sábado, 2 de abril de 2016

La terrible tragedia de Papantla.

CRÓNICA: Que a jóvenes secuestrados en Papantla por policías, les cortaron la cabeza y derritieron en aceite
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  • Una llamada telefónica les avisó que a los jóvenes secuestrados por policías en Papantla: "los derritieron en aceite"
  • Durante 84 años la abuela de Luis Humberto Morales ha vivido en la pobreza y ahora, de ñapa, el secuestro de su nieto
  • Hay comunidades de Veracruz donde la pobreza y los malandros abundan como una plaga bíblica
  • "Ayer se escucharon balazos por estos rumbos. ¡Ándese con cuidado! ¡La cosa todavía está caliente! ¡No se confíe!"
Crónica de Miguel Ángel León Carmona
De blog.expediente.mx para El Piñero de la Cuenca
Papantla, Veracruz; 01 de abril, 2016.- “Hubo una llamada, avisando que a los muchachos les cortaron la cabeza y luego los fumaron…según los echaron en tambos parecidos a un cazo y ahí los derritieron en aceite. Quisiéramos saber dónde está ese pinche matadero para acabar con nuestra angustia”.
Comparte Raymunda Pérez Solís, abuela de Luis Humberto Morales Santiago, uno de los tres jóvenes levantados por policías municipales de Papantla, Veracruz. Apenas come, si acaso duerme por minutos. Llevaba 84 años soportando la pobreza y seguía de pie, hasta el  secuestro de su nieto, que hoy la tiene desahuciada, hablando con escasas prendas que dejó el chico.
Un muchacho a quien sus sueños de profesionista, la marginación los destruyó, consolándolo con el oficio de la albañilería, donde dedicó su fuerza hasta un día antes de desaparecer. Un andamio y una pared a medio revocar, atestiguan sus quehaceres. Familiares solicitan que se fotografíe la escena. “Que sepa la gente que Beto es bueno, que no tenían por qué levantarlo” aclaran 
La mujer de ocho décadas, narra la forma en que espera a su ausente, refugiada en una cueva con muros de cartón y techos de lámina, en la Colonia Unión y Trabajo, a seis kilómetros de las ruinas arqueológicas de El Tajín y del espectáculo cultural de los Voladores de Papantla. Lejos de  parajes turísticos, allá donde la miseria y los malandros abundan como plaga.
“LEVANTARON A UN MUCHACHO INOCENTE”
A doña Raymunda Pérez Solís su mirada se le ha extraviado, sus hijos dicen que está inconsolable. Hace trece días que no ve regresar al joven que crió desde el año y medio de nacido, desde que su madre biológica abandonó la responsabilidad. 
“Se llevaron a mi compañero, al que me cuidaba, quien me daba la mitad del dinerito que ganaba. Yo le pido mucho a Dios por él, pero ya sé que no va a venir a verme, comparte la mujer sollozando, mientras se dispone a describir a su joven ausente.
“Es un chamaco cariñoso, que no toma, ni fuma, mucho menos se droga. Le gusta salir a la disco y escuchar reggaeton. Cuando llega bien cansado de trabajar, pone su agua a calentar en la lumbre y ya después se acuesta en su sillón, ahí ve las caricaturas y acaricia a su perro, luego se queda bien dormido”.
Un joven que sólo estudió hasta segundo año de secundaria, luego decidió apoyar a su madre, como llama a doña Raymunda, vendiendo cocteles de fruta, lavando coches y chapeando zacate en los montes. A los 15 años comenzó a echar colados y pegar ladrillos por 600 pesos semanales.
Luis Humberto tenía una ley cuando recibía su pago: “300 pesos son para la casa y ya lo que sobra para mis chicles”. Solía gastar sus monedas descargando música en el ciber y comprándose perfumes por catálogo.
En el interior de la casa, se aprecia un sillón donde solía dormir el muchacho, con el colchón sumido de soportar su humanidad por varios años. Ahí mismo, una almohada con rastros de su sudor, que doña Raymunda talla en su rostro y suplica una pronta aparición.
Con base en la denuncia ante el ministerio público papanteco, número 326/2016, el joven tuvo el mismo destino que Alberto Uriel Pérez Cruz, a ambos los barajaron a punta de balazos del vehículo Chevrolet Aveo donde transitaban, los sometieron contra el piso y luego desaparecieron.
Han pasado trece días y la única seña de los chicos levantados proviene del celular de un familiar, de quien se guarda el anonimato por seguridad. Ahí, presuntos agresores reportaron que a sus víctimas los decapitaron, desintegrando sus cuerpos flacuchos con aceites flamantes. Es con el reporte que vive doña Raymunda, ante la escasez de reportes de la agencia ministerial. 
“POR ESTOS RUMBOS HAY HARTOS MALANDROS”
“Ándese con cuidado, por la zona vive un jefe y le gusta enterarse de las cosas. Ayer se escucharon balazos por estos rumbos, la cosa todavía está caliente, no se confíe”, murmura un informante sobre los rumbos arenosos del barrio papanteco, aprovechando el ruido ensordecedor que se libera desde un estéreo con temas de J. Balvin.
Andares con aromas a marihuana y rostros de jóvenes que insultan a los foráneos con la mirada, a unos 500 metros se encuentra el penal de Papantla, donde ocho policías son resguardados por el presunto delito de desaparición forzada.
Características que describen el lugar donde vive doña Raymunda Pérez, una de las tres madres que se atrevieron a levantar la voz, en una ciudad donde no existe un solo colectivo de personas desaparecidas, donde los activistas escasean como el empleo.
“Antes de nuestro caso se sabía que levantaban a hartos muchachitos, pero hasta ahí la dejaban sus familias. Nadie era capaz de denunciar su sufrimiento. Pero si mi hijo está vivo, quiero que vea que lo estoy buscando. Y si ya está con Dios, que sepa desde allá que su abuela no tiene miedo”.
Emite Raymunda y luego invita a pasar a su casa al visitante, ante una danza de motocicletas a la afueras de su domicilio con los brazos cruzados, atentos a la charla. “Tengo miedo, joven. La Fiscalía nos prometió seguridad y mire, uno ya ni sabe cuándo se van a aparecer los malandros y también nos levanten”, comparte temerosa la adulta mayor. 
“QUISIERA SALIR A BUSCAR A MI HIJO; PERO NO TENGO DINERO”
Ya en el interior de la casa, doña Raymunda prepara unas tortillas mojadas con salsa de tomate, además ofrece un refresco de naranja sin gas, porque se trata de una ocasión especial, es lo que le preparaba a su nieto, comparte con una sonrisa que se asoma de forma mísera.
Se imagina joven, aquí a veces comemos y a veces no, ahora ¿cómo le hacemos para salir a buscar a mi Beto? ¿Y si lo que dicen en el celular no es cierto? ¿Y si lo tienen en el monte amarrado, golpeado y sin comer? comparte doña Raymunda y prefiere ignorar el platillo que cocinó.
Luis Humberto Morales era quien apoyaba en los gastos a su abuela. Su único sustento será el pago del programa federal Prospera, quien la entretiene con 425 pesos al mes, es decir 14 pesos diarios, equivalente a un kilo de tortillas.
Así se torna la situación de la madre del chico desaparecido. Dos semanas desprotegida entre tierras de caballeros de la maña, sin dinero y sin un ojo que perdió hace siete años a causa de cataratas. A doña Raymunda tampoco le han brindado asesoría psicológica. Pareciera que a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas también la desaparecieron.
Raymunda agradece la visita y acompaña a la puerta al reportero. Se truena al caminar los dedos y voltea a los cuatro puntos de la rosa de los vientos. Luego se despide y se dirige a enclaustrase en su cueva de cartón. “Vamos a ver quién llega primero, si mi niño o los malos y también me matan”. Sentencia.

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