Enrique Peña Nieto –al igual que Don Carlone Salini di Gortarini y todos los jefes del primen organizado que lo acompañan-- no tiene miedo, por supuesto que no: lo suyo es pánico y, para nuestra mayor desgracia, del más contagioso.
Como si en los bajos fondos de la cúpula gobernante se manejara información secreta acerca de algún terrible peligro que estuviese amenazando la vida y el copete de quien proseguirá las malas obras de Calderón, ayer los diarios echaron una pizca más de sospecha al caldo gordo de las especulaciones.
En un acto insólito –al menos desde que entró en vigor la Constitución de 1917-- el mortífero y sanguinario hombrecito que el primero de diciembre de 2006 entró por un agujerito, como un ratón, a la Cámara de Diputados, para robarse la banda presidencial, se despojará de esa prenda –que según se rumora aún apesta a excremento de caballo-- y se la entregará a Peña Nieto en el primer minuto del próximo sábado primero de diciembre de 2012.
Así, el cerco militar que rodea el Congreso de la Unión desde el lunes, y mantiene cerradas varias estaciones del Metro, servirá para que el copete y su propietario lleguen al Palacio Legislativo de San Lázaro con la banda tricolor ya cruzada sobre el pecho –y todavía apestosa a caca equina-- para protagonizar una brevísima ceremonia ritual, antes de salir a toda prisa rumbo a otro cerco militar donde, ya sin Calderón, el nuevo usurpador de la silla del Aguila se reunirá con sus invitados internacionales, los príncipes de Asturias, el vicepresidente Bi(nLa)den y los cacas grandes de la derecha sudamericana, sin agraviar a la presidenta de Brasil que está más puesta que un huevo para meterle también la mano a Pemex.
¿Hay algo que justifique el pánico de Peña Nieto y sus titiriteros? ¿Algo que no nos han contado pero que de igual modo representa una amenaza para nosotros? ¿La CIA o el Pentágono suponen que Al-Qaeda intentará volar el recinto del Congreso? Porque, de otra manera, no se entiende a qué viene esta vergonzosa (para nuestras fuerzas armadas) demostración de pavor.
Pero sigamos tachando hipótesis. ¿Acaso Genaro García Luna y sus amigos de los cárteles que protegió amagaron a Calderón con cometer un atentado “terrorista” si antes de irse a dar clases de genocidio a Harvard --¡qué desprestigio para Harvard!-- el señor de las heces fecales lo arroja a los tiburones?
Nada, en realidad, nada nos ayuda a comprender el por qué de este desplante que no es de fuerza sino de debilidad política en grado sumo. Ninguno de los partidos que tienen representantes en el Congreso ha convocado a nadie a tomar la Cámara de Diputados. Tampoco lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador, el máximo dirigente opositor del país.
En Twitter, es cierto, numerosos usuarios se están dando cita ante las vallas del cerco para “intervenirlas” artísticamente –o sea, decorarlas con cartulinas y leyendas, para después tomarles fotos y subirlas a las redes sociales--, pero bien sabemos que a la hora de la hora esa manifestación (ojalá que no) terminará en trifulca con los granaderos y las imágenes de prensa de activistas descalabrados (ojalá que ninguno pierda una gota de sangre) no conmoverán a la prensa internacional, mucho menos a la nacional y tampoco afectarán las operaciones de las bolsas de valores ni nada por el estilo.
Hay que mirar para adelante y concentrar esfuerzos en objetivos que estén al alcance de nuestras manos. Al hablar ayer y el pasado lunes acerca del nuevo libro de López Obrador (“No decir adiós a la esperanza”) expuse y reiteré que para acabar con este régimen por la vía electoral y pacífica debemos mejorar las condiciones de vida de los más pobres.
Y señalé, a renglón seguido, que sólo podremos mejorar las condiciones de vida de los más pobres si logramos acabar con este régimen. Pues bien, algunos de los pilares en que se sostiene el régimen son cuatro: la iglesia, Televisa, la Secretaría de Educación Pública y las “instituciones” electorales.
En el Desfiladerito de ayer los invité, a quienes puedan y gusten, a la verbena que hoy en punto de las 8pm abrirá sus puertas en el número 66 de la calle de Donceles, atrás de la Catedral Metropolitana, para recolectar fondos en beneficio de las mujeres que viven fuera del Distrito Federal y necesitan apoyo económico para venir a la capital a interrumpir su embarazo sin poner en peligro su vida.
Luchar por la despenalización del aborto es una forma de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida de los más pobres y, a la vez, de combatir al régimen en uno de sus baluartes más sólidos. Pero hay otras formas de lucha y nadie, por triste y raro que parezca, nadie está llamando a emprenderlas.
Me refiero al Teletón que ya se acerca. He visto en los vagones y andenes del Metro los primeros carteles publicitarios, pero encima de ninguno de ellos no he visto una sola pegatina, un rayón o un maltrato. Con una banda de traficantes de cocaína detenida en Nicaragüa y vinculada a por lo menos uno de sus altos ejecutivos, Televisa atraviesa una de las más desfavorables circunstancias de su historia y tratará de lavarse la cara –y forrarse de millones de pesos dizque en favor de los niños enfermos-- con el Teletón.
¿Qué va a hacer la indignada sociedad mexicana al respecto? Por si se ofrece, hoy también estaré en Twitter, en @Desfiladero132, buscando bombas atómicas de Al-Qaeda en el interior de los pambazos que me comeré, allá en Donceles 66, en defensa del aborto y de la vida.
Jaime Avilés
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