S
orprenden tantos signos de repudio o indiferencia hacia la primera constitución política de la Ciudad de México. Según encuestas, 73 por ciento de los capitalinos la considera innecesaria (Delphos, 5/3/16); 43 por ciento piensa que hará que la situación empeore, que quede igual (38 por ciento), que la situación mejore (15 por ciento) y 63 por ciento la desaprueba, contra un desabrido 16 por ciento que la aprueba algo (Buendía y Laredo 3/16). Esto coincide con lo que a diario oímos en las sobremesas y en las pláticas informales. Una amiga mía la define como un
petardo.
Hay una fuerte corriente negativa en los políticos y los expertos: el constitucionalista Diego Valadés dice que la nueva constitución es apenas una ley secundaria del artículo 122 de la Constitución federal. Shaila Rosagel señala que en 10 puntos la reforma pone en riesgo los avances en la capital. María Eugenia Valdés Vega (UAM) considera que los cambios son mínimos y que el régimen de la capital sigue siendo un esperpento. El Cidac critica con dureza los cabildos y los señala como posibles cómplices de la gestión de la alcaldía. César Cravioto la denuncia como un intento para favorecer a EPN y Mancera.
La reforma es un mito, afirma Martí Batres. Ricardo Monreal se muestra desilusionado porque las expectativas eran altas y el constituyente no será un auténtico representante de los llamados
mexiqueños. Como sea, la reforma política tiene su significado y no es poco mérito de quienes lograron concretarla superando la resistencia autoritaria de dos siglos. Hay que reconocer que se logró la autonomía y el debilitamiento del control del poder federal. Entonces, ¿por qué el rechazo? Creo que su pecado capital no está ni en sus fallas técnicas ni en sus errores conceptuales, que los tiene. Sino en el último zarpazo contra la voluntad popular: 40 por ciento de los diputados constituyentes serán designados por dedazo del Presidente, el jefe de Gobierno y de las dos cámaras federales. Esto ha manchado todo el proyecto.
Sin embargo, el congreso constituyente tiene su oportunidad: depende la calidad de los debates y de las propuestas. Del reconocimiento de los derechos sociales y sus garantías. No se volverá popular ni adquirirá prestigio gracias a las campañas de medios con costos de miles de millones dilapidados en espectaculares, espots, anuncios en periódicos. Ni la cursilería reiterada de
Adiós, DF; bienvenida, CDMX, o en presentar a la primera constitución de la capital como una panacea en esta época oscura ante la ciudadanía más alerta de la nación.
Twitter: @ortizpinchetti
Mail: joseaorpin@gmail.com
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