En menos de mes y medio, Grupo Televisa ha decidido emprender una “remodelación” en algunos de sus programas y conductores. El rumor sobre la salida de Javier Alarcón se concretó después de varias demostraciones de la caída abruptaratings de Televisa Deportes frente al temperamento de su principal conductor y directivo.
La conductora Laura Bozzo, blanco de varias denuncias por su talk show que agotó las fórmulas del improperio y la injuria, finalmente culminará una etapa. Y Xavier López, Chabelo, el conductor más antiguo de la televisión mexicana, anunció el fin de su programa dominical.
Otros cambios menos perceptibles se están generando en la empresa de Azcárraga Jean. Se distanciaron del productor Pedro Torres. La influencia de Alejandro Quintero, el artífice del modelo Peña Nieto, ha disminuido. En su Consejo de Administración hay descontento. Las especulaciones sobre la salida de Joaquín López Dóriga no han disminuido, menos ahora que lo premian y celebran de todas las formas posibles para evadir la pequeña “mancha” en su expediente: la demanda penal por extorsión que interpuso la empresaria María Asunción Aramburuzabala, ex socia de Azcárraga Jean en Televisa.
Son cambios de forma, pero no de fondo ante la crisis mayor que atraviesa la televisión abierta o generalista, y la crisis particular de Televisa en la era de Azcárraga Jean, el tercero en la dinastía familiar que ha manejado esta singular empresa-monopolio-partido hegemónico, única en el mundo.
A Televisa le agobia lo que a todas las empresas televisivas del mundo en esta era de la convergencia digital: las caídas constantes del rating, ese dios tirano y receloso, que está perdiendo la batalla ante la tv on line, la práctica creciente de las audiencias de la tv on demand (los programas se ven diferidos o fragmentados a través de internet) y las propuestas más atractivas de algunos canales de televisión restringida o de televisión vía internet (ahí está el crecimiento del fenómeno Netflix).
La vieja televisión aún no acaba de fenecer y la nueva tampoco termina de cuajar. La movilidad de las audiencias que viven pegadas al teléfono móvil, la segmentación, la especialización y la autogeneración de contenidos entre jóvenes son algunos de los desafíos.
Las telenovelas, los programas cómicos, los deportes y los realitys musicales o estilo Big Brother, fórmulas que generaron en los noventa y buena parte de este siglo la llamada “neo-televisión” están agotadas ante las nuevas audiencias. Desertores de la televisión abierta son millones de jóvenes que no abandonan la cultura audiovisual, pero sí el modelo analógico antiguo y soberbio: ustedes deben ver sin interactuar, aceptar sin cuestionar, sintonizar sin recrear.
Ricardo Salinas Pliego, efímero competidor de Televisa desde su apuesta en TV Azteca, confesó a la revista Expansión que se equivocó en la conducción del negocio, pero afirmó desde su característica soberbia:
“La tele abierta ha sido malbaratada… ha estado bajo asedio por parte de los anunciantes.. Pero esto ya llegó a su límite… Y el mensaje para los anunciantes es: ‘Qué crees, tengo menos audiencia, pero me vas a tener que pagar más dinero, porque es la única forma para ti de llegar a una audiencia masiva’. Si no, vamos a tener que cerrar el negocio”. (Expansión, 6-9 de noviembre 2015).
Julio Castellanos, director general de la agencia de publicidad y medios Dentsu Aegis Network Mexico afirmó también en Expansión que antes de la llegada de internet, las empresas destinaban a la televisión hasta el 75 por ciento de su inversión publicitaria total. Ahora, esta proporción se ha contraído al 50 por ciento.
Los únicos “clientes” que en México siguen destinando más del 60 por ciento de sus presupuestos de publicidad a la televisión abierta son los gobiernos estatales y el federal, los congresos y los partidos políticos. De ahí la tóxica combinación entre política y televisión, subordinada al chantaje y el intercambio de favores que excluyen a las audiencias.
Se olvidaron de los contenidos
A esta crisis general se agrega la crisis particular de Televisa en la era de Azcárraga Jean. Desde la llegada de los “Cuatro Fantásticos” –así se hacen llamar los cuatro principales directivos de Televisa que acompañan al Tigrillo– la empresa privilegió la salida de la crisis financiera heredada de la era del Tigre, la expansión de su negocio hacia las telecomunicaciones (con todo el apoyo de los gobiernos federales desde Fox hasta Peña Nieto) y la expansión de su poder político. Televisa dejó de ser “soldado del presidente” para que los políticos –del presidente para abajo- se volvieran sus “soldados”.
Olvidaron los contenidos y privilegiaron el gran negocio que les representó ser juez y parte de la “democracia a la mexicana” esta extraña mezcla entre farándula y política, entre noticias y entretenimiento, entre advertainmet y proselitismo electoral, entre autoritarismo y monopolio.
Su producto más acabado, Peña Nieto, también se agotó en el ejercicio del gobierno. Y hasta La Gaviota resultó un producto deficitario a mediano plazo en la medida que ella dejó de ser un “activo” a favor de la popularidad peñista al convertirla en cómplice de la corrupción. Y Televisa quiere seguir sacando rédito y ganancias de esta fórmula que se agota aceleradamente, pero los ratings caen y los anunciantes también migran.
Chabelo y su programa dominical fueron de los pocos que sobrevivieron al “aggiornamiento” que vivió Televisa desde la muerte de Emilio El Tigre Azcárraga, en 1997. Se fueron Raúl Velasco, Jacobo Zabludovsky, Guillermo Ochoa, y hasta su actriz más célebre, Verónica Castro, fue hostigada en función de los nuevos negocios y de la apuesta política que hicieron.
Importaron a Laura desde su desprestigio peruano, descafeinaron y presionaron a Víctor Trujillo, homologaron a sus principales conductores, le dieron carta de impunidad a López Dóriga (que superó a Zabludovsky en el talento para la gacetilla electrónica), agotaron la fórmula de los realitys, presionaron a personajes como Héctor Suárez, privilegiaron a los incondicionales y se olvidaron de una programación infantil y juvenil audaz y renovada. No han logrado ni siquiera repetir el fenómeno Timbiriche de los años ochenta y hasta Luis Miguel y Lucero envejecieron más rápido que su audiencia.
Sorprende ver la protesta, incluso en redes sociales, de muchos que ven a Chabelo con apego tradicionalista y se olvidan del expediente tremendo de su programa para las audiencias infantiles.
En este gesto se observa también que Televisa ha confundido la verticalidad con la eficacia. Su método de renovación se enfrenta con una acelerada pérdida de credibilidad en las audiencias.
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