Bachelet celebra su regreso a la presidencia de Chile. Foto: Xinhua |
El pasado domingo 15 Michelle Bachelet, candidata de la Nueva Mayoría –con el Partido Comunista sumado a la Concertación– ganó ampliamente la presidencia de Chile. Este resultado electoral es no sólo un éxito político de la izquierda, sino también representa un triunfo simbólico, pues la disputa entre las dos candidatas de la segunda vuelta parece un ajuste de cuentas emblemático de historias antagónicas marcadas por la dictadura.
Evelyn Matthei, candidata de la Alianza de derecha –Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional– es una política que votó por el Sí a la continuidad del dictador Pinochet en el referéndum de 1988 y protestó cuando fue detenido en Londres por orden del juez Baltasar Garzón. Pero además es hija del general Fernando Matthei, quien fuera director de la Academia de Guerra Aérea donde el general Alberto Bachelet, detenido por la cúpula golpista por su lealtad a Allende, murió a los 51 años a causa de las torturas a las que lo sometieron sus compañeros en las mazmorras de dicha institución.
De ahí que la confrontación electoral tuviera, por la responsabilidad moral del general Matthei en la muerte del general Bachelet, un denso trasfondo para ambas hijas y para la sociedad chilena.
La mayoría los votantes respaldó con su voto a una mujer que ha logrado sobreponerse a la brutalidad de la dictadura, que ha manejado la tragedia de la muerte de su padre de forma austera y que ha mostrado su voluntad de reconciliación. La noche del domingo, en el primer discurso que pronunció como presidenta electa, dio las gracias a sus hijos, a su madre, agradeció el ejemplo de su padre, la labor de su equipo, y reconoció a los partidos de la Nueva Mayoría y a los votantes. También dio un saludo a todas las personas que salieron a votar, “independiente de cuál haya sido su candidata”, y –¡oh sorpresa!– dijo: “Y quiero saludar a Evelyn Matthei. Más allá de nuestras diferencias, sé que compartimos el amor por Chile y las ganas de servir a un proyecto en el que creemos. En la diferencia de miradas descansa la riqueza de un país diverso y democrático”. ¡Zok!
Si bien una vida política democrática requiere que las figuras políticas tengan una interlocución productiva, en vez de ser estériles adversarios, es difícil lograrlo pues existe un problema que no se visualiza cabalmente: el peso del machismo en los actores políticos. Michelle Bachelet se libera de tal lastre y no tiene reparos en lanzar un discurso prudente y conciliador, que no deja de lado sus propuestas políticas, pero donde trata con respeto a sus adversarios.
Así, desde una perspectiva que plantea que el destino de Chile concierne a todos sus habitantes, sin importar por quién hayan votado, tiende la mano a los que no votaron por ella. Y dice claramente: “A quienes no nos han dado su voto, les digo que su rol es necesario en nuestra democracia y que impulsaremos reformas para un Chile de todos verdadero, en el que tendrán cabida todas las miradas y del que también ustedes se sientan orgullosos”.
Bachelet desarrolla un discurso atípico por cálido y por la ausencia de términos bélicos. En América Latina todavía no prende una reflexión sobre las repercusiones del machismo en el quehacer político. Sin embargo, es un hecho que las formas usuales de la cultura política tradicional responden al mandato simbólico de la masculinidad: la fuerza y el arrojo. En general, la mayoría de los políticos está condicionada por esa valoración machista de las actitudes desafiantes y desprecia tonos y actitudes conciliadoras que son vividas como “femeninas”, o sea, débiles. Sin embargo, Bachelet se arriesgó “femeninamente” y habló de su misión de largo aliento: “Es la belleza, es la ternura, es la alegría de construir una nación en la que todos contamos, en la que todos colaboramos, en la que somos capaces de cuidarnos unos a los otros”. ¡Qué manera de desmarcarse del lenguaje político machista: belleza, ternura, cuidado!
En su emotivo discurso –de cinco páginas– Bachelet reitera su voluntad de hacer “buena política”, esa que se hace de cara a la ciudadanía: “con transparencia, con apertura, con amor por Chile, con paridad entre hombres y mujeres, con participación de la gente, con respeto a los adversarios”.
Al hablar del abstencionismo en la jornada electoral Bachelet señala: “En la jornada de hoy muchos chilenos no fueron a votar. Sé que muchos de ellos tienen desconfianza y frustración. Sienten que el Estado ya no los protege. Debemos hacer que esos chilenos y chilenas vuelvan a creer, no en mí, no en un partido ni en un grupo político. Debemos lograr que vuelvan a creer en nuestra democracia y sus tareas. Que crean en las instituciones, en la fuerza del voto, en la justicia de las leyes, en la riqueza de nuestra historia, en la nobleza de nuestra gente, en la verdad de la palabra”.
Para que una nación avance en la resolución de sus grandes problemas nacionales no es necesario que las fuerzas políticas nieguen sus desacuerdos; lo indispensable es que aprendan a deliberar y negociar, pacífica y consistentemente, sobre ciertas vías a seguir. El discurso de Bachelet es un ejemplo alentador de una actitud democrática –y “femenina”– que perfila una forma esperanzadora de hacer política.
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