Es impresionante ver a los mexicanos que tienen sus problemas y que en sus problemas caben nuestros hijos, dijo un padre agradecido ante un mar de paraguas
No era grito, pero gritaba.
No era verso, pero lo parecía.
No mencionaba ni un nombre, pero no hacía falta.
Era la pancarta que llevaba la Poni y decía:
Hoy el cielo llora, mañana la luna sangra. En la tierra 43 semillas crecen. Serán el sol de la justicia.
Y detrás, muy cerca de Elena Poniatowska y su pancarta vertical que sobresalía por encima de la multitud de marchistas, un letrero, éste horizontal, que sostenía Jesusa Rodríguez y decía:
Y el idiota en Niu York.
-Quién está en Nueva York, tú? -preguntó un marchista mirando el cartel horizontal.
-¡Saabe! -respondió la chica que lo acompañaba.
Estos eran dos de los miles que este sábado caminaron a lo largo de la avenida Reforma y que confluyeron en el Zócalo, para conmemorar, recordar, subrayar el primer aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, en el Día de la Indignación.
La energía y la ira.
Fue una masiva manifestación de dolor, de ira, de energía colectiva. Energía visible, palpable que hizo lamentar al historiador Lorenzo Meyer la falta de cauce:
“Está es una muestra de energía política pura y no hay cómo encauzarla. Estamos ayunos de formas constructivas y positivas de política. Da la impresión de que se está perdiendo” (la energía), le dijo al periódico Reforma.
Fue la del sábado 26 de septiembre de 2015 una marcha pacífica. A la cabeza iba el grupo de padres de los 43 normalistas desaparecidos, acompañados por el abogado Vidulfo Rosales y el líder de la sección 22 de la CNTE, Rubén Núñez, además del estudiante sobreviviente de los ataques, Omar García.
Les seguían el contingente de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos y otras normales rurales del país; el de los sindicatos como el Mexicano de Electricistas (SME), el de los trabajadores de la UNAM (STUNAM) y de otras universidades y preparatorias de la Ciudad de México.
Atrás marchaban las organizaciones sociales, entre las que se contaban colectivos feministas, religiosos, familiares de desaparecidos e integrantes de la comunidad artística y cinematográfica.
Por último caminaban los grupos de estudiantes universitarios pertenecientes a la UNAM, al IPN, la UACM, el Colegio de México, el ITAM, el Tec de Monterrey, la Universidad de Chapingo, entre otras. Detrás de ellos marchó un grupo de jóvenes vestidos de negro y con el rostro cubierto.
La mayoría de los contingentes mostraban pancartas exigiendo justicia, responsabilizando al Ejército por no haber defendido a los normalistas y pidiendo la salida del presidente Enrique Peña Nieto.
Eran mantas y carteles, letreros muy bien hechos unos y garrapateados otros, pero la demanda era común:
¡Fuera Peña!
(Y un padre de familia en el Zócalo: “Denunciamos la complicidad del gobierno de Peña Nieto con los asesinos del 26 de septiembre).
Y también retratos, muchos retratos. Retratos de 43 jóvenes rostros, cuya ausencia hoy ensombrece a sus hogares, sus familias y a la nación toda.
También participó un grupo grande de Amnistía Internacional, con una manta que decía: Quién rendirá cuentas por esos crímenes.
“La rabia ha dado un salto planetario”, afirmó Pedro Miguel, articulista de La Jornada, sobre la evolución del movimiento a un año de la desaparición forzada de los normalistas.
“Si yo fuera guerrerense estaría de acuerdo. En Guerrero están cerrados los caminos. En Guerrero la gente votaba por el PRI y el PRI los asesinaba, después votaron por el PRD y el PRD los asesinó también. ¿Cómo pueden creer en las elecciones los compañeros en Guerrero.
En la etapa final de la marcha, se desprendió el grupo de encapuchados y comenzó a hacer desmanes y pintas en los museos y otros edificios. Imposible saber si son jóvenes radicales o infiltrados por las fuerzas políticas que obran en las sombras y no se sabe bien a bien quién las financia. No se puede dejar de consignar el hecho, pero la marcha fue otra cosa. Su fuerza, su solidez, su dolor no puede ser ensombrecida por el vandalismo irracional, sea espontáneo o patrocinado.
Y luego el Zócalo y los discursos de rabia y dolor, sí, pero también de gratitud:
-Es impresionante ver a los mexicanos que tienen sus problemas y que en sus problemas caben nuestros hijos, dijo un padre ante un mar de paraguas multicolores porque una parte de la marcha fue acompañada de una llovizna que luego se hizo lluvia y obligó a cubrirse a quienes pudieron.
La lluvia que disimuló algunas lágrimas cuando otro orador dijo:
-Cuando desaparecieron a nuestros compañeros, la lluvia también estaba cayendo.
La lluvia que acompañó al agradecimiento de los padres de los normalistas:
-Ustedes nos han sostenido, cuando nos hemos querido caer, nos han dado alimento, nos han dado cariño, no han dado amor y comprensión.
La lluvia…
(Con información de Alejandro Cárdenas y Arturo Ilizaliturri Sánchez).
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