Los infames lujos de los Deschamps |
Así le llama el periodista Francisco Cruz Jiménez al estilo de vida que prevalece en el pináculo de Pemex. A los acuerdos políticos y legales que permiten a Carlos Romero Deschamps pasearse y pavonearse, evadirse y esconderse, operar al margen de la ley, si no es que fuera de ella. Romero Deschamps y tantos como él. Figuras emblemáticas de lo que Sabina Berman denomina “la coquetería del autoritarismo amable de México”. Donde nada nuevo hay bajo el PRI. Donde prevalece por un lado el autoritarismo sindical, y por otro la impunidad que lo permite.
Petróleos Mexicanos, la mayor empresa del país; la que da empleo a casi 150 mil personas; la que es presentada como propiedad de los mexicanos pero que en realidad es el negocio de unos cuantos. La bonanza petrolera repartida entre un manojo de líderes, contratistas, transportistas. El monopolio estatal como fuente interminable de abusos, excesos, desmanes, investigaciones que son frenadas una y otra vez en el Congreso. Todo ello orquestado desde 1993 por el tamaulipeco Carlos Romero Deschamps y descrito en el libro Los amos de la mafia sindical.
Un historia que comienza con oscuras maquinaciones, dudosos negocios, traiciones y tráfico de influencias. Una historia que lo encumbra como jeque de la empresa más lucrativa del país. Protegido por Joaquín Hernández Galicia, La Quina, quien lo incorpora a su camada. Quien lo educa y lo guía en la tarea de construir una pequeña dinastía sindical. Servicial hasta el día que lo traicionó, apoyado por Carlos Salinas de Gortari. Ayudó a cargar las armas, a sembrar el cadáver. Y a partir de entonces se convirtió en el Rey Midas del oro negro. Encontró en el petróleo la manera de obtener lujos, financiar comodidades, emplear a su familia, encumbrarse a sí mismo. He allí, en la nómina de Pemex, a sus hermanos, sus primos, sus cuñados, sus sobrinos. El nepotismo cleptocrático del político tamaulipeco.
Y gracias a ello –la ordeña diaria de la vaca de todos– su reloj Audemars Piguet con incrustaciones de oro de 18 kilates; su colección de autos exóticos; su departamento en Cancún; su yate Sunseeker Portofino 47. Reeligiéndose continuamente, aun en plena violación de los estatutos internos de Pemex y de la Ley Federal del Trabajo. Reeligiéndose –a unos días del fin del sexenio de Felipe Calderón– para prolongar su mandato hasta 2018. Reeligiéndose aunque ahora, medio muerto de miedo, a sabiendas de que los cargos de enriquecimiento colectivo, usados para justificar su detención, cualquier día podrían ser utilizados en su contra. Y de allí que Romero Deschamps zalameramente declarara ante Enrique Peña Nieto en el último aniversario de la expropiación petrolera: “Ya queríamos que un presidente estuviera con sus amigos los petroleros”.
Reiterando así su compromiso de servir a los intereses del gobierno. El compromiso de financiar campañas electorales. El compromiso de pagar los 500 millones de pesos que la paraestatal le prestó en 2011 al sindicato. El compromiso de usar a Pemex como caja chica en cualquier momento para cualquier asunto, como ocurrió con los 500 millones de dólares para apoyar la campaña presidencial de Francisco Labastida. Las cuentas y los cheques y las transferencias, todas manejadas por un trabajador de planta sindicalizado, con un salario de 11 mil pesos más bonos de productividad, “apoyos a la canasta básica, bonificaciones para gas doméstico y ayuda de gasolina”. Un simple trabajador más.
Pero un “simple trabajador” que administró –si se suman y promedian sólo los ingresos que el sindicato recibió del gobierno– de 2007 a 2010 unos 685 mil pesos diarios. ¡Casi 30 mil pesos por hora! O como señaló un reportaje de la revista emeequis, “de enero de 2005 a julio del 2007, la dirigencia nacional de Pemex obtuvo una cifra que rebasa la imaginación de la mayoría de los trabajadores (y) cuyo destino nadie conoce: más de mil 408 millones de pesos. En ese mismo periodo ha acumulado en el banco un monto de cuotas sindicales que hasta ahora nadie sabía: 876 millones de pesos”. El reportaje reveló un secreto largamente ocultado: en esos tiempos el sindicato recibía un promedio de un millón 513 mil pesos por día. Dinero para formar una dinastía. Dinero para transformar a un simple empleado más en un multimillonario.
Al amparo de presidentes. Al cobijo de amigos. Al cuidado de cuates. Suficiente para comprarle un carro Ferrari Enzo a su hijo, convertirse en accionista de lujo de Banorte, comprar departamentos de millones de dólares en Miami, financiar los viajes en aviones privados de su hija Paulina. Y todo ello avalado por un sindicato cómplice o comprado o temeroso o doblegado. Y todo ello explicado por un líder petrolero acostumbrado a no rendir cuentas a nadie, quien ostenta “estar tranquilo y tener las manos limpias”. Mientras va acumulando poder discrecional para modificar el contrato colectivo de Pemex a su antojo. Mientras otorga permisos y vende plazas. Mientras controla transferencias y gastos de representación y asignaciones y licitaciones y movimientos de personal. Mientras el sindicato petrolero recibe de Pemex millones de pesos –justificados como convenios y acuerdos– que no forman parte del contrato colectivo. Mientras la Suprema Corte resuelve que las aportaciones sindicales son recursos privados que no están sujetos a la Ley Federal de Transparencia.
Por ello cualquier reforma de Pemex necesitará confrontar a una estructura depredadora de la riqueza patrimonial, enquistada en el sindicato y liderada por Romero Deschamps. Por ello cualquier reforma energética que busque verdaderamente modernizar al sector no podrá eludir el problema de rentismo que el sindicato representa. La aprehensión de Elba Esther Gordillo no debe convertirse en una simple “cuestión personal” –como la denominó Romero Deschamps–, sino en un cambio de actitud hacia un sindicalismo rapaz que se apropia de todo lo que toca. ¿O es que acaso Romero Deschamps forma parte de la sagrada familia de líderes sindicales odiados pero necesitados? ¿O es que acaso Pemex tiene contratos demasiado jugosos para ser desmantelados? ¿O es que acaso el discreto encanto de la burguesía petrolera ha seducido a Enrique Peña Nieto también?
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