viernes, 28 de febrero de 2014

Yordi Rosado, la literatura que debemos leer


La página web del Consejo de la Comunicación.
La página web del Consejo de la Comunicación.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Carlos Cuauhtémoc Sánchez lo sabe: hay que leer para superarse. Los jugadores del equipo de futbol Barcelona también recomiendan esta práctica para ser “más audaces, más grandes”. Y las porristas de los 49 de San Francisco lo sugieren al ritmo de sus pompones: “Diviértete en cualquier lugar leyendo 20 minutos al día”.
El Consejo para la Comunicación, integrado por empresas tan éticas como Disney, Televisa y Coca Cola, cumplió cuatro años con su campaña Diviértete Leyendo, que ha tenido como voceros a intelectuales de la talla de Yordi Rosado, José Sulaimán, K-Paz de la Sierra y Margarita “La Diosa de la Cumbia”.
La meta de este organismo está acorde con la filosofía de los maratónicos tiempos modernos: 450 mil empleados de las compañías integrantes del consejo deberán sumar 9 millones de horas de lectura (El Universal, 12 de febrero de 2014). Hay que leer con velocidad para ser los mejores, vencer a los demás, escalar posiciones y alcanzar la cima del éxito, se infiere de la filosofía y estética de este programa.
El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky analiza en su ensayo “La felicidad paradójica” las razones que acercan a la mayoría de la población a los textos de recetas milagrosas, a tono con el discurso del Consejo para la Comunicación: “Es indudable que los neolectores buscan en los libros de sabiduría vías que puedan acercarles a la felicidad, pero la quieren con facilidades, cómodamente, enseguida, sin esfuerzos de voluntad”.
Si bien no pocas de las figuras de la campaña del Consejo para la Comunicación representan un mundo ajeno a la literatura y muchos de sus carteles son tan artificiales como una telenovela del Canal de las Estrellas, en ocasiones un bestseller “malo” para los valores de la intelectualidad puede significar en algunas personas la puerta de entrada a un mundo más amplio.
En 1985, la etnóloga francesa Joelle Bahloul emprendió un estudio sociológico sobre “los pocos lectores”, entendiendo por este concepto a aquellas personas que no leen más de nueve libros al año. El Fondo de Cultura Económica reeditó el libro en 2002. La obra se ha convertido en un referente para entender el fenómeno de la escasez de lectores.
De entrada, el estudio advierte que el sistema escolar es el principal enemigo de la lectura. “Si bien la escuela difunde datos acerca de los libros, éstos casi nunca son capitalizados por nuestros ‘pocos lectores’ (…) La información adquirida en la escuela no estimula la lectura; permite la acumulación sumaria de conocimientos –nombres de autores o títulos de libros, cuando mucho-, pero nunca la constitución de un conocimiento que conduzca a elegir (contenido, estilo, temática del libro). Incluso los lectores de origen social más elevado y más cercanos a los valores de la cultura dominante, o sea aquellos que generalmente están en un escenario de lectura decreciente, muy pocas veces recurren a los conocimientos adquiridos en la escuela; a lo sumo, podrían releer las obras conservadas desde su adolescencia, pero estas lecturas casi nunca se afirmarán como descubrimientos que lleven a la apertura de nuevos horizontes literarios”.
Los “poco lectores”, cita la obra, se acercan a la literatura gracias a la televisión, primordialmente, así como a los estantes de los centros comerciales y las recomendaciones de familia y amigos. Debido a la escasez de tiempo, las múltiples obligaciones laborales y familiares, y su poca cercanía con los llamados “círculos cultos”, este sector poblacional tiende a consumir primordialmente revistas y artículos que le resulten útiles a lo inmediato. No obstante, se acercan a la literatura cuando la promocionan los medios masivos de la comunicación. “La televisión no es, por tanto, la rival sistemática de la lectura, podríamos incluso preguntarnos si no es a veces un auxiliar para las prácticas de lectura de poco alcance”, sugiere Bahloul.
Es irrefutable que los niveles de lectura en México son desesperanzadores. Según la Encuesta Nacional de Lectura 2012, sólo 46 por ciento de los mexicanos dicen leer y nuestro país ocupa el lugar 107 en índice de lectura de 108 naciones estudiadas por la Unesco. El promedio de lectura en México es de 2.9 obras por año. Seguramente de algo ayudarán las campañas Diviértete leyendo y Leer Más, del Consejo de la Comunicación, que suman tres y cuatro años consecutivos, respectivamente. Sin embargo, el discurso de esta propaganda está más ligado a los valores del consumo (no olvidar que este organismo está patrocinado por las clásicas empresas del libre mercado) que al espíritu libre, lúdico y contestatario de la literatura.
Leer veinte minutos, meditar quince, comer diez frutas y verduras al día, darle un abrazo a nuestros seres queridos, practicar yoga, tener un día familiar a la semana y correr los domingos. Ser exitoso en el trabajo, en lo económico, en lo deportivo y en el amor. El súper hombre ahogado en su traje de competidor.
El poeta y ensayista quintanarroense Juan Domingo Argüelles en su obra “Estás leyendo… ¿y no lees?” advierte de lo equivocado del contenido de las campañas para promover la lectura:
“(…) Las razones que damos para leer son, muchas de ellas, falsas, mentirosas de antemano. No sirven hoy porque
nunca han servido. Son los peores argumentos que podemos presentarles a las personas que se inician en la lectura, sean niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos.
“Les decimos, por ejemplo, que la lectura los hará ‘importantes’. Y esto, además de falso, no es atractivo para todo el mundo. ¿A qué tipo de niño queremos convencer con esta sandez? Y es, por lo demás, un argumento falso porque en el mundo abundan las personas ‘importantes’ que no sólo no leen libros, sino que, por si fuera poco, se muestran orgullosos de no haberlos necesitado para hacerse ‘importantes’.
Que las grandes empresas erijan el asta bandera de la lectura degrada esta práctica a la hipócrita caridad del capitalismo, ese que con una mano contamina el agua y con la otra promueve una campaña contra el cáncer. Las compañías privadas disfrazadas de benefactores culturales son un reflejo de la debilitación del Estado y de la endeble silueta de la sociedad civil.
Mientras tanto, esta y muchas campañas similares se instalan en los medios masivos de comunicación, asimilándose irreflexivamente por los espectadores. Podríamos preguntarnos: ¿Qué es mejor? ¿Una generación que no lee o una generación que devore los textos de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Yordi Rosado? Como sea, la voraz iniciativa privada con mayor fuerza se entromete, controla y evangeliza a la población con sus etéreos valores de plástico.
Twitter: @juanpabloproal

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