viernes, 28 de marzo de 2014

Lo que AMLO no pudo, lo logró Oceanografía



El día 2 de julio de 2000, apenas arrancando la tar­de, Vicente Fox re­cibió una llamada de Ernesto Zedillo para felicitarlo por su triunfo: durante aquella jornada los votos lo habían confirmado como el futuro Presidente de México. Antes de que se cortara la comu­nicación, el todavía jefe del Estado mexicano deslizó una opinión política dentro de los oídos de su futuro sucesor. Lo alertó sobre la votación alta que también había obtenido el PRI, sobre todo a favor de sus candidatos al Congreso de la Unión.
“No pierda de vista, Vi­cente”, le habría dicho, “que va a necesitar gobernar con ese partido”. Ya durante los 12 años previos, el entendi­miento político entre priis­tas y panistas había rendido frutos. Las reformas sali­nistas y luego las zedillistas permitieron gobernar en un ambiente de creciente plura­lidad. Para descalificar esta relación se acuñó el térmi­no “concerta-cesiones”, que despectivamente denun­ciaba la mecánica de toma y daca característica de los gobiernos sin mayoría (o su­ficiente legitimidad).
Más tarde, Andrés Ma­nuel López Obrador comen­zó a hablar de un supuesto bloque, mezcla de elitismo, conservadurismo y autori­tarismo, al que bautizó como PRIAN. Al parecer Vicente Fox fue dócil ante el conse­jo de Zedillo. Aún si, dentro de su partido muchas voces lo conminaron a exhibir la corrupción del PRI con el objeto de mandar una se­ñal política contundente en contra de pasado, el nuevo Mandatario prefirió mante­ner firmes los puentes de co­municación con el liderazgo del tricolor.
Lo más cerca que estuvo de actuar contra el PRI fue cuando iba a ser desaforado el Senador Carlos Romero Deschamps, líder del sin­dicato petrolero, para que procediera en su contra una investigación judicial. Otra líder de gremio, Elba Esther Gordillo, convenció al gua­najuatense de echarse para atrás. Con ello se produjo enojo y también decepción dentro del partido azul, pe­ro nada más. Para AMLO aquello fue una prueba de­finitiva de la existencia del PRIAN.
Dentro de Los Pinos, en cambio, el hecho significó asegurar cierto margen de gobernabilidad que, aunque mediocre, era producto de un voto dividido durante la jornada de 2000. Las situa­ciones políticas, como los planetas dentro del siste­ma solar, suelen colocarse cíclicamente en posición parecida.
Hoy, otra vez, el partido entrante tiene en sus manos la posibilidad de lucirse an­te la galería señalando a su adversario de hampón y co­rrupto, y con ello crecer su popularidad. O calcular me­jor los movimientos, para no provocar una fractura que, en el mediano plazo, podría ser indeseable.
La diferencia en esta oca­sión radica en que el PAN está sentado en la silla que antes tuviera el PRI. Lo ob­vio: la crisis fustigada por Oceanografía navega como el proyectil preciso que pro­vocaría el divorcio definiti­vo del PRIAN. Lo que AMLO soñó por varios lustros y no obtuvo, lo terminaría lo­grando, aún sin pretenderlo, Amado Yáñez, cabeza de la empresa en desgracia.
En este caso los nive­les de fraude y engaño son inocultables. El expediente Oceanografía está, desde ya, llamado a ser uno de los mo­numentos más escandalosos de corrupción en la historia mexicana. Sin embargo, a la PGR le tocará empujar las in­vestigaciones que llevarían a exhibir a más de un panista de alto vuelo. O acaso, bajo una lógica política mafiosa, enfilará baterías para que las bombas caigan lejos de políticos y actores próximos a los presidentes Fox y Cal­derón.
La decisión no es senci­lla. Como antes ha ocurrido, se tratará de una potestad exclusiva del Presidente. Cabe asumir que lo difícil en este caso no será iniciar la investigación -ésa ya es irreversible- sino controlar el fuego que podría incen­diar a muchos, o bien, por decisión política, sólo a unos cuantos.
El clímax de este nove­lón tendrá como argumento el mismo que Zedillo sem­bró hace casi 14 años en el oído de su futuro sucesor. ¿Cuánto necesita Enrique Peña Nieto al PAN para go­bernar? Si, a consideración suya, sirve ya de poco a su agenda e intereses, el in­cendio tendrá proporciones grandes. En cambio, lo con­trario se asoma previsible si el PRI continúa valorando a su socio de muchas bata­llas, como indispensable para gobernar la pluralidad nacional.
Sólo una cosa puede afir­marse a estas breves alturas: el desenlace del episodio va a dejar heridas de muerte a varios que hoy se asumen colocados en bandos apa­rentemente distintos.
CRÉDITO: noroeste.com.mx

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