U
n sentimiento colectivo de pesimismo y exasperación se extiende en toda la República. Se extingue la ilusión que para muchos votantes representó en su primera hora el gobierno de Peña. En todas las clases sociales hay rabia y frustración. Ver el reportaje del New York Times(22/7/14). Además de la violencia, la inseguridad y de la precepción cada vez mayor de la corrupción, la carestía aumenta y las oportunidades de empleo y de mejores salarios disminuyen. Se ha impuesto de modo brutal la reforma petrolera, pese a la enorme campaña de propaganda, es repudiada por 60 por ciento de la población. Estas reformas fueron aplaudidas por los gobiernos extranjeros que festejaban su fortuna y no la nuestra.
Es muy difícil que Peña rectifique. Desde hace 30 años hay una política económica fallida. En el último año las encuestas del Inegi hacen patente el crecimiento del empleo irregular y la caída de las plazas mejor remuneradas y el incremento de los salarios bajos. La mayoría gana 200 pesos diarios y muchos se emplean sin salario. No es de sorprender que la gente le pierda la confianza a un gobierno que no se cansa de hacer promesas y de incumplirlas. Rogelio Ramírez de la O pone el dedo en la llaga: sin el poder de compra de la gran masa de trabajadores, las empresas no tienen capacidad ni de vender ni de crecer, el mercado se reduce. La precariedad del país afecta la fisonomía de las ciudades y el ánimo de la población. Este es el nudo en el que está atrapado Peña.
Para mejorar la situación, el gobierno tendría que hacer una gran inversión pública para estimular el empleo y la mejoría de los salarios. La inversión privada no alcanza. En China se logró, pero esto requirió estrategia macroeconómica, industrial y comercial y un proyecto nacional. Nada de esto existe en México. ¿Por qué Peña no puede cambiar las políticas convencionales que han venido produciendo daños progresivos en la economía y en la vida de la gente? Porque sus aliados son los grupos de interés que no quieren salir del paraíso, y para los cuales, una verdadera reforma fiscal progresiva o medidas redistributivas serían inaceptables. Carecen de mentalidad política y están seguros que se puede seguir apretando la población, seguros de que
aquí no sucede nada. Tampoco puede Peña combatir en serio a la corrupción que erosiona la administración pública y desprestigia al régimen y crea una cultura de cinismo, no es que funcione gracias a la corrupción, sino que es la corrupción. Un indicio entre miles ha sido develado en un estupendo artículo de Sergio Aguayo, sobre la corrupción e impunidad del Partido Verde y sus miembros conspicuos ( Reforma, 30/7/14). El tiempo corre en contra de Peña y el descontento empezará a impactar en la política, y si las tensiones crecen podría traducirse, es de temerse, en expresiones violentas.
Twitter: @ortizpinchetti
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