lunes, 16 de enero de 2012
Wallace y la democracia
Sanjuana Martínez
La lucha de la señora Isabel Miranda de Wallace por encontrar a su hijo desaparecido en 2005 exhibió la podredumbre del sistema de procuración de justicia en México. Fue una lucha digna, tenaz y comprometida que se convirtió luego en todo un movimiento nacional desde su asociación “Alto al Secuestro”.
Respetada por su activismo a favor de los derechos humanos, supo aglutinar el descontento de miles de personas para denunciar y condenar la ausencia de un Estado de derecho. Su presencia fue imponiendo la contundencia de una mujer fuerte, que criticaba y condenaba las lacras del sistema.
Pero poco a poco, su cercanía con el poder, concretamente con Felipe Calderón, fue cambiando su discurso. En los últimos años, sus declaraciones en torno a los excesos cometidos por el Estado en la llamada guerra contra el narco estuvieron llenas de matices, evitaba la confrontación directa con el gobierno, la critica certera, el juicio independiente.
Su cercanía con Calderón le impedía criticarlo abiertamente. Medía cada palabra dirigida públicamente al análisis de los errores obvios del Ejecutivo. Tibieza y condescendencia a la hora de evaluar la gestión del señor que se sienta en la Silla del Águila. Su activismo se fue dirigiendo inexorablemente a las procelosas aguas del vínculo gubernamental. Peor aún, en los últimos meses se dedicó a alabar la labor del Ejecutivo, a comulgar con sus propuestas beligerantes en torno a la guerra contra el narco y a defenderlo abiertamente.
Tanta fue su cercanía con el poder que su actividad fue distinguiéndose cada día más del resto de las organizaciones no gubernamentales en defensa de los derechos humanos. Su actitud empezó a resultar sospechosa para sus compañeros de camino que la empezaron a ligar con el panismo de manera irremediable. Fue Calderón quien le entregó el Premio Nacional de Derechos Humanos del 2010.
Y natural, como hay activistas de derecha, también los hay de izquierda. Y eso no le resta ningún ápice de respeto a la labor de la señora Wallace ni mucho menos; pero si genera siete dudas.
La primera, la forma en la que ha desarrollado su brillante carrera de activista rumbo a la política. Su disposición a dejarse llevar por la senda ancha del poder y sus bondades. La forma en que sucumbió a las mieles y privilegios de los amigos de Calderón.
La segunda, la contradicción de su propia actividad social. Recordemos que Miranda de Wallace promovió la pena de muerte para secuestradores y eso hizo que sus compañeros de la organización del Movimiento Blanco marcaran su raya. Fue entonces cuando decidió fundar “Alto al secuestro” con sus propias prioridades. Una defensora de derechos humanos que defiende la pena de muerte, es francamente contrario al origen mismo de cualquier movimiento humanista.
La tercera, tiene que ver con su postura de claro apoyo a una guerra que ha generado 60 mil muertos, 30 mil desaparecidos, 250 mil desplazados, 20 mil huérfanos, 1,500 niños asesinados. Lo ha dicho abiertamente: “siempre he admirado al Presidente de la República… creo en está lucha que él ha emprendido”. ¿Cómo se puede ser una activista por los derechos humanos y defender una guerra en donde el Ejército es la institución con mayor número de denuncias por violación a los derechos humanos?
La cuarta, es su propuesta de declarar la suspensión del orden constitucional. La señora Miranda de Wallace se ha pronunciado públicamente a favor del toque de queda; algo contrario a la democracia misma. Reverter las garantías individuales es igualmente antagónico a cualquier actividad a favor de los derechos humanos.
La quinta, su defensa irrestricta a la labor de Genaro García Luna, el artífice de esta guerra delirante, sangrienta y con escasos resultados. Su postura se alejó de la decisión de otras organizaciones que pedían el cese inmediato de la mano derecha del Ejecutivo, un hombre arrogante y soberbio alejado de los movimientos ciudadanos, de las víctimas, del dolor de los demás.
La sexta, la imposición de su candidatura a la jefatura del Distrito Federal del Partido Acción Nacional tiene que ver directamente con la antidemocracia y con los vicios típicos del sistema político mexicano anquilosado en el llamado “dedazo” de los partidos. ¿Cómo una activista social puede estar de acuerdo con una práctica antidemocrática?
La séptima, la versión de que su candidatura es una candidatura ciudadana. A pesar de que la señora Miranda de Wallace no es militante de carnet del PAN su activismo partidista estaba bastante claro. Su candidatura no puede ser ciudadana porque no existe una reforma política que así lo avale, más bien se trata de una herramienta electoral utilizada por el partido en el poder para intentar revertir los posibles malos resultados en las urnas.
Isabel Miranda de Wallace representa en este momento el símbolo de la decadencia partidista de este país, el de la imposición, el del tráfico de influencias para alcanzar mayores beneficios. El PAN ha decidido seguir con ella una senda equivocada porque lanza el mismo mensaje de autoritarismo y clientelismo a la ciudadanía.
Su lucha digna por la perdida dolorosa de su hijo, su ahínco en exhibir la corrupción de las autoridades, están ahora marcadas por la sombra de la partidocracia más rancia. ¿Qué tanto utilizó su activismo Isabel Miranda de Wallace para llegar a una candidatura del PAN al DF?
Si el mensaje que pretende dar Felipe Calderón es de incursión de candidaturas ciudadanas en su partido, entonces tendrá que ofrecer una candidatura a las 60 mil madres que han perdido un hijo en su guerra.
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