Resultaría sensato inferir que tras obtener resultados electorales paupérrimos el pasado 7 de junio, luego de ahondar su sumergimiento en una profundísima crisis de credibilidad e identidad y después de transitar frente a la sociedad los últimos tres años sin un verdadero liderazgo o referente institucional, el PRD por fin habría entendido que el concepto de renovación es un paradigma mucho más complejo que un simple cambio de estatutos y “acuerdos” que prometen vanamente un futuro más brillante y promisorio.
Sin embargo, la realidad para el partido del sol azteca es que esto es sólo el principio del fin. El XIV Congreso Nacional del PRD fue nuevamente una muestra inequívoca que el pragmatismo burdo y la pobreza política imperan en los órganos directivos del instituto.
En la cúpula no han acabado por entender que el principal problema que tiene el perredismo son ellos mismos: Nueva Izquierda. Desde su ascensión al poder en 2008 el partido fue secuestrado por la incapacidad, la inoperancia y la incompetencia.
Hace algunas semanas Jesús Ortega aseveró que la salida de Andrés Manuel López Obrador benefició al PRD dado que éste personifica “dogmas de la vieja izquierda o del priísmo revolucionario”. Ahora resulta que el políticamente ingrato y traidor del “Chucho Mayor” coincide mayormente sobre posiciones en el espectro político con Felipe Calderón que con quien en buena medida construyó su carrera en la década de los noventa. Sin embargo, al hidrocálido se le olvida algo.
El PRD está lejos de simbolizarse como un partido moderno, democrático o vanguardista.
El PRD no ha podido siquiera construir, y mucho menos respaldarse, en un proyecto político propio, uno que responda satisfactoriamente a la infinidad de demandas sociales que se necesitan canalizar al espacio de la discusión pública desde la izquierda. Tan es así que su Congreso acaba de avalar alianzas “casuísticas” con el PAN rumbo a los comicios estatales de 2016. Es decir, luego de seis años de transformaciones coyunturales en todas las esferas del país, la estrategia y plataforma política de Los Chuchos es la misma que la adoptada en 2010.
¿Dónde está la “izquierda contemporánea, del siglo XXI” de Jesús Ortega? Es evidente que no está en la defensa de la consecución de los derechos civiles de las minorías como homosexuales e indígenas. Es claro que no está abanderando el tema del cuidado al medioambiente. Tampoco está proponiendo soluciones para transitar de la asistencia social al desarrollo económico. Menos se encuentra proponiendo nuevos esquemas para el uso personal de drogas suaves. No está en los asuntos migratorios que afectan a connacionales dentro y fuera de México. Todos estos y muchos más son temas en la agenda de una verdadera izquierda moderna.
Pero no. La “izquierda contemporánea, del siglo XXI” de Jesús Ortega está enclavada en el gobierno de Rafael Moreno Valle, Mario López Valdez o de Graco Ramírez. Está enmarcada como una oposición dócil y a modo frente al gobierno federal, tal y como lo fue en tiempos de Felipe Calderón y lo es ahora con Peña Nieto. Está aplaudiéndole a la Iglesia y callándose frente a los grupos ultraconservadores. Está pactando con el PAN. Está más cercana a la derecha que a la izquierda. Está desaparecida junto con 43 normalistas de Ayotinizapa. Está en el penal del Altiplano con José Luis Abarca. Está abatida con Miguel Ángel Mancera. Está ocupada aliándose con el PRI para eliminar a Marcelo Ebrard. Está derrotada en las curules y delegaciones que ahora son de Morena. Está destinada a pactar con López Obrador en 2018.
Ejemplos representativos no faltan para acentuar que el proyecto que abdujo al PRD es absolutamente fallido y carece de cualquier lógica política para seguir existiendo en esas condiciones. La reingeniería partidista no pasa por la elección de Agustín Basave como dirigente nacional. La cuestión neurálgica pasa por ver a la izquierda dentro y fuera de dicho partido como una opción política que es indispensable para el desarrollo institucional y social de México. Pasa por elevar la calidad de la democracia en México con base en un proyecto que enmarque los temas que son irrestrictos para la izquierda actual y sepa adecuarse ante las variaciones coyunturales.
Mientras Jesús Ortega siga creyendo que él es la versión mexicana de Alexis Tsipras y entretanto la apuesta perredista continúe siendo la conformación de alianzas electoreras y momentáneas con su antagónico ideológico, el principio del fin habrá de tener una conclusión más pronto que tarde. La insostenibilidad de un proyecto sin fundamento y dirección es una tarea imposible para cualquier personaje, aunque sea Doctor en Ciencia Política por Oxford. El escaso margen de maniobra y autonomía que Los Chuchos le otorgarán a Basave Benítez vendrá acompañado de una abrumadora soledad cuándo la derrota llegue, porque llegará.
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