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urante la novena cumbre del G-20, sostenida en Brisbane, Australia, este fin de semana, el presidente ruso, Vladimir Putin, respondió a las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea (UE), Estados Unidos y sus aliados con el anuncio de medidas similares por parte de su gobierno, como la prohibición de importaciones de alimentos y productos agrícolas de algunos países europeos y la cancelación de préstamos bancarios. El mandatario también afirmó que los castigos impuestos por Occidente contra su economía podrían resultar contraproducentes. La dureza de las palabras de Putin tiene como antecedente inmediato la decisión de Moscú de reanudar los vuelos de bombarderos estratégicos lejos de las fronteras rusas, incluso sobre aguas internacionales del Golfo de México.
La razón profunda de esta escalada de tensiones se origina en la manera rapaz y equivocada en que Europa y Estados Unidos respondieron a la desaparición de la URSS en 1991, cuando la OTAN empezó a ampliar hacia el este su presencia militar y se dedicó a cercar, sin justificación alguna, al integrante más grande que quedaba de la disuelta Unión Soviética y a atizar separatismos interétnicos en esos territorios.
Toda esa hostilidad sobre un enemigo estratégico que ya no era tal indujo a Rusia a rearmarse, a recuperar la condición de superpotencia que había tenido en su momento la URSS, y ello, a su vez, llevó a una escalada que aún se mantiene en curso.
Ante la descomposición institucional de Ucrania, país en el que que durante la época soviética se asentaron poblaciones de origen ruso, surgieron movimientos separatistas y anexionistas a Rusia, el más notable de los cuales ha sido Crimea, en donde el conflicto se dirimió con la anexión de esa península a la Federación Rusa. Otras regiones del oriente ucraniano han intentado seguir ese camino, lo que ha derivado en una conflagración de graves implicaciones para la estabilidad de toda la región e incluso del mundo. Occidente ha respondido a esta crisis en forma equivocada y contraproducente: con sanciones comerciales contra Rusia y con la intensificación de la acechanza bélica alrededor de esa nación. En dicha lógica de escalada, en la que Washington y Bruselas tienen fuerzas militares emplazadas a unos centenares de kilómetros de Moscú, el gobierno de Putin busca adoptar medidas similares, como la reactivación de los sobrevuelos de bombarderos estratégicos sobre Alaska, el Golfo de México y otras áreas alejadas del territorio ruso.
En esta circunstancia de hostilidad militar y comercial los peligros son tan evidentes como la necesidad de desactivarlos y de que Estados Unidos y la Unión Europea, por un lado, y Rusia, por otro, depongan los gestos de hostilidad y despejen los factores de tensión que envenenan las relaciones Este-Oeste. Para ello es preciso dejar de lado sanciones comerciales y movimientos de fuerza, y adoptar la vía de la negociación y la diplomacia.
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