Publicado: 10/08/2013 12:44
Desde hace más de veinte años, en las montañas de los pueblos mayas de Chiapas cabalga la libertad. Muchas veces, sobre todo a raíz de su levantamiento en 1994, vistos con morbo o temor; más veces no vistos ni nombrados por la “opinión pública”. Como si con eso dejaran de existir. También de entonces data que fueran admirados con empatía, esperanza, solidaridad y eventualmente participación por organizaciones, grupos y personas de todo México y decenas de países en los cinco continentes, nomás. Y allí entre ellos, no olvidemos, estrenaron las armas de comunicación global instantánea, hoy tan comunes. Eran libertades que se encontraron.
Con una concreta autonomía territorial y de gobierno, en construcción desde diciembre de 1994 —y de inmediato golpeada con una brutal ocupación militar en febrero de 1995—, la experiencia de gobierno y autogestión zapatista evolucionó sin tregua. En agosto de 2003 fueron creadas las Juntas de Buen Gobierno, y los cinco centros de encuentro conocidos antes como Aguascalientes se transformaron en sedes de gobierno regional, o Caracoles.
La ardua tarea colectiva de edificar una vida distinta y posible ha ocupado los días y los años de centenares de pueblos campesinos ancestrales, viejos, modernos o recién creados, de tsotsiles, tseltales, tojolabales, choles, mames, zoques. Municipios y regiones autónomas donde pusieron en marcha sistemas alternativos de salud, educación, producción y comercialización, justicia, debate y decisión colectiva de gobierno. En pocas partes del mundo alguna colectividad —y aquí son cientos de pueblos— puede decir lo mismo.
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