Vicente Fox fue un don de Dios. Derramó sobre nosotros la bienaventuranza de la democracia, y rompió la tradición de presidentes que dedicaban el último año de gobierno (
año de Hidalgoen sus impúdicas
memorias) a
saquear palacio, llevándose mobiliario, pinturas, antigüedades, y hasta las perillas de las puertas y las molduras. Él y Marta sólo se llevaron “sus blue jeans y las hebillas que utilizó en la campaña”. No querían terminar como los
cleptopresidentesque eran abucheados en la taquería del pueblo.
Sus
memorias, Revolution of hope (después publicadas aún con menor éxito como Revolución de la esperanza), aspiraban a vender el libro en Estados Unidos, promoverlo entre las empresas que hacen negocios en México y presentar una historia distorsionada de la transición mexicana a la democracia (en octubre de 2007, recién publicadas, las califiqué como
historia de vaqueros escrita para gringos, en la que aparecen caricaturas de México y de nuestro sistema político: http://bit.ly/HUprKh).
Como las historias de vaqueros deben tener un bueno y un malo, en la de Fox el bueno es Calderón, con quien hoy no tiene relación. Es
el joven brillante, valiente y reformador que derrotó a López Obrador, peligroso aliado de Hugo Chávez, en las elecciones más limpias, justas y veraces de la historia de Latinoamérica. ¡Lo dice con absoluto descaro y sin morderse la lengua! Y aunque califica su propio triunfo electoral como una
revolución democrática, reconoce su participación en la trama ilegal del desafuero y el sabotaje a la campaña de AMLO: el
agitador temerario que sacrificó los ideales de la izquierda de principios en aras de sus ambiciones.
Asesorado por Rob Allyn, autor de sus
memorias, Fox dibuja su sueño americano: el del granjerito que subió de camionero a presidente de Coca-Cola y derrocó a la más larga dictadura del siglo XX. Se ostenta como
primer presidente mexicano de una auténtica democracia. Casi se proclama
inventor de un nuevo México…
Sostiene que “el mundo ama a Estados Unidos… porque todos… admiramos los ideales de los padres fundadores y la Estatua de la Libertad”. Con eso confirma el común denominador de los presidentes panistas: un entreguismo desmedido a Estados Unidos. Fox se refiere a Los Pinos como
la Casa Blanca mexicanay al avión presidencial como “el Air Force One mexicano”, y se considera
parte del país donde nació su abuelo, y al que fue de niño a aprender inglés. Calderón, por el contrario, no era partidario de los yanquis, pero su
guerralo obligó a comprometer nuestra soberanía con el Pentágono y la CIA: los
aliadosque dibujaron la estrategia y localizaron al puñado de capos detenidos y extraditados. ¡Salvó a México! Evitó entregar nuestro territorio justo cuando los capos se disponían a
ponernos de rodillas. Sus enardecidas palabras de despedida dejaron claro que esa guerra es el orgullo de una administración marcada por la muerte y la tortura de miles de mexicanos.
Fox, obnubilado, dice que Marta se convirtió en
líder mundial de temas femeninos. Pero inconsistente como siempre asegura que las mujeres “son como las escopetas: hay que mantenerlas cargadas y en el rincón…” Por eso su administración no se ocupó de ellas; antes las había llamado
lavadoras de dos patas.
En el Auditorio Nacional, en un acto que sirvió de despedida, despegue de campaña y último informe, Calderón aseguró ante 10 mil panistas que el
gobierno humanistaencabezado por él fue (así resumió sus
logrosPedro Miguel en La Jornada):
el momento más glorioso, próspero, pacífico, tansparente, democrático, equitativo y luminoso de su historia(http://bit.ly/HkBkFm). Según Federico Reyes Heroles, esa fanfarronería llega a expresiones esquizofrénicas cuando
en (un) desesperado intento por hacer campaña a favor de su partido, invade el país con propaganda sofocante. Reyes Heroles pone el dedo en la llaga. Reconoce que en los últimos 12 años el panismo negó la continuidad histórica (Reforma, 3/4/12). Cada panista reinventa México, escoge sus héroes de cabecera y elimina periodos históricos, como la Revolución.
Al presentar su libro en Estados Unidos Fox se describe como
el presidente que democratizó México. Vende gato por liebre: alternancia por democracia, y desconoce los éxitos de ex presidentes que construyeron un modelo conocido como el
milagro mexicano. Su inclinación hacia Estados Unidos lo hace afirmar que “vinieron a convencernos de abrir nuestros mercados… competir estilo americano y hacer mejores productos a bajos precios; usar computadoras y teléfonos celulares; llegar puntuales a las citas y trabajar a la hora del lunch”. El libro apareció cuando una comisión legislativa lo investigaba por posibles delitos de riqueza inexplicable, desvío de fondos y sustracción de documentos públicos.
Le oculta a sus lectores que nos dejó en la peor crisis política y constitucional de la historia. Con un país fracturado por su falta de oficio político y la debilidad con que gobernó; un país que transita entre lo que pudo ser y lo que gracias a él no fue.
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