Joaquín Bohigas Bosch
“Que coman pastel”, dicen que dijo la reina María Antonieta, burlándose del hambriento pueblo parisino que le pedía un pedazo de pan duro. Absorta en su fastuoso mundo, a la aristocracia francesa no le importaba ni tenía idea de cómo vivía la gran mayoría del pueblo, los condenados de la tierra, la temida y aborrecida prole. Algo parecido sucede en México.
Hace unos días, un neo-aristócrata - rollizo egresado del ITAM y gobernador del Banco de México - dijo que hay que facilitar la contratación y despido de trabajadores para ahorrarle costos a las empresas. ¿Le sobra dinero a la clase trabajadora? Otro neo-aristócrata - egresado del ITAM que dirigió Hacienda y se parece a Mr. Bean - opina que sí, que con seis mil pesos a los proles les alcanza para tener casa, coche e hijos en escuela privada y les queda cambio para el cochinito empresarial. Estos benefactores de la Patria han meditado largamente y concluyen que habrá menos desempleo y más crecimiento económico, si “flexibilizan la política laboral” quitándole prestaciones anacrónicas a los opulentos asalariados. La idea general es que todos seremos más felices si los proles se joden más.
Esta noble idea es uno de los puntos fuertes de la Ley Federal del Trabajo concebida por Felipe Calderón & Co. (texto en www.presidencia.gob.mx). En las doce páginas en las que expone sus razones y resume su propuesta laboral, no encontrará un diagnóstico transparente y racional de las virtudes y deficiencias del sistema laboral o una lúcida defensa del modelo económico y social que inspira sus reformas a la ley, pero descubrirá que parte del diagnóstico y remedio que propone aplicarle a nuestro sistema laboral, fue selectivamente copiado del Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial.
Este índice “mide los pilares del desempeño económico de más de 140 economías”. Uno de ellos es la eficiencia del mercado laboral, en el que Estados Unidos ocupa el sexto lugar, muy por encima de socialdemocracias europeas como Alemania (53), España (108), Francia (66), Holanda (16) y Suecia (25), aunque la calidad de vida es bastante mejor en la mayor parte de estos países: hay más igualdad, es mayor su nivel educativo y expectativa de vida, y menor la mortandad infantil y el número de horas trabajadas (36 por semana, 4 menos que en E.U.). Esta discrepancia se explica porque el Índice Global de Competitividad refleja las aspiraciones del grupo empresarial dominante, el capital financiero angloamericano, no las de la población plebeya, las de usted y yo.
Lamentablemente, en México se trabaja más (42 horas semanales) y la calidad de vida es bastante peor que en cualquiera de estas naciones. Para rematar, ocupamos un penoso lugar 102 en eficiencia del mercado laboral, por debajo de Brasil (69) y Chile (34). Se antoja que sí es necesario modificar la Ley Federal del Trabajo, pero antes habría que definir cual es el modelo social al que aspiramos, el de E.U. o el europeo, y que aspectos del sistema laboral debemos atender para cristalizar esta aspiración.
En lo que se refiere a flexibilidad salarial y prácticas de contratación y despido, México y E.U. reciben calificaciones más altas que las socialdemocracias europeas, aunque no tan buenas como Uganda, un país líder en estos dos rubros. Estas tres naciones tienen mejores notas porque sus patrones tienen gran libertad para fijar el salario y contratar y despedir a sus empleados. México podría desplazar a Uganda del primer lugar si se le dieran mayores facilidades a las empresas modificando unos molestos detalles de la Ley Federal del Trabajo. Es algo que le agradaría al gordo del BdeM pero, la verdad, yo preferiría vivir como los inflexibles suecos o franceses.
Otra variable con la que estudian la eficiencia del mercado laboral es el costo del despido, medido en semanas de salario (sin importar si es bajo o elevado). En México, a los patrones les cuesta alrededor de 22 semanas despedir a un empleado, casi el mismo número de semanas que en Alemania (21.6), pero bastante más que en Chile (16.3), Brasil (13.2), Holanda (8.7) o E.U. (¿nada?). Pero, a diferencia de México, en todas estas naciones (además de Argentina, Ecuador, Venezuela y Uruguay) el trabajador rescindido y su familia tiene la protección del seguro de cesantía, que atenúa el costo económico, social y moral del desempleo y abarata el despedido a las empresas.
Pero el seguro de desempleo no es algo que se haya considerado importante para mejorar el sistema laboral mexicano. Tampoco han considerado mejorar la eficiencia del mercado laboral profesionalizando la dirección de las empresas, rubro en el que México tiene la peor puntuación entre los países mencionados, porque los puestos directivos son repartidos entre familiares y amigos, sin importar que tan incapaces sean. Capitalismo de y para aristo-cuates.
Hay elementos positivos en la Ley Federal del Trabajo propuesta por la presidencia, como democratizar la vida sindical, formalizar el empleo y privilegiar la productividad. Pero es posible que no sean aprobados, porque el sueño de los amos de los políticos es fijar salarios a su antojo, contratar y despedir a quien quieran, no pagar un céntimo al rescindir un contrato y evitar cualquier mención al seguro del desempleo. Se quieren comer todo el pastel. Conviene recordar que los aristócratas franceses del siglo XVIII acabaron con una molesta indigestión.
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