jueves, 7 de enero de 2016

Peña ajena

Miguel Marín Bosch
A
rranca este 2016 con varias noticias significativas. Quizá la más importante sea el papel que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha decidido (finalmente) jugar en la prolongada crisis en Siria, pero hay otras como la cambiante relación del Reino Unido con la Unión Europea y las recientes elecciones en España y Cataluña. De estas y otras cuestiones hablaremos en nuestros próximos artículos.
Inicio el año con un tema que vengo arrastrando desde hace décadas y que considero oportuno abordar ahora que el presidente Enrique Peña Nieto comienza la segunda mitad de su sexenio. Se trata del país en que vivimos, cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven desde el exterior.
En muchas ocasiones me ha sido difícil explicar (¿justificar?) las acciones del gobierno mexicano a un público extranjero. Desde mis años de alumno en distintas universidades en Estados Unidos, pasando por más de tres décadas como diplomático de carrera, he tenido que contestar preguntas sobre nuestro sistema político, las desigualdades sociales, la corrupción endémica, la violencia, la impunidad, en fin, la ausencia de un estado de derecho.
Durante el pasado año pasé algunas semanas en Estados Unidos, asistiendo a conferencias y seminarios y visitando a amigos. Me sorprendió el grado de interés que sigue despertando nuestro país entre personas que tienen la mirada puesta en el Oriente Medio, la campaña presidencial en Estados Unidos y en otras cuestiones que acaparan la atención del mundo.
Hablé con personas de todos los continentes y las pláticas siguieron un guión predecible: las atrocidades cometidas por grupos terroristas dentro y fuera de Medio Oriente, primero por Al Qaeda y luego por el llamado Estado Islámico; la tragedia en Siria; las secuelas de las invasiones de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán e Irak; la situación política en Europa y el impacto de la llegada de cientos de miles de refugiados; la campaña presidencial en Estados Unidos y el fenómeno Trump; el declive económico de China, e, inevitablemente, el panorama político, social y económico en América Latina.
¿Qué pasa en México? Esa pregunta me la repitieron mis interlocutores una y otra vez. En ocasiones agregaban que tenían la impresión de que el actual gobierno había empezado bastante bien.
Resulta difícil, por no decir imposible, intentar explicar lo que ocurre en México a un ser pensante y medianamente enterado de nuestra realidad. ¿Por dónde empezar?
Lo cierto es que los dos años pasados han sido una pesadilla. Así lo demuestran las encuestas. Dos de cada tres mexicanos desaprobamos del rumbo del país. Nos quejamos de la economía, la inseguridad, la corrupción y la impunidad. No confiamos en nadie. No se esclarece la desaparición de 43 normalistas y se da carpetazo a pruebas de corrupción al más alto nivel.
Mis interlocutores no entienden cómo es posible que se despida a Carmen Aristegui. Se preguntan si en otros países se toleraría el grado de impunidad que parece tener nuestra clase política. Recuerdan con cierto respeto el papel del presidente Ernesto Zedillo en la transición política que parecía iba a corregir nuestro déficit democrático.
Luego recuerdan cómo los dos gobiernos de Acción Nacional fueron incapaces de consolidar esa transición. Les sorprende el monto de los recursos que manejan los partidos políticos y los sueldos de los diputados y senadores. Sobre todo no entienden a la clase política que nos gobierna. ¿Sólo les interesa el poder y el dinero?
A lo largo de mis años de estudiante y luego diplomático siempre opté por dar respuestas directas y honestas a las preguntas y comentarios sobre México que hacían mis amigos y conocidos extranjeros.
Recuerdo las críticas tras el 2 de octubre de 1968. Recuerdo también la dureza de los comentarios acerca de los comicios presidenciales de 1988. En ésas y otras ocasiones me refugiaba (¿consolaba?) en una política exterior que podía defender. Ahora, ya ni eso. No recuerdo un peor momento que el actual.

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