresiones fue que, como todo político, su "deseo mayor" era servir a su pueblo desde cualquier trinchera. "Mi interés es hacer política y poder servir", dijo, muy ceremonial.
--¿En serio, diputado?
"Es en serio. Digo, no hay político del estado, que se jacte de hacer política, que no aspire a la mayor magistratura, que ser gobernador. ¿Cuándo? ¿Cómo?, dependerá de las circunstancias".
--¿Hay circunstancias hoy?
"Si las circunstancias favorecen, entonces yo tomaré una definición respecto del tema".
--¿Cuándo?
"Cuando el partido tome las reglas para la definición de su candidato. Y ahí le mide uno el agua a los camotes. Hay chance o no. Porque no estaría en condición de ser juego o comparsa de algo".
--¿Hoy hay comparsas? ¿Quiénes son?
"Se han dado en la política siempre. Espero que no se dé en el estado. Hoy tenemos que jugar los priístas de manera inteligente. Sí estoy convencido que cualquier proyecto que el partido avale, es el que tenemos que respaldar todos los priístas. Si llega a haber una fractura, si alguien se resta de apoyar, podríamos correr un riesgo mayor".
La política priísta bullía entonces: Isidro Pastor, Alfonso Navarrete Prida, Manuel Cadena y hasta Carlos Hank Rhon aspiraban a la candidatura priísta, pero Montiel perfilaba como su delfín a Peña Nieto, conocido como uno de los Golden Boys, un grupo de jóvenes incrustados en el gobierno. "Es un apelativo al que no le doy importancia. No me gusta, pero tampoco voy a impedir que se use", decía.
Sobre sus adversarios internos, Peña Nieto decía: "Todos juegan, todos tienen más y menores posibilidades. Yo veo a todos jugando".
--¿Incluyéndolo a usted?
"Metido en la ecuación, no me desagrada. No puede desagradarte estar en una ecuación en la búsqueda de la perspectiva más importante del estado. Pero en política es cosa de tiempos y circunstancias".
--Ustedes los priístas son acartonados, tortuosos y expertos en escabullirse para las definiciones.
"¿La pregunta concreta es si yo aspiro?"
--Pues sí, ¿a usted le interesa?
Meditó durante unos segundos, posó su mirada en el piso y respondió: "Repito, no hay político a quien no le guste o quien haga política y que no aspire a esa responsabilidad mayor".
--O sea que sí.
"Si así lo deduces, dedúcela así".
--Es una conclusión lógica.
"Yo te diría: el interés mayor, mi definición se hará hasta que el partido tenga reglas claras sobre esto. Pero puedo decir algo más: soy un priísta convencido de mi militancia, de mi partido, y más que pensar en lo que tenga o quiera, quiero estar a las órdenes de mi partido. Yo he aprendido y me he formado en esta disciplina partidaria y, más allá de lo que uno quiera, es lo que el partido quiere y desea para uno. El partido te va marcando rumbos. Aquí poco importará lo que yo quiera".
--Insisto: tiene usted 38 años y se comporta como alguien de 60.
"No, puede no convencerte, pero estoy convencido de esa disciplina partidaria, que ha sido una fortaleza de los priístas. No quiere decir que no se pueda, internamente, diferir. Se vale. Pero a final de cuentas debe imperar una disciplina partidaria".
Y soltó una larga explicación sobre la "disciplina", igual a la castrense y eclesiástica: "En la historia hay ejemplos: el Ejército y la Iglesia, y el PRI. Eso le dio 70 años de fortaleza. Creo que cuando se relajó esa disciplina partidaria, que verdaderamente se relajó y empezó a haber escisiones, fracturas, es cuando empezamos a tener descalabros."
Al final, Montiel concretó su proyecto: impuso a Peña Nieto, su sobrino y sobrino del exgobernador Alfredo del Mazo, a cambio de la impunidad en las raterías, plenamente acreditadas, en el gobierno.
Y ahora, justamente en el mismo esquema de complicidades, el gobernador del Estado de México --quien el viernes pasado rindió su tercer informe de gobierno-- se perfila como un prospecto en apariencia menos vulnerable que Manlio Fabio Beltrones para que el PRI recupere, en el 2012, la Presidencia de la República.
En el proyecto para impulsar a Peña Nieto están alineados dos prominentes ejemplares de la mafia política, Carlos Salinas y Elba Esther Gordillo, pero también conglomerados empresariales, del país y del extranjero, notablemente España. Es decir, la misma coalición de intereses que llevó a Felipe Calderón al cargo formal en el que hace el ridículo.
La unción de Peña Nieto será lo que estará en riesgo dentro de tres años, cuando deje la gubernatura, justo un año antes de la contienda presidencial del 2012, aunque él ya tiene discurso:
"Sigo pensando en la sabiduría del partido. En el partido, como no ocurre en otro, opera en estas decisiones, siempre, una magia partidaria que envuelve a los priístas. Cuando hay definición llega a haber claridad entre la militancia, que busca claridad en las definiciones."
--Parece una expresión de los sesenta, de Alfonso Martínez Domínguez.
"Forma es fondo -respondió Peña--. No perdamos la forma".
Tal cual.
Apuntes
Feliz viaje, amigo Pepe Zamarripa.
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
sábado, 18 de octubre de 2008
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