MÉXICO, D.F. (apro).- Todos los ciudadanos que anularán su voto en las elecciones de este domingo son perezosos, todos son ignorantes, todos son comodinos, todos manipulan, todos mienten… Todos son iguales.
¿Pero en verdad todos los anulistas son iguales? Cualquier partidario de esta posición –en realidad cualquier persona con sentido común– diría que esta generalización es una insolencia.
Y lo es.
Los ciudadanos que pretenden ir a las urnas sólo para anular su voto forman parte de nuestro universo social como nación y los hay desde los asalariados y quienes viven con una mísera pensión hasta quienes ejercen con sus estudios de posgrado y los que son prósperos o sobreviven en sus negocios.
Todos estos y otros ciudadanos, asqueados por la inmundicia política y el estancamiento como país, claramente no son iguales. Ni son perezosos, ignorantes, comodinos, manipuladores y mentirosos.
Justamente por eso no creo en el anulismo del voto, porque se sustenta en una falacia: Todos los partidos y todos los políticos son iguales. Y no todos son iguales: Los hay peores.
No es sarcasmo: Entiendo el enojo ciudadano con los partidos y los políticos –que comparto–, pero es poco serio igualarlos a todos en sus prácticas y sobre todo asignarles la misma responsabilidad frente al desastre del país, sin distinguir si son gobierno u oposición, y aun si son oposición auténtica o simulada.
Los anulistas, al generalizar, hacen tan culpable al servidor público que saquea el presupuesto como al que hace la denuncia de corrupción, condenan por igual al que eleva impuestos que al que los combate, reprueba de la misma manera al que se enriquece con los “moches” que al que los padece.
No puede igualarse la octagenaria historia de corrupción, impunidad y despotismo del PRI –reeditada tras dos sexenios del PAN– con, por ejemplo, el Partido Humanista, que por más defectos que tenga apenas participará en su primera –y muy probablemente única– elección.
Decir que es igual el Partido Verde, emblema del desprecio a la ley y a la honradez, a Encuentro Social es también una simplificación. Igual equiparar al PAN, que ya gobernó dos sexenios –con la evaluación que de ellos se tenga–, con Morena y cualquier otro que no ha ejercido el poder federal, así hayan gobernado a nivel de municipios y estados.
¿De verdad Vicente Fox fue análogo como Presidente al jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador y éste a Enrique Peña Nieto? ¿Y el priista Eruviel Ávila es idéntico al panista Miguel Márquez y éste al verde Manuel Velasco? Un mínimo esfuerzo de análisis concluiría que no son equivalentes.
El movimiento anulista, al generalizar, mete en el mismo saco de corruptos a Peña con la “Casa Blanca” que un alcalde que maneja con honradez los recursos, del partido que sea; le es igual el legislador que cumple con su tarea que el más faltista de todos, y el alcalde que beneficia ilegalmente a un contratista es sinónimo del regidor que se opone.
El anulista, en su desproporción, culpa por igual al causante del desastre que a las víctimas. Y en ese sentido, el anulismo representa la victoria cultural del PRI: “Todos somos iguales. La corrupción somos todos.”
Como a los anulistas, a mí también me disgustan los partidos políticos vigentes y los quisiera mejores, pero los diez que aparecerán en las boletas en la elección federal –y otros tantos locales– representan una diversidad de intereses, no sólo de ideologías, y son también un espejo de lo que somos como sociedad.
Peor: Las encuestas –también bajo sospecha– apuntan a que el PRI y sus satélites –PVEM y Panal– obtendrán en esta elección federal cerca del mismo porcentaje con el que Peña ganó la elección de 2012.
Es decir, a pesar de los casos acreditados de corrupción del propio Peña y miembros prominentes de su gobierno, de la crisis no reconocida pero que vacía los bolsillos y el país despedazado por la violencia y la inseguridad, de la ineptitud acreditada, el PRI y sus cómplices van a ratificar su hegemonía.
A esa infamia no voy a sumarme como ciudadano lanzando mi voto a la basura, como lo pretenden los anulistas, sino usándolo para manifestar –al menos por esa vía, quizá sólo testimonial– mi repudio a lo que detesto y, también, para mantener la esperanza que quiero unir a la de otros ciudadanos…
Comentarios en Twitter: @alvaro_delgado
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