E
l papa Francisco está demostrando una vocación cristiana que sorprende a los escépticos e irrita a los conservadores. Hay quienes lo acusan de marxista y rechazan sus críticas al capitalismo, a la irresponsabilidad ante el cambio climático y a la violación a los derechos humanos de ciertos gobiernos. Sus antecesores no llevaron estos temas más allá de la retórica. Tampoco ha gustado su agenda liberal referente a los gays, el aborto y la ausencia de planificación familiar. Más allá de los discursos, sus acciones políticas y diplomáticas han mostrado valentía y sentido de la oportunidad. Parece impulsado por lo que él llama
la alegría del Evangelio.
El hecho de que no incluyera a México en ninguna de sus giras por América Latina ha provocado especulaciones. El nuncio apostólico, Christophe Pierre, ofició una misa de Navidad ante los padres de las víctimas de Ayotzinapa. Bergoglio ha tenido conversaciones con sacerdotes progresistas mexicanos y ha expresado que no desearía para su propia patria lo que está sucediendo aquí. Todo indica que hay tensión entre Los Pinos y el Vaticano y resistencia para legitimar a Peña, a diferencia de los papas que favorecieron a Salinas y a los presidentes panistas. La corrupción del actual gobierno y el crecimiento de la miseria y de la impunidad seguramente han descorazonado a un sumo pontífice reformista como Bergoglio.
La Iglesia mexicana tiene un poder secular, aunque es probable que sus fieles no lleguen al 85 por ciento que dicen las estadísticas. Sin duda, el formidable sincretismo guadalupano está en el corazón de nuestra cultura. La organización eclesiástica con 16 mil sacerdotes, 27 mil monjas y una red de fieles y ONG bien articuladas pueden ejercer una gran influencia: este conjunto está a la saga de las iniciativas de Francisco. Hay algunos obispos valiosos y valientes y muchos párrocos cercanos al pueblo convencidos de la necesidad de un cambio; 39 asesinados en la guerra contra el narco. Los jerarcas que dominan el aparato son, en general, muy conservadores: colaboracionistas, aliados y encubridores, en muchas ocasiones de la oligarquía y del gobierno. Su papel como agentes del cambio ha sido insignificante. Su participación en la causa de la democracia fue una gran oportunidad que desperdiciaron por miedo o por conveniencia mundana.
El padre Goyo (Gregorio López), de Apatzingán, Michoacán, escribió al Papa una carta para felicitarlo por no venir a México y enumerando las deudas que la Iglesia tiene con la nación. La influencia política y espiritual de la Iglesia sería decisiva para un cambio pacífico, pero parece que no se mueve ni se conmueve con el ejemplo de Francisco.
Mail: joseaorpin@gmail.com
Twitter: @ortizpinchetti
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